En los últimos años, diversas películas chilenas han recibido reconocimiento en prestigiosos festivales internacionales, como Cannes, Berlín, y los premios Óscar. La documentalista Maite Alberdi compitió estrechamente por el Premio Óscar a la mejor película extranjera con “La Memoria Infinita”, y ahora su primer filme de ficción “El lugar de la otra”, nos representará en los Goya y Premios Óscar.
Este fenómeno no es fortuito, sino el resultado de un proceso evolutivo que combina talento, resiliencia, un medio cinematográfico (industria) en expansión y la creciente participación de las universidades en la formación de nuevos cineastas.
Este auge no solo se explica por su capacidad para explorar temas universales desde una óptica local, sino también por el rol que han jugado instituciones académicas en este desarrollo.
Son numerosas las universidades que en los últimos años imparten carreras de cine, como la Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación (UNIACC), Universidad de Chile (UCH), la Universidad Católica (UC), la Universidad Austral (UACH), Universidad del Desarrollo (UDD), entre otras, quienes han sido fundamentales en la preparación de nuevas generaciones de cineastas, brindando herramientas técnicas y teóricas, así como fomentando la creatividad y el pensamiento crítico. Estas casas de estudio han desarrollado programas especializados en cine y audiovisuales que permiten a los estudiantes no solo aprender el oficio, sino también reflexionar sobre el rol del cine como medio transformador en la sociedad.
Desde chile con una mirada universal
El reconocimiento internacional del cine chileno puede explicarse, en parte, por una narrativa que explora temas universales desde una óptica profundamente local. Cineastas como Pablo Larraín, Sebastián Lelio, Maite Alberdi y otros han llevado historias nacionales al mundo, abordando temas como la dictadura, la identidad de género, el envejecimiento y las desigualdades sociales.
Estas historias resuenan globalmente porque, aunque ancladas en la realidad chilena, tocan fibras humanas compartidas. Esto ha permitido al cine chileno posicionarse no solo como un testimonio de su tiempo, sino también como una plataforma para reflexionar sobre dilemas éticos y sociales que atraviesan fronteras.
La madurez del cine chileno contemporáneo también radica en su capacidad para integrar elementos de la historia y la política del país. Películas como “Machuca” (2004) de Andrés Wood y “No” (2012), de Larraín, reconstruyen momentos clave de la dictadura y la transición democrática. Mientras que “Una mujer fantástica” (2017), de Lelio, explora la lucha por los derechos humanos y la inclusión.
Además, el desarrollo del cine documental ha sido fundamental para consolidar su reconocimiento internacional. Películas como “El agente topo” (2020), también de Maite Alberdi, o “La cordillera de los sueños” (2019), del gran director Patricio Guzmán, ejemplifican la capacidad del cine chileno para capturar la intimidad de sus relatos y convertirlos en poderosas reflexiones universales.
A través de estas obras, el cine chileno no solo se reafirma como una herramienta de memoria y testimonio, sino que también le habla al mundo desde nuestras propias historias, proyectando las realidades locales en un lenguaje cinematográfico que resuena globalmente.