Un delincuente no nace, se hace. Y lo que hace al delincuente es su falta de expectativas, su pobreza material, su ignorancia, su marginación, su no sentirse parte de un país que se percibe y se muestra desarrollado, pero que no permite que a él le tocan los bienes y servicios que ve en la televisión y las redes sociales.
El principio de solidaridad en la sociedad
Un delincuente tiene el alma rota al punto que hasta la vida propia y ajena le resulta sin valor alguno. Es cosa de ver la crueldad de los asesinatos. Más allá del esfuerzo del ministerio público, policías, jueces y gendarmería; hemos de trabajar con más ahínco y celo para construir una sociedad más fraterna, más inclusiva, menos excluyente, en definitiva, más justa.
Ello solo será posible si entra en el ADN de la sociedad, que sobre los bienes materiales grava una hipoteca social, sobre el conocimiento adquirido grava una hipoteca social y que la vida es para donarla porque formamos parte de una comunidad.
La comprensión antropológica de ser un ser para los demás, adquiere una relevancia política y social de la máxima importancia. Así como reconocerse parte de un proyecto comunitario que parte de la base que todos los seres humanos somos iguales en dignidad.
La empresa tiene en esto un gran desafío, una gran oportunidad, pero sobre todo una gran responsabilidad. Para ello es fundamental que se reconozca como promotora de desarrollo de las personas, como artífice de fuentes de trabajos dignos, como articuladora de encuentros auténticamente humanos. No sin razón la Doctrina Social de la Iglesia se refiere a la empresa como una comunidad de personas. Ha sido perjudicial una mirada exclusivamente económica de la empresa. Es mucho más que eso, es gestora de una cultura del trabajo bien hecho, de promoción personal y social y fuente de desarrollo humano.
La familia y la escuela tampoco pueden quedar al margen
Una educación que promueve solamente la competencia a costa de dejar personas a la vera del camino, es una educación fracasada. No puede ser que los puntajes para ingresar a la educación superior están determinados no solo por la capacidad de los alumnos, sino que también por su condición social. Hay colegios donde todos ingresan a la educación superior, y en otros, solo algunos.
En la vida no se trata de llegar primero, se trata de que lleguemos todos juntos. Lo mismo pasa en otros ámbitos de la vida social que duelen el alma: mientras en algunas clínicas un paciente está con muchos y especializados médicos y profesionales de la salud, al mismo tiempo hay compatriotas que esperan horas y días en una camilla para que alguien los atienda. Son muchos los pacientes que han fallecido mientras sus nombres estaban en una fría lista de espera. Lo dramático es que no son uno o dos, tampoco son varios, ¡son decenas de miles!
Es paradójico que mientras, literalmente, se bota la comida en lujosos restaurantes, en vastos sectores de la población la alimentación es deficiente. Es penoso saber que mientras algunos jóvenes al ingresar a la universidad se preguntan por el color del auto que les van a comprar por haber ingresado a la universidad, otros se preguntan si van a poder comer todos los días o pagar la pensión.
Esas situaciones que las veo a diario no nos pueden dejar indiferentes. Da la impresión que en Chile conviven varios “mundos” que no se topan, que no se conocen y que nunca lo harán. Y, lo peor, al menos en el corto plazo, con sus hijos pasará lo mismo.
Creo que el problema en Chile no es la falta de recursos
Recursos hay. Chile es un país que ha crecido mucho estos últimos 40 años. El producto interno bruto lo confirma. También ha disminuido la pobreza. Pero no hemos logrado generar equidad.
Creo que el problema está en cada uno de nosotros que no hemos comprendido a cabalidad que una sociedad auténticamente humana será posible solo si nos comprendemos necesitados de los demás, y que gracias a los demás, podemos desarrollarnos en la vida, y que ese “otro” tiene derechos en cuanto ser humano.
La ética, es decir la pregunta por el bien actuar, no es un accesorio de nuestras vidas sino que el elemento desde el que pende nuestra sobrevivencia y la de las futuras generaciones. En la ética, y no en la técnica, ni en la economía, está el futuro de nuestro país y del mundo. Y la pregunta ética respecto de si nuestro actuar eleva o hunde a los demás, los hace ser más o los denigra en su dignidad, es fundamental hacérsela día a día.
El rol de las empresas en la construcción de dignidad social
Me duele que aún queden ciudadanos que se conforman con dejar un par de pesos en el supermercado después de hacer suculentas compras, muchas veces de cosas superfluas. Esa no es la manera de salir de la pobreza.
La manera es a través de políticas públicas que den educación de calidad, que permita a cada uno desarrollarse desde los dones que posee, y una clase dirigente empresarial que crea firmemente que su rol es mucho más que producir, vender y ganar, si no que ni más ni menos que generar trabajo, generar dignidad, generar una cultura de la solidaridad.
En definitiva, construir un país para todo.