Que necesario e importante, es que cuenten con una trayectoria de vida que les haya permitido conocerse y ser reconocidos por sus cuidadores principales, sus educadores, sus pares, para comenzar a establecer relaciones de intimidad y pareja seguras.
Cuántas oraciones comienzan con un sí o un no, seguidas de un quiero, necesito, amo, pienso, creo, anhelo, siento, entre otros, que pueden conducirnos a sentirnos quienes somos, y así ir forjando nuestras vidas en coherencia con nuestra identidad.
Pero este camino de afirmaciones, de las más distintas índoles, no comienza al momento en que somos capaces de hablar, sino que mucho antes de ser capaces de decir nuestras primeras palabras.
Ya siendo bebés, somos capaces de expresarnos y comunicarnos con quienes nos rodean, y si contamos con adultos sensibles y disponibles a nuestras expresiones, podremos ir tomando conciencia de nuestra influencia en el mundo, conciencia de que “nuestros sí” y “nuestros no” tienen un significado y sentido, no solo para nosotros, sino que también para otros.
La importancia de la educación emocional en el desarrollo infantil
Nuestros “sí”, podrán dar cuenta de aquello que nos representa, y también se pueden convertir en una invitación, una apertura, una disposición a vincularnos con quienes nos acompañan. Nuestros “no”, por su parte, comunican aquello que rechazamos, tanto de nosotros mismos como de otros, indicando así nuestros límites personales y sociales.
Cuando un bebé nos expresa con todo su ser que rechaza aquello que le estamos ofreciendo, por ejemplo, al devolver la comida desde su boca, es una señal clara de que no desea comer lo ofrecido por el adulto. Esto puede generar reacciones de aceptación y paciencia, tratando de calmar al bebé, distraer o cambiar de foco, y luego volver a intentar alimentarlo. Pero también, lamentablemente, puede surgir frustración y negación por parte del adulto, insistiendo y obligando, incluso con malos tratos al bebé, para satisfacer las necesidades del adulto de alimentar al bebé, desconociendo la reacción de rechazo, el “no” del bebé.
Ambas situaciones, en la medida que son parte de un patrón estable de relación entre el adulto y el bebé, irán definiendo la seguridad o inseguridad para expresar los “sí” y los “no” en las distintas etapas de la vida. Es importante considerar que muchas tareas de cuidado implican hacer algo que los niños y niñas rechazan, pero el adulto puede reconocer ese rechazo, validarlo, y explicar las razones según la etapa del desarrollo. Junto con acompañar y contener en ese momento difícil para el niño o niña, reconociendo el malestar causado, no negándolo.
Es así, como desde edades muy tempranas, vamos construyendo nuestra voz, opinando y participando en espacios más allá de la familia y nuestros vínculos cercanos. Una voz que puede expresar mayor o menor seguridad en sí misma.
Consentimiento en el inicio de la vida sexual
Si bien los niños y niñas no pueden dar su consentimiento en distintos ámbitos, y son los adultos los que deben proveerlo, es necesario considerar que se encuentran en una etapa sensible para adquirir la capacidad de consentir.
Específicamente en relación con el inicio de la vida sexual, en nuestro país y de manera similar a otros de la región, se establece que las y los adolescentes desde los 14 años pueden consentir una relación sexual, pero este consentimiento no puede estar en contraposición a aquellos actos de carácter sexual con un menor de edad que son considerados delitos.
Al establecer los 14 años como la edad en que un adolescente puede dar su consentimiento para una relación sexual, se reconoce su nivel de autonomía y capacidad para ejercer su voluntad.
Que necesario e importante, es que cuenten con una trayectoria de vida que les haya permitido conocerse y ser reconocidos por sus cuidadores principales, sus educadores, sus pares, para comenzar a establecer relaciones de intimidad y pareja seguras, fruto de un sí libre, consciente y en coherencia con los propios deseos de expresar la afectividad.