Hace algunos días fue presentado en Chile el libro “El Proyecto Chile: la historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo” (2024) de Sebastián Edwards. Dada la convergencia temática con algunas de las tesis que he esgrimido desde 2011, me he permitido el ejercicio que aquí expongo.
Hace doce años, escribí “El derrumbe del modelo” y “No al lucro”, un texto que buscaba iluminar las grietas de un modelo que, bajo la retórica del éxito, escondía un malestar profundo y acumulado. Era el año 2012. El primer libro era más bien la versión escrita de mi conferencia en ENADE 2011.
Los desequilibrios
El diagnóstico inscrito en ambas obras daba cuenta de la observación de los desequilibrios generados por la desigualdad económica y social, al tiempo que señalaba estos desajustes impactaban la legitimidad del sistema político y económico. Entre los puntos clave, se destacaba:
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A) Crisis de legitimidad estructural: Se identifica que el neoliberalismo chileno no solo profundizó las desigualdades, sino que lo hizo mediante una narrativa que promovía la eficiencia y la libertad, mientras los costos sociales se transferían al individuo. Este proceso fue analizado como un proceso cultural de alcance político y no como un hecho acontecido en la arena política.
B) Politización del mercado: una tesis subyacente del modelo neoliberal, con conciencia o sin ella, radicaba en la confianza de que el sitio fundamental de la acción económica s situaba en el mercado, mientras la politización estaba en la producción. Se asumía que no existiría la politización del mercado. No fue así. La politización del mercado se produjo en 2011. La izquierda pensó que la maldición que cayó sobre el mercado mermaba su experiencia festiva (y se equivocó). Y la derecha pensaba que si había fiestas de consumo, no podía existir el malestar (y se equivocó). La izquierda ya dejó de pensar en eso y en casi cualquier cosa. La derecha parece insistir en pensar lo mismo.
C) Predicción de un colapso social: se predice que las tensiones acumuladas por la inequidad, la mercantilización de derechos (como la educación y la salud), y la desigual distribución de poder derivarían en un colapso institucional por tensiones políticas y sociales. El 2011 marcaba una grieta profunda e imposible de soslayar. Esto último, por cierto, fue la clave del hecho que surgiera una generación bendecida políticamente al haber canalizado esa denuncia (generación que hoy gobierna).
D) El papel del lucro: Argumenté entonces que el cuestionamiento al ‘lucro’ era un fenómeno de transvaloración. La investigación doctoral que comencé anteriormente (y que nació centrada en la teoría) había permitido comprender la estructura de algunos procesos de cambio de valores que se expresaban a la manera de la tesis de Nietzsche en “La genealogía de la moral” y “La voluntad de poder”. Conceptualmente era posible proyectar distintas formas de transvaloraciones cuando se observaban procesos estructurales en la historia. Y, parecía ser, siempre un proceso de transvaloración relevante suponía que detrás de él se desarrollaba un cambio estructural de gran tamaño a nivel de los intereses (ya sea vinculados al poder o al dinero).
Lo que se vio en Chile fue un tipo transvaloración que se caracteriza por el reemplazo del contenido, es decir, se produce un vaciamiento de una palabra (en este caso ‘lucro’), que pierde su significado original (ganancia) para luego ser llenada de otro significado, lo que en este caso era una ganancia que surgía de una asimetría de poder en el mercado, asimetría que se expresaba en instituciones vistas como serviles a los intereses empresariales, manifiesta a veces como un acto cuestionable moralmente o (en otras ocasiones) visto como derechamente ilegal. La articulación material del fenómeno se produjo con el caso La Polar, que fue un catalizador de la crisis estudiantil de 2011 y que transformó una crítica universitaria en un fenómeno estructural con alcance al modelo económico y político.
E) Se argumentó entonces que, más allá de fenómenos estructurales, hubo dos hechos contingentes que permitieron en entronque crítico: la existencia de un gobierno liderado, por vez primera, por una de las grandes fortunas del país; y la confluencia de la crítica universitaria con un caso masivo de abuso en el mercado como fue el caso La Polar.
F) Todo el proceso de comprensión de la evolución cultural de los valores en el marco de la crisis chilena ha permitido un trabajo sistemático sobre el concepto de ‘malestar social’ como un proceso cultural de reducción de la capacidad operativa del poder en el marco de presiones deslegitimadoras. El malestar vendría a ser una energía social no procesada en los procesos de legitimación y que, por tanto, emerge disruptiva.
Diagnóstico de desigualdad como eje central
En “Big Bang: Estallido social” (2019), retomé estas ideas para analizarlas a la luz del estallido social de 2019, confirmando cómo la acumulación de malestar, producto de las desigualdades estructurales y la concentración de riqueza, detonó una crisis que desafió los pilares del modelo neoliberal.
Al respecto, un rol crucial fue el hecho de que las elites políticas de la derecha (Piñera, Chadwick, Larroulet) interpretaron que segundo triunfo de Piñera era un ‘acontecimiento’ (es decir, que marcaba una nueva ley cultural y política sobre el futuro de Chile) y que eso desmentía, a su vez, que el caso 2011 fuera un ‘acontecimiento’. El error fue total.
El proceso electoral no era un fenómeno profundo, sino que nacía de falta de oferta política (por un lado) y del intenso fracaso del segundo gobierno de Bachelet, que no solo careció de profundidad en sus reformas, sino que además vivió fracturas intensas en su gobernabilidad interna.
Vale la pena hacer la nota siguiente: este fin de semana entregamos la encuesta de La Cosa Nostra del mes de diciembre y allí modelamos qué tipo de crisis afectan más a cada sector. Fue sorprendente observar que una crisis idéntica en un gobierno de izquierda o en uno de derecha suponen impactos muy diferentes. Las crisis basadas en conflictos dentro de la coalición pesan 2,4 veces más en la izquierda que en la derecha. Y eso fue lo que pasó en el gobierno de Bachelet.
El análisis de Edwards sobre el modelo neoliberal
Volvamos a nuestro análisis. Recientemente, el economista Sebastián Edwards publicó “The Fall of the Neoliberal Order in Chile” (2023), libro que ahora goza de una traducción en Chile con un título menos categórico: “El Proyecto Chile: la historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo” (2024). El mismo autor ha señalado que el cambio de título es por las sensibilidades que despierta en Chile una crítica tan radical al modelo.
Edwards realiza un análisis desde la macroeconomía, vinculándola con procesos políticos. Entre sus principales argumentos señala:
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A) La importancia de los éxitos iniciales: Edwards señala que el modelo neoliberal impulsó el crecimiento económico y la reducción de la pobreza en sus primeras décadas, pero también señala que estos logros eran insostenibles en el largo plazo, como se ha visto hasta más allá de un lustro.
B) El agotamiento del consenso neoliberal: Edwards afirma que las desigualdades y las expectativas no satisfechas (particularmente en la clase media emergente) fueron deteriorando la legitimidad del modelo.
C) El fracaso de las élites: Edwards subraya la desconexión de las élites políticas y económicas con las demandas de la ciudadanía como un factor clave en la crisis de legitimidad del modelo. Le ha llamado a este punto en algunas entrevistas un ‘descuido’
D) Crisis de confianza institucional: Apunta a una crisis de confianza en las instituciones políticas, enmarcando el problema en términos de gobernabilidad y estabilidad económica.
El trabajo académico que Edwards presenta es muy diferente al que yo desarrollé hace trece años. Mi análisis se basaba en una matriz que abordaba los procesos no sincrónicos de la evolución histórica de los procesos culturales, respecto a los políticos, lo que suele generar un problema de asimetrías, porque la legitimidad es un fenómeno cultural y no político, pero cuyo rendimiento sí es político.
La matriz de Edwards revela que un análisis económico podría haber permitido comprender el agotamiento del modelo y las complejidades que marcaba el discurso exitista a la hora de producir brechas entre el discurso de país al borde del desarrollo, mientras la capacidad de crecimiento se reducía sistemáticamente. Pero más allá de las diferencias de enfoque, las convergencias son notorias:
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A) Diagnóstico de desigualdad: en ambas tesis (la mía y la de Edwards) se coincide en que la desigualdad es el eje central que explica el agotamiento del modelo neoliberal en Chile. Ambos destacamos cómo esta desigualdad no solo es económica, sino también simbólica y cultural.
B) Predicción del colapso: Ambos señalamos que los desequilibrios del modelo eran insostenibles.
C) Crítica a las élites: Ambos hacemos notar a las élites la incapacidad asociada a no haber reconocido ni abordado las tensiones estructurales a tiempo.
Sobre las soluciones
La principal diferencia entre ambas tesis se produce en un área que requeriría planteamientos más precisos. A la hora de las soluciones, Edwards se inclina por la posibilidad de ajustes dentro del sistema. En mi opinión, esto depende del tamaño de la crisis de legitimidad, que de hecho creo que es una profundidad inaudita.
¿Es posible que las contradicciones del modelo puedan resolverse mediante un replanteamiento acotado o se requiere cirugía mayor respecto al orden político y económico?
El problema se produce acá no solo en términos de qué soluciones son mejores operativamente para volver hacia una senda que conduzca al desarrollo. El problema radica en la credibilidad de la ruta que se tome. Dos procesos constituyentes fallidos hablan de la incapacidad del actual sistema político para encontrar un camino.
Este fin de semana, la crítica de Republicanos a Chile Vamos por entregar una propina para un sistema de reparto de pensiones (un 0,5 a reparto contra un 15,5 a capitalización individual y Republicanos señala que eso es claudicar), son señales de que armonizar el sistema operativo del país no es una tarea que parezca susceptible de razones.
Edwards, en este marco, incorpora un diagnóstico de época que es una señal de convergencia de tesis indispensable a la hora de observar el paso del tiempo, pero aún se deja de lado la problemática de la subjetividad en el marco del malestar social. Y es que el malestar no es lo contrario del bienestar, ni tampoco es rabia; es antes que nada la incapacidad de toda una sociedad para armonizar sus interpretaciones sobre la experiencia social, generándose así verdades tribales, simples, reducidas, que impiden una decodificación del resto.
El agotamiento del “consenso neoliberal”
Este es un asunto por resolver y que supone una gran dificultad. La búsqueda de relatos o acciones comunicacionales son recursos completamente inútiles ante el carácter anudado de la problemática política, social, cultural y económica. El retroceso evidente de nuestras políticas públicas es un factor pavoroso en este ámbito, ya que son esas herramientas las que pueden legitimar las instituciones y encontrar las síntesis que permitan que la discusión política no sea ciega de lado y lado.
“La caída del modelo neoliberal en Chile” (título de la obra original en inglés) es un texto que podría parecer que dialoga tardíamente con la predicción señalada en “El derrumbe del modelo” y otros trabajos hace trece años. Sin embargo, no es así. Parte de los fenómenos que se verifican en este tipo de procesos están asociados a las diferentes temporalidades.
El posmodernismo ya existía con Marcel Duchamp, pero el concepto y la palabra no existieron hasta medio siglo después. Y pasa al revés, cuando fenómenos políticos se anticipan a la temporalidad cultural, como el hecho de que la Revolución Francesa no pudo ser representada (aunque se haya intentado) en la importante pintura francesa hasta 1830, más de cuarenta años después del proceso político.
La obra de Edwards se abre al reconocimiento de que el modelo neoliberal, diseñado para garantizar estabilidad y crecimiento, producía desequilibrios capaces de cuestionar sus propios pilares. Dichos desequilibrios, centrados en la desigualdad, la concentración del poder y la mercantilización de los derechos sociales, resultaron insostenibles. A mi juicio es un reconocimiento valorable y honesto de alguien que, perteneciendo al mainstream, acepta los hechos tal y como han acontecido.
El libro de Edwards identifica correctamente el agotamiento del “consenso neoliberal”, manifiesto en las modificaciones del sistema político chileno y expresado en la incapacidad de encontrar caminos comunes, tal como señalamos en 2023 junto a Joaquín Lavín en la conferencia “Tregua y Estrategia”.
En ese sentido, el libro de Edwards no deja de ser un eco, una confirmación de un derrumbe anunciado. Reconocer la caída del modelo neoliberal es un paso importante, pero es insuficiente si no asumimos que es indispensable avanzar en un nuevo modelo de desarrollo y no seguir parchando un sistema que, seamos sinceros, ha cambiado las políticas públicas por transferencias a los hogares, mostrando así la estupefacción y falta de ingenio del sistema político. Es obvio que eso tiene un límite (pregúntele usted a Mario Marcel, principal víctima de este desequilibrio).