La victoria de Donald Trump, sumado al avance de una nueva derecha en otras latitudes de Latinoamérica o Europa, evidencian un cambio de tendencia entre los votantes de distintos países occidentales -una impugnación a formatos del liberalismo imperante-, que consolida un giro en los contenidos y énfasis en la agenda internacional, con alcances para la región y para Chile.
Este escenario exigirá reacomodos a nuestra política exterior, pues optar por el statu quo o no considerar a tiempo nuevas líneas rojas en la política exterior de EE.UU. podría tener no solo efectos en la relación bilateral, sino que, en los equilibrios estratégicos del cono sur, confinando a nuestro país a la marginalidad en este nuevo orden.
Si ya estaba en marcha, con la elección de Trump el orden internacional definitivamente parece desbordar hacia una nueva era, y lo que hasta ahora no pasaba de ser un debate circunscrito a academias y thinktanks, toma cuerpo y dirección. Si a lo anterior sumamos la irrupción global de China, el rebrote geopolítico de Rusia, el lento pero progresivo avance de India, las señales apuntan a una reconfiguración de las alianzas.
Un mundo dividido en grandes bloques
Un reciente informe del Fondo Monetario Internacional anuncia un quebrantamiento geoeconómico, especialmente en los flujos de inversión y comercio entre las grandes potencias, que parecen seguir el rumbo de nuevos patrones geopolíticos.
Es decir, podríamos estar nuevamente avanzando hacia un mundo dividido en grandes bloques, uno liderado por EE.UU. y el otro por China, y un tercero formado por los llamados países “conductores” -por ejemplo Vietnam o México, o incluso más adelante, India-, cuya función sería amortiguar el impacto de esta segmentación en marcha.
La designación de Marco Rubio como futuro Secretario de Estado, o incluso el encuentro Milei-Trump en Florida, plasma un escenario novedoso para nuestra región -usualmente marginada-, que podría adquirir cierto nivel de centralidad para la política exterior de Estados Unidos.
De ocurrir, esto inducirá a una remodelación de las clásicas prioridades de la administración entrante hacia América Latina. Las prioridades de EE.UU. se centrarán en un abanico integral y amplio de temas, que incluyen cuestiones políticas, comerciales, de seguridad, posicionamiento geoestratégico, e incluso valóricas.
El apoyo del presidente entrante a referentes liberales como Argentina o El Salvador, su clara oposición a las dictaduras de izquierda y su posición respecto de algunos temas globales, son factores en los que nuestro país debe reflexionar con profundidad, mirada amplia y con visión de largo aliento.
Relaciones bilaterales Chile-EE.UU
La mayor o menor adhesión de nuestra política exterior a la futura agenda del presidente Trump -aún desconocida en sus contornos-, podría influir en la calidad y profundidad de las futuras relaciones bilaterales entre Chile y EE.UU.
A las intervenciones del futuro Secretario de Estado respecto a nuestro país, tanto en el campo de las relaciones con Israel como en las actividades de Hezbollah en Chile, se suman asuntos cada vez más complejos de entender. Entre ellos destaca la cercanía que Chile mantiene con Bolivia en diversos ámbitos, la cual, junto al silencio frente a la trayectoria de este país en materia de derechos humanos y sus alianzas con Irán y Rusia, será evaluada con aún mayor rigor por la futura Secretaría de Estado norteamericana.
Es un asunto de Estado cuidar la relación con Estados Unidos, y en este campo cobra importancia que nuestra Cancillería examine aquellas áreas que podrían experimentar un giro en un futuro próximo. Este ejercicio deberá tener en cuenta la relación de nuestro país con China, ya que Chile no puede darse el lujo de prescindir de una gran potencia en beneficio de la otra, pero de ser gestionada imprudentemente podría comprometer áreas claves para nuestro país, entre ellas la cooperación en seguridad y crimen organizado.
Del mismo modo, casos como el acercamiento entre Argentina y EE.UU. o la penetración de China en Perú, son factores que deberán ponderarse en función del interés e importancia que Chile desempeña en este nuevo escenario y en los territorios que forman parte de áreas de influencia de ambos.
A diferencia de nuestros vecinos y a pesar de algunas decisiones, Chile sigue contando con una política exterior previsible y estable en sus principios y alianzas internacionales, lo cual garantiza certeza, seguridad y perdurabilidad. Integrar esta variable al papel estratégico y ventajoso que desempeñan las cadenas logísticas del norte para la minería argentina y boliviana, o insertarla dentro de la nueva reconfiguración austral en marcha, (Estrecho de Magallanes, Antártica, mar austral), robustecen el rol de Chile dentro de esta nueva multipolaridad y polos de interés.
Así como nuestra política exterior debe reconfigurar sus prioridades -anidadas en una era que ha quedado atrás-, también debe examinar las alianzas, énfasis y sus sintonías en función de la agenda internacional que se viene encima.