En política es difícil ser coherente. Toda fuerza política visitará la contradicción. Pero es relevante preguntarse sobre el significado de una fuerza política que habita la contradicción.
En política es difícil ser competente. La tarea de gobernar es vasta, es indudable que su alcance es extraordinario y la dificultad de la eficacia debe asumirse. Pero es relevante preguntarse por el impacto que supone un gobierno altamente ineficaz.
En política es difícil no ser arrogante. La tarea de gobernar supone poder y de alguna manera es necesario que los políticos estimen muchísimo las propias capacidades. Pero es relevante preguntarse qué pasa cuando se ignoran o minimizan las críticas o cuando la conducta supone la inobservancia de reglas.
Seré honesto. Es difícil lograr ser contradictorio, incompetente y arrogante. Me refiero a que es difícil tener estos tres rasgos aguzados. Y es que, si predomina la arrogancia, normalmente el infractor de las buenas costumbres tendrá para mostrar algo, alguna obra, alguna conquista verdaderamente relevante. Y es además difícil encontrar que las personas arrogantes puedan tener la personalidad para felicitarse en medio de la contradicción, que en tiempos normales y ante personas normales produce vergüenza.
Diré entonces, no solo como analista, sino además por mi historia como el primer candidato presidencial que surgió en el Frente Amplio, que esta coalición y el gobierno de Gabriel Boric han coronado una tripleta casi imposible: la contradicción constante, la incompetencia radical y la arrogancia irrefrenable.
“Nuestra posición política es una amenaza para las elites”
Era 2013 y Giorgio Jackson decía: “la derecha ve en nosotros una amenaza porque ponemos en cuestión sus privilegios”. Y agregaba: “La política no puede ser un espacio de élites desconectadas”. En 2016 (estando subrepticiamente en el gobierno de la coalición heredera de la Concertación) iba más lejos y acusaba a la Concertación de hacer reformas cosméticas, de no aceptar reformas profundas y de conformarse por el camino de “lo posible”.
Ya con Piñera al mando, señaló “la Concertación habla de cambios ahora que no está en el poder, pero cuando lo tuvo, priorizó alianzas con grandes empresas y no con los ciudadanos”. Por entonces, en esos años, Jackson era el líder indiscutido del Frente Amplio.
Gabriel Boric era más bien su mano derecha (aunque fuese la izquierda). Boric militaba en un movimiento con tesis políticas muy distintas a las de Revolución Democrática, pero votó el 97% de las veces igual que Jackson entre 2014 y 2018. Si comparamos los niveles de coincidencia de Jackson con diputados socialistas era del orden del 85% (hay que considerar que incluso con posturas muy opuestas las coincidencias son habituales y no es raro que alguien de izquierda vote igual a alguien derecha en un 30% de las ocasiones).
Lo cierto es que Gabriel Boric militaba en forma de un autonomista, con un movimiento que admiraba el populismo de Laclau, pero votaba como Jackson, un social-liberal, incluyendo el apoyo que dijo recibir de las estructuras de Soros (confesión que a nadie importó aun cuando esté prohibido el apoyo de extranjeros a políticos nacionales). Lo cierto es que estos dos nombres (a los que hay que sumar otros como Camila Vallejo y algunos más), defendieron las siguientes tesis:
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– Que su posición política amenazaba a las elites.
– Que su posición política amenazaba los privilegios.
– Que su posición política estaba más conectada con la ciudadanía.
– Que su posición política avanzaría hacia grandes cambios.
– Que su posición política no cambiaría radicalmente estando en el poder.
Pero esto no fue lo único. En el año 2018 tanto Boric como Jackson valoraron el lema “compañera yo te creo” porque consideraban que era más que una frase, atribuyéndole la fuerza de una posición política y ética que no minimice el dolor de las víctimas de violencia de género.
Gabriel Boric agregó: “debemos estar a la altura de estas demandas”.
Si hacemos el balance al día de hoy (aunque queda más de un año de gobierno) decir que el gobierno ha estado a la altura sería una broma de mal gusto. El gobierno ha demostrado una importante desconexión con la ciudadanía en momentos críticos: en el desarrollo del proyecto de texto constitucional del primer proceso, en el llamado absurdo a un segundo proceso, en el incumplimiento de la promesa de probidad (“caso fundaciones” y “caso Monsalve”) y en la permanente autosatisfacción del gobierno por tener un 30% de apoyo de manera relativamente estable (aunque si hablamos de poner nota al gobierno, obtiene un promedio por debajo de Pinochet).
Respecto a los grandes cambios, la verdad es que solo la altisonancia ha sido relevante. El proceso político encontró a este gobierno ante el desafío de reconstruir la institucionalidad luego de la gran crisis de 2019. Era este su desafío de época: el fracaso es total. Y la situación nos ha regalado un futuro de confusión, ira y mediocridad. Respecto a la coherencia, bastará revisar mi anterior columna, de la cual esta es una continuación.
¿Y la arrogancia?
Gran asunto supone este problema. La arrogancia es siempre desagradable, pero frente al genio solemos tolerarla e incluso disfrutarla. Por supuesto, esperamos que toda persona, sin importar sus talentos, tenga algo de humildad, un barniz aunque sea. No solo es de buen gusto, es además una señal de espíritu cívico y de humanidad.
Por supuesto, en política la arrogancia es muchísimo peor si el líder es de izquierda, pues el valor central de dicha posición política es la igualdad. Y es aquí donde el Frente Amplio vuelve a visitar las más graves faltas de la política. Los actos simultáneamente arrogantes y contradictorios han estado presente con fuerza en los últimos días.
El 30 de septiembre murió un trabajador mientras trabajaba en La Moneda. ¡Un trabajador! ¡Con sobrecarga de trabajo! ¡En el palacio de gobierno! ¡De un gobierno de izquierda! Un mes antes se había logrado avanzar con una ley que profundiza la protección de trabajadores (ley 21.643, conocida como ‘ley Karin’), pero no se aplicó esta ley al caso del trabajador que murió. Solo se dispuso una investigación interna, que sería rápida, pero aún no tenemos noticias. Los comentarios de las autoridades fueron sobrios, incluso fríos. Esto fue solo el prólogo.
El Presidente Gabriel Boric superaría toda expectativa el 18 de octubre cuando decidió maltratar a su jefa de prensa frente a todo Chile. Tampoco hubo ley Karin. Pero en su comparecencia pública, enfrentado al reto de responder a los periodistas, sencillamente dio muestra de una arrogancia infundada. Y es que consideró que sus palabras, sus vagas y contradictorias respuestas y sus análisis; serían nada menos que el antídoto a una gran crisis. Ocurrió lo que pasa cuando la arrogancia llega al delirio: negó la realidad.
Cuando creyó estar dando un trato igualitario a la posible víctima y al posible victimario, en realidad defendió al posible victimario; cuando creyó que estaba haciendo que las instituciones resolvieran el entuerto, lo que hizo fue debilitarlas y consignarlas frágiles e impertinentes.
Pero esto fue solo el principio.
La secretaria de estado del Ministerio de la mujer y la equidad de género, Antonia Orellana, decidió sacrificar toda convicción igualitarista cuando dijo: “No estamos hablando de un portero de un servicio público, estamos hablando nada más y nada menos que….” En este punto la interrumpió el periodista, pero la frase terminaría aludiendo al alto cargo de Manuel Monsalve.
Se refería indudablemente a que se requiere un trato diferente cuando se trata de una figura pública de alto perfil como un ministro. En contraste, una denuncia contra una persona de menor perfil (como un portero) parece, según esta lógica, no requerir el mismo nivel de cuidado en la verificación o la recopilación de antecedentes. Así las cosas, la ministra está sugiriendo que se debe actuar con más cautela y reunir más antecedentes en el caso de una denuncia contra un ministro, mientras que en el caso de un portero, no se requeriría el mismo nivel de escrutinio. Este enfoque implica un tratamiento distinto, dependiendo del poder o influencia del acusado, lo que podría derivar en que los casos contra figuras públicas se manejen con más lentitud o precaución que aquellos contra personas con menos notoriedad. Esto es lo que implican los dichos de Orellana. He puesto en cursiva el texto porque no es mi análisis, sino un ejercicio de desambiguación hecho con inteligencia artificial.
El comentario es peyorativo y, tratándose de los principios del estado de derecho, es un comentario que lo violenta. Pero probablemente sea más patético el nivel de arrogancia de la frase. La idea de un tratamiento distinto a las autoridades respecto al resto de la población se trasluce con claridad. Y lo dice una autoridad, quien parece tener la expectativa de un trato diferenciado.
Antonia Orellana está diciendo que somos todos iguales, pero que hay quienes son más iguales que otros. ¿Puede ser un mero accidente? ¿Puede ser un desencuentro idiomático? Desgraciadamente las alocuciones arrogantes desde el gobierno y en la historia del Frente Amplio han sido frecuentes en sus más altos cargos.
Podemos recordar a Miguel Crispi en una intervención ante el Congreso Nacional en 2023 por el caso Hermosilla. En esa ocasión Miguel Crispi defendió la contratación por su parte del abogado Luis Hermosilla, argumentando que, debido a la naturaleza de su cargo y la importancia del asunto legal en cuestión, necesitaba contar con un abogado de “ese nivel”.
En concreto, la cita exacta es: “Contratamos a Luis Hermosilla porque necesitábamos al mejor abogado, y siendo el asesor del presidente merecía un abogado de ese nivel”. Es decir, Crispi señala que debido a su cargo, él se merecía un gran abogado. Seguramente la familia del trabajador que murió en La Moneda no merece un abogado tan bueno.
En “El extranjero” de Albert Camus, el abogado defensor de Mersault critica al acusador por insistir en la frialdad del acusado ante la muerte de su madre y no referir al crimen del árabe. Se pregunta el abogado defensor si están en el tribunal para juzgar a Mersault por el asesinato o por el entierro de su madre. Y el fiscal contradice señalando que están ahí para juzgar que el asesinato del árabe se hizo con la misma alma fría con la que se enterró a la madre. Pues bien, ese mismo fiscal podría decir que el esquema de “Democracia viva” o que la conducta protectora a Monsalve del Presidente Boric en las primeras 48 horas bien podrían representar la misma arrogancia, la misma sobravaloración de sí mismos, que se encuentra en las frases de Orellana y Crispi.
Las frases de este nivel de arrogancia no han sido esporádicas. Desde el mundo frenteamplista ha sido más bien una constante la aparición de miradas apologéticas de sí mismos. Un breve recuento refrescará la memoria:
Giorgio Jackson: “Tenemos un nivel de superioridad moral”. En una entrevista televisada en 2022, el ministro Giorgio Jackson afirmó que su generación tenía “una escala de valores y principios diferentes”.
Gabriel Boric: “No tenemos nada que aprender de la Concertación”. Esto dijo durante su campaña y en los primeros meses de su gobierno, Boric afirmó que su generación no necesitaba replicar los aprendizajes de los gobiernos de la Concertación. Por supuesto, siempre Gabriel Boric presentará forzosamente su doble opuesto, por lo que incluso antes de decir que no había nada que aprender de la Concertación, ya había señalado el defecto de la arrogancia frenteamplista de “creer que la historia parte con nosotros” (2016).
Juan Ignacio Latorre: “Nosotros somos los verdaderos transformadores”. El senador del Frente Amplio ha hecho varias declaraciones subrayando que su coalición es la única con una propuesta real de transformación profunda del país.
Diego Ibáñez: “hoy la democracia se ha convertido en una pelea de audiencias, cada uno tiende a hablarle a sus propias audiencias… Yo soy del Frente Amplio, le voy a hablar a los jóvenes; yo como PPD le quiero hablar… no sé, a un centro espurio” (febrero 2023).
Estas son algunas de las frases que revelan la sistemática arrogancia que ha obstaculizado la comprensión de escenarios desde el Frente Amplio.
¿Qué es peor? ¿La contradicción? ¿La incompetencia? ¿O La arrogancia?
Fracasar y contradecirse no suelen ser motivo de orgullo, pero quizás con un poco de arrogancia se consigue tener un cierto garbo ante el fracaso y la contradicción.
Volvamos a la pregunta con la que comenzamos. ¿Qué es peor? ¿La contradicción? ¿La incompetencia? ¿O La arrogancia? No tengo aún una respuesta. Pero sí creo que otorga una osadía sobresaliente el mantener la arrogancia cuando ella se basa solo en una línea de crédito y no en una cuenta corriente.
Finalizo con una frase final: casi diez días después de que el Presidente Gabriel Boric supiera de la denuncia a Monsalve señaló que le creía a la víctima. Esa situación es el mejor resumen de la contradicción (porque protegieron a Monsalve al principio), la incompetencia (porque nunca entendieron cómo afrontar el caso) y la arrogancia (porque nadie puede decir que cree sinceramente en una culpabilidad si su creencia solo ha crecido en la medida que paga costos).