La política profesional ha requerido siempre entenderla a partir de categorías. Se arriba a la política por distintas rutas. Y se desempeñan en la política labores múltiples. Hay quienes diseñan planes y estrategias, hay quienes son el rostro y el alma de un proyecto, hay quienes hacen viable la vida y obra de esos rostros, hay quienes ordenan el proceso, hay quienes articulan redes políticas, hay quienes ven las comunicaciones, hay quienes promueven políticas públicas específicas, en fin.
Y hay un rol muy específico y muy general a la vez, es un jugador importante en la cancha de la política porque es aquel que hace carne el esfuerzo de aumentar el poder de su grupo, ya sea del partido, ya sea de la coalición o incluso de una facción. Su nombre no admite sonrisas ni aplausos, su alma es amarga y, por necesidad, acumulará amarguras y cierta malicia, a veces transformada en maldad. Es el representante de la banalidad del mal en la vida cotidiana de los gobiernos: es el operador político.
Todo tiene un límite
Esta columna dirá muchas cosas, pero en realidad se dirá solo una: que el operador político es una incómoda necesidad, que en política siempre la disputa está en el límite de la estética y de la moral, que se comprende que la acumulación de poder es un deporte necesario para quienes están en política. Pero agregaremos algo más: diremos que todo tiene un límite. Que si cada funcionario, con o sin mayor talento, dedica sus días en 4/5 partes a la operación política; entonces tenemos un problema.
Si el profesional que llegó a la política, si el militante de base que llegó a un cargo, si el luchador social que arribó a la disputa política, si el genio comunicacional; si todos ellos, en vez de hacer lo que saben o de aprender lo que deben saber, dedican su tiempo a convertirse lentamente en operadores políticos, entonces estamos perdidos.
Si el grueso de la gente está encomendada a un “lugar” y no a una función, si esa persona debe vigilar enemigos internos, si debe movilizar recursos a las fundaciones propias, si debe soterradamente buscar recursos y nuevos cargos para los propios, si las reuniones son para conspirar, si las visitas a terreno son para hacer clientela; entonces hemos fallado.
No hay necesidad de preguntarse a dónde se dirige Chile si nos llenamos de operadores políticos, porque la respuesta es clara: un mundo gobernado por los operadores es un vacío, son cargos sin fundamento, son funciones no ejecutadas, son decisiones sin interés general.
Para entender todo esto hay que comprender de las trayectorias y funciones en la política. Es posible distinguir unas ocho trayectorias propias de la política. Revisemos.
1. Trayectoria técnica o profesional:
Son individuos que desarrollan una carrera profesional o académica destacada en un área específica (economía, derecho, ciencias, medicina, etc.) antes de incursionar en política. Por ejemplo, académicos con contribuciones significativas en su campo. Ejecutivos destacados en el sector privado o consultores internacionales en organismos multilaterales.
2. Trayectoria militante de base:
Personas que se integran en la política desde organizaciones sociales, movimientos estudiantiles o trabajo de base en partidos políticos, sin entrar en la lógica de operador. Ejemplos de posiciones iniciales: Dirigentes estudiantiles, sindicales o comunitarios; o militantes activos en campañas locales o movimientos sociales.
3. Trayectoria en políticas públicas:
Son personas que comienzan trabajando en el diseño e implementación de políticas públicas, generalmente desde un rol técnico o administrativo en gobiernos. Ejemplos: Funcionarios en ministerios, direcciones técnicas o municipalidades, asesores parlamentarios o gubernamentales especializados.
4. Trayectoria comunitaria o de activismo:
Personas que provienen del trabajo en organizaciones no gubernamentales, activismo ambiental, derechos humanos, feminismo u otras causas sociales. Ejemplos: Líderes de ONG o movimientos sociales relevantes, voceros en causas mediáticas, organizadores de iniciativas ciudadanas.
5. Trayectoria Empresarial o de Liderazgo Privado:
Individuos con éxito en el sector privado o empresarial que deciden trasladar sus habilidades de gestión y liderazgo al ámbito público. Por ejemplo, fundadores de empresas exitosas, ejecutivos de alto nivel en corporaciones.
6. Trayectoria académica o intelectual:
Personas que han desarrollado un perfil en la academia o en la reflexión intelectual sobre temas políticos, sociales o económicos. Ejemplos: Publicaciones académicas o libros de influencia política, cátedras en universidades de prestigio.
7. Trayectoria internacional:
Personas que alcanzan relevancia política tras una carrera internacional en organismos multilaterales, diplomacia o representación de intereses nacionales. Ejemplos son los representantes en Naciones Unidas, el FMI o el Banco Mundial; como también los embajadores o enviados especiales en temas estratégicos.
8. Operadores políticos:
Personas que tienen una trayectoria particular dentro del ámbito político, basada en su capacidad para construir poder, gestionar relaciones e influir en las dinámicas internas y externas de los partidos y las instituciones. Aunque su perfil puede variar según el contexto, hay características comunes en su trayectoria y modus operandi.
Construyen su carrera política principalmente a través del manejo estratégico de redes internas en partidos políticos, campañas y la gestión de grupos de apoyo. Habitualmente buscan destacar en el apoyo a candidatos durante los períodos electorales. Tal y como hay grandes nombres de los países que apuestan por ciertos líderes, hay otras personas sin mayor poder, pero con mucha ambición, que también apuestan a su caballo posiblemente ganador. Y el operador político suele buscar un rostro que abra el juego.
¿Cuáles son las habilidades fundamentales de un operador político?
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– Manejo de información relevante para su líder específico.
– Capacidad de viabilizar objetivos, ya sea logísticamente, monetariamente o políticamente.
– Influir en terceros en el ámbito del propio sector o tomar contacto con grupos de interés sin exponer al líder.
– Capacidad de negociación interna (con facciones de su propio partido) y externa (con partidos rivales).
– Desarrollo de redes clientelares para garantizar lealtades.
– Gestión de relaciones con medios de comunicación para establecer un discurso predominante o gestionar el necesario control de daños cuando hay problemas.
– Gestión de conflictos internos y control de las estructuras partidarias.
El término “operador político” suele dar cuenta de un rol menos visible. Estos individuos suelen no ocupar cargos públicos relevantes inicialmente, pero influyen decisivamente en las dinámicas partidarias, electorales y gubernamentales. En definitiva los operadores políticos son personas que gestionan recursos, alianzas y conflictos dentro del ámbito político, con el objetivo de consolidar poder para ellos mismos o para sus aliados.
Hay una discreta literatura académica que plantea que la proliferación de operadores políticos puede conducir a una administración pública menos eficiente y más propensa a prácticas clientelistas. Pero seamos justos: tienen sus virtudes y plantean ciertas ventajas.
Ventajas de los operadores políticos:
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a) Habilidad estratégica: Son esenciales para mantener la cohesión y funcionalidad de partidos y gobiernos.
b) Pragmatismo: A veces los proyectos políticos pueden pecar de falta de pragmatismo y siguen proyectos inviables sin comprender el riesgo. Normalmente el entrenamiento de los operadores supone saber cuándo no hay agua en la piscina.
c) Adaptabilidad funcionaria: Se mueven entre diferentes roles según las necesidades.
d) Capacidad de negociación: Pueden resolver conflictos internos o interinstitucionales.
Desventajas de los operadores políticos:
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a) Falta de legitimidad pública: Su trabajo soterrado puede ser percibido como manipulador.
b) Conflictos de lealtad: Muchas veces su poder se construye debilitando a otros dentro de su propio partido o sector, generándose crisis gratuitas con el solo objetivo de sacar a alguien de un cargo para traer a otro.
c) Riesgo de corrupción: El manejo de recursos y redes clientelares puede derivar en prácticas ilícitas.
d) Riesgo de ignorancia: El operador político cultiva conversaciones y relaciones útiles, pero carece de aprendizajes específicos sobre asuntos clave de la administración pública.
e) Riesgo de ambición desmedida: Los operadores políticos han tenido en el siglo XXI una eclosión. Ya no se conforman, por lo demás, con una plaza secundaria y silenciosa. Los operadores se ven como parte de la carrera del liderazgo, en circunstancia que antes era una carrera paralela. Era un buen trabajo, pero salvo excepciones, no sería esa la ruta preferente.
En definitiva, los operadores políticos son una pieza central en cualquier sistema político, aunque su rol era frecuentemente opaco. Su capacidad para gestionar redes, recursos y alianzas los convierte en actores influyentes, pero también controvertidos.
Y es que es bastante evidente que un gobierno o un parlamento o una universidad, lo que sea, cuyos funcionarios gastan 4/5 partes de sus horas en operaciones políticas; o que el grueso de los funcionarios que engrosan las filas de la institución fueron llevados con la clara intención de tener un equipo de operadores políticos; esa institución (decíamos) solo puede convertirse en un lastre, pues aun cuando el operador político vive del poder, la gran ironía es que carece de musculatura para empujar a un país hacia su bienestar.
Cuando llegan muy alto, los operadores políticos no saben qué hacer
El operador no sabe para qué sirve el poder realmente, pues lo que conoce del poder es la mecánica de los primos trabajando, de los despidos de enemigos o amigos, de la lucha de cada día en el metro cuadrado de una vida corta y ciega.
El operador político nunca ha visto la capacidad de la política de producir bienestar, solo ve una oportunidad o un logro para el palmarés de maldades que recitan con orgullo. Una cosa es clara: los operadores políticos, cuando llegan muy alto, no saben qué hacer.
Si un tipo ha llegado a Vicepresidente y sus tareas siempre habían sido las de un operador importante, lo más probable es que se preocupe de obtener las prebendas legítimas o ilegítimas del poder más que de hacer el trabajo fundamental del cargo al que ha llegado.
Es así como una mala noche, un operador político que ha llegado tan alto, puede recetarse celebrar haberse convertido en la segunda autoridad del país invitando a una subalterna a tomar un pisco sour.Todo indica que deseó más conductas que premiaran sus logros.
Probablemente aquí surja la confianza que todo operador tiene cuando su líder es muy fuerte o, incluso mejor, cuando su líder es él mismo. Y es así como desde lo alto, un operador político ha olvidado el fundamento moral del poder y solo le queda la necesidad de demostrarse que obtiene todo del poder. Todo.
Hay casos lamentables en nuestras sistemáticas crisis de los últimos años. Y en esos casos siempre vemos lo mismo: la disposición a protegerse como grupo, el descuido de la función pública o el abandono de la ética profesional.
Allí donde un ejército de operadores políticos caminan hacia un fin, solo crece un desierto estepario, con momentos muy fríos o muy calientes, pero siempre sin fertilidad y donde predominan los carroñeros.
“No tomarás el nombre de dios en vano” dijo Moisés y lo dejó por escrito para que no se olvidara.