Desde esta perspectiva, al analizar la relación en materia antártica entre Chile y Argentina, debemos distinguir entre dos horizontes temporales. Por una parte, el largo plazo, que pudiera comprender hasta fines de este siglo XXI o incluso más allá. Por otra, el corto plazo, la contingencia del día a día en los años inmediatos.
Si bien el Sistema del Tratado Antártico ha sido un régimen internacional muy exitoso, es altamente previsible que, en el largo plazo, bajo los efectos del impacto del cambio climático, junto al crecimiento demográfico desigual entre áreas del planeta y la escasez de recursos, se produzcan modificaciones relevantes en los equilibrios geopolíticos existentes.
Potencias mundiales mirando a la Antártica
Crecientemente, se verá un mayor interés de las potencias mundiales por la Antártica, el que de hecho siempre ha sido significativo. En este contexto, parece evidente que países como Chile y Argentina, y más allá de las ventajas derivadas de su cercanía con la península antártica (desde Punta Arenas y Puerto Williams, y desde Ushuaia, respectivamente), estarán en una posición desmejorada.
Ellos ocupan, actualmente, las posiciones número 65º y 35º en el número de habitantes entre los países del mundo, en ambos casos condicionados, además, por un importante proceso de envejecimiento de su población. En cuanto al producto interno bruto a valores de paridad de poder adquisitivo (PIB-PPA), por considerar otro índice relevante y de fácil comparación, Chile y Argentina corresponden a los puestos 44º y 28º a nivel mundial.
El problema, como es sencillo advertir, es que algunos de los países que tradicionalmente o en el último tiempo han mostrado su interés por influir en la gobernanza de la Antártica o en la explotación de sus recursos, tienen un peso relativo mucho mayor.
Considerando los mismos criterios, están los casos de la India (1º en población mundial y 3º en PIB PPA), China (2º y 1º), Estados Unidos (3º y 2º), Pakistán (5º y 22º), Brasil (7º y 8º), Rusia (9º y 5º), Japón (12º y 4º), Turquía (18º y 11º), Alemania (19º y 6º), Reino Unido (22º y 10º), Francia (23º y 9º), Sudáfrica (24º y 27º) y recientemente Arabia Saudita (42º y 17º), entre otros. Dentro de los países más influyentes en el Sistema del Tratado Antártico, no está demás resaltar, se encuentran los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, situación que ciertamente no ostentan ni Chile ni Argentina. Ello marca por sí solo la diferencia de estatura geopolítica que estos últimos tienen respecto a otros actores antárticos relevantes.
La Antártica y una necesaria alianza chileno-argentina
El punto, como resulta obvio, es que ante un incremento en el interés de las mayores potencias mundiales por la Antártica, Chile y Argentina no tendrán muchas más alternativas, para defender sus propios e individuales intereses, que, revitalizando las imágenes de O’Higgins y San Martín, colaborar y cooperar entre ellos.
Eso fue, de hecho, lo que hicieron a mediados del siglo XX, cuando se discutía sobre la Antártica sudamericana y ambos países debieron defenderse, en forma independiente pero coordinada, frente a la demanda británica ante la Corte Internacional de Justicia (1955). Un adelanto de esta actitud fue el reconocimiento recíproco de sus territorios antárticos no superpuestos y el compromiso de defender en forma conjunta sus derechos en tanto no se delimitaran de común acuerdo los espacios polares (Declaraciones Juliet-Bramuglia, 1947 y Vergara-La Rosa, 1948).
Es claro que lo anterior posee múltiples complejidades, pero si pensamos en los desafíos para la gobernanza antártica que se prevén para la segunda mitad de este siglo XXI, la idea de una alianza chileno-argentina sigue pareciendo natural y necesaria.
Una historia de colaboración y controversias soberanas
Sin embargo, esta mirada a largo plazo no puede hacernos olvidar las dificultades del día a día. Tampoco podemos omitir las complejidades de una relación que, para Chile, comprende de modo inseparable lo austral y lo antártico (el espacio comprendido entre el golfo de Corcovado y el Polo Sur), y que, para Argentina, es indivisible de su controversia con Reino Unido por las islas Falkland/Malvinas y otras islas del Atlántico Sur.
Es un hecho que la vinculación entre ambos países ha alternado históricamente periodos de cooperación con otros de competencia e incluso de conflicto, o combinado materias en las que se colabora con otras en las que se disputa. Asimismo, en los diversos niveles de contacto – político/diplomático, científico o de tipo operativo (principalmente a través de sus fuerzas armadas) –, la confianza o la capacidad de actuación conjunta no se da de manera necesariamente equivalente. De este modo, una situación que por lo general puede catalogarse de buena, está no obstante salpicada de incidentes y bravatas.
Las controversias soberanas antárticas, surgidas de la superposición parcial de sus territorios, fueron suspendidas por el Tratado Antártico. Pero ellas no están resueltas. Por el contrario, ambos países orientan sus políticas antárticas hacia la consolidación de su respectiva soberanía, sin perjuicio de respetar el modus vivendi existente y el uso exclusivamente pacífico del continente austral. A mayor abundamiento, como el área de eventual fricción no solo comprende los espacios propiamente antárticos, sino que también los territorios americanos desde los que ambos Estados proyectan su acción polar, la posibilidad de eventuales conflictos es mucho mayor.
Cualquier entrevero que afecte al estrecho de Magallanes, al canal de Beagle, al cabo de Hornos o a la plataforma continental austral, se transforma también de modo directo o indirecto en un problema antártico.
La diplomacia no soluciona las controversias, las gestiona
Igualmente, cada tanto hay acciones o declaraciones derivadas de las necesidades de la política doméstica de cada uno de estos países, que terminan también eclipsando la relación bilateral antártica. A ello se suma el que muchos líderes políticos, en ambas bandas de la cordillera, tienden a exacerbar estos conflictos, en vez de invitar a sus pueblos a levantar la vista y apreciar quiénes son los verdaderos adversarios.
La pregunta es cómo arbitrar estos conflictos contingentes sin perder de vista la necesidad de mantener un nivel tal de relaciones que permita sustentar una acción de largo plazo. Esto parte por admitir que, muchas veces, la diplomacia no soluciona las controversias, sino que simplemente las gestiona. Será el paso del tiempo, los cambios imperceptibles pero incesantes en la sociedad y el devenir histórico, los que lograrán pacificar los ánimos y consolidar las situaciones.
Como fuera, parece evidente que tanto Chile como Argentina, sus élites y grupos gobernantes, sus cancillerías y ministerios de defensa, incluso sus comunidades académicas, deben madurar y propender hacia una relación verdaderamente seria. Una donde, con honestidad y firmeza, pero también con buena fe, visión de futuro y realismo, se busque avanzar en una acción bilateral de mutua conveniencia. Debe evitarse caer en un juego de ganar pequeñas ventajas o de satisfacer intereses espurios. El ejemplo de Alemania y Francia, enfrentados durante el siglo XX en dos guerras mundiales, con millones de víctimas, es un caso que merece ser estudiado, observado y seguido.
El hecho de que, afortunadamente, todavía la gobernanza global mantenga a la Antártica en una situación excepcional, que el Sistema del Tratado Antártico opere regularmente bien y que no se hayan desbordado aún los apetitos extractivistas sobre su naturaleza mayormente virgen, es, paradójicamente, un desincentivo para que Chile y Argentina asuman con responsabilidad los escenarios geopolíticos que se vislumbran.
Chile y Argentina: una relación que debe cuidarse con delicadeza
Aún no se considera que el actuar mancomunadamente tiene un cierto carácter imperioso. Todavía no se entiende, ni allende ni aquende los Andes, que nuestra relación vecinal (antártica y en general) debe cuidarse con especial delicadeza, prudencia y buen tino; que hay una cordillera que, lejos de separarnos, une nuestros destinos irremediablemente.
Y no se vaya a creer que quien escribe estas líneas promueve algún tipo de idealismo naif. Por el contrario, estas consideraciones se fundan en el más profundo realismo (uno de miradas amplias, por cierto) y en la lógica de la necesidad. Parecerá contradictorio, pero es precisamente para defender “nuestra” Antártica que necesitamos tener una muy buena relación con Argentina. Y, por cierto, ello no es fácil ni automático.
Volvamos a la historia: La falta de proactividad e interés en llevar a buen término en 1906 las negociaciones para delimitar los territorios chileno y argentino en la Antártica Sudamericana, fue lo que dio espacio a Reino Unido para promulgar sus cartas-patente de 1908 (enmendadas en 1917). No vaya a suceder que la carencia de voluntad política e inteligencia para desarrollar en este siglo XXI una relación robusta y basada en la confianza mutua, nos exponga a que otras potencias globales nos desplacen de los puestos de privilegio que ostentamos en el quehacer antártico.
Todas las pequeñas peleas entre Chile y Argentina no harán más que hacernos perder energía y distraernos del verdadero objetivo a largo plazo: cómo asegurar que, en cualquier escenario futuro, seguiremos siendo protagonistas imprescindibles de todo cuanto acontezca en el Sexto Continente. Debido a que Argentina cuenta con una población y riqueza nacional mucho mayor, Chile tiene un desafío adicional. Para equiparar tal desigualdad debemos ser mucho más proactivos, más diligentes, más eficientes.
Siguiendo la famosa teoría de Einstein, la única manera de generar una cierta equivalencia es compensar la mayor “masa” de Argentina con un mayor “movimiento” por parte de Chile.
Como decíamos, esta relación bilateral jamás ha sido, ni será, sencilla. Sin embargo, vista en la perspectiva del largo plazo, ella parece imprescindible. Se requerirá de mucha habilidad política y mentalidad estratégica para consolidarla, para resolver de la mejor manera posible las contingencias de los tiempos inmediatos sin olvidar lo que de verdad está en juego. ¿Seremos capaces de lograrlo?