Por lo visto, la displicencia, la ignorancia, la cobardía, la arrogancia, entre muchísimas otras piedras del deconstruccionismo cultural, están incrustadas en las mentes y corazones de quienes ostentan actualmente el poder.

A tenor de los hechos acaecidos en estas últimas semanas y teniendo a la vista la seguidilla de escándalos que incluyen y salpican a jueces, políticos, empleados públicos y un largo etcétera, se ha generado una larga y abultada cuenta que termina pagando adivine quién. Sí, ese mismo, el ciudadano de a pie. El que no tiene cómo defenderse porque, los que se supone tienen que cuidarlo y trabajar por el bienestar común, están muy concentrados succionando los recursos públicos para satisfacer sus propios intereses. Cabe, en consecuencia, preguntarse si estamos en una crisis ética nacional.

Crisis ética: Putrefacción política y social

Quien lea esta reflexión y me haya escuchado o leído, sabrá que soy un acérrimo, enconado crítico y detractor de este gobierno. Lo considero una triste e ignominiosa expresión de la descomposición ética y moral de la sociedad chilena. Basta conectarse con cualquier medio de comunicación para comprobar el estado de putrefacción política y social que nos rodea.

Así es señor lector, podemos percibir el resultado, pero no el origen.

Intento seguir la línea de causalidad, así como de responder, ¿cuándo el profesional, técnico, maestro, etc. dejó de hacer concienzudamente bien lo que le corresponde? Es decir, ¿cuándo se enturbió el ejercicio ético de la profesión, oficio, función, etc.?

Siempre he sostenido que, siendo observante de las virtudes, se puede alcanzar un mayor grado de felicidad, sabiendo que uno entrega lo mejor de sí para el bienestar común. O sea, hacer bien la pega con convicción.

Mayor es la responsabilidad a medida que se eleva el cargo y en especial en la administración política del Estado. Esto requiere, al menos para mí, especial atención. No en pocas ocasiones habrá usted escuchado que los servidores públicos están para servir y no para servirse del Estado. No puedo estar más de acuerdo con ello, sin embargo, la realidad nos enrostra permanentemente lo contrario.

A modo de ejemplo, me pregunto, que diría Francisco de Vitoria, precursor de los manoseados y obscenamente utilizados Derechos Humanos, que perseguía darle una mirada más humana al derecho y la justicia, para que estuvieran precisamente al servicio del ser humano, al ver que hoy en Chile representado por el “célebre” Instituto Nacional de Derechos Humanos, es en la práctica, un instrumento para mezquinos fines ideológicos de un sector político, que usted ya adivinará de cuál se trata. Estos personajes han escrito tristes y escandalosos capítulos de nuestra más reciente historia.

Responsables en todos los sectores del espectro político nacional

¿Cuándo dejó de ser la persona la finalidad del servicio público y se convirtió en un medio para la conquista del poder? ¿Cuándo el deber y la ley moral dejaron de ser el sustento de las acciones de los servidores públicos? O acaso, ¿la autonomía de los actores del servicio público dejó de alimentarse del anhelo del “correcto deber ser” para mutar en un triste “es lo que hay”?

Por lo visto, la displicencia, la ignorancia, la cobardía, la arrogancia, entre muchísimas otras piedras del deconstruccionismo cultural, están incrustadas en las mentes y corazones de quienes ostentan actualmente el poder. Aunque para ser justos, cabe destacar que no son los creadores de la decadencia, sino más bien, los herederos. En este camino de la “mala educación” encontramos responsables en todos los sectores del espectro político nacional.

Como parlamentario en ejercicio y político quisiera compartir, a modo de epítome, algunas reflexiones hechas por el cardenal Mazarino, que muy acertadamente proponen «El deber ser de los políticos». Lo primero es conocerse a sí mismo y someterse a examen de conciencia permanentemente, de esta forma, uno puede estar mejor preparado ante una adversidad. En ello, la mesura y la discreción son fundamentales.

De la misma forma, ha de saber quien gobierne, que el vicio y la tosquedad son muy malos consejeros para conservar el poder. Por el contrario, el trabajo honrado, el mérito, la virtud y el verdadero patriotismo son las mejores credenciales de un buen servidor público. Créanme señores del gobierno, la gente lo reconocería y agradecería muchísimo.

Si a usted señor lector le parece extraño lo que escribo, es posible que haya sido absorbido por la crisis ética en que nos encontramos. De paso le cuento que no soy yo el autor de estos pensamientos, más bien un admirador y un esforzado seguidor, pues, muy consciente mi naturaleza humana, sé que cada día, es una lucha por la superación.