Los incentivos positivos pueden reemplazar los criminales si el niño percibe que tienen el mismo valor en términos de estatus y oportunidades.
En el último tiempo hemos conocido en el país, una importante cantidad de eventos violentos que pueden asociarse a pugnas de estructuras criminales por el control de territorio o por imposición dentro de mercados ilícitos, eventos que han tenido como protagonistas a niños, niñas y adolescentes, ya sea como víctimas o victimarios.
Estas noticias reflejan una preocupante realidad que se extiende por toda América Latina: el reclutamiento de menores en dinámicas criminales, ya sean de estructuras básicas o de crimen organizado.
Factores que propician el reclutamiento de niños por el crimen organizado y sus “roles”
En Ecuador, esta situación es particularmente grave. Durante una reciente visita al país, observé un consenso entre policías, académicos y docentes sobre cómo las prolongadas disputas entre bandas criminales están utilizando a niños como mano de obra, aprovechando su vulnerabilidad y una legislación funcional que garantiza impunidad a sus objetivos criminales.
Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables al reclutamiento por parte de organizaciones criminales debido a una combinación de factores socioeconómicos, psicológicos y contextuales. Muchos provienen de contextos de pobreza, exclusión social o familias disfuncionales, lo que los hace más susceptibles a las promesas de dinero fácil, estatus y seguridad que las organizaciones criminales suelen ofrecer. La falta de oportunidades educativas y laborales también juegan un papel clave.
Los menores desempeñan diversas funciones dentro de organizaciones delictuales. Al principio, son asignados a tareas de vigilancia y gradualmente se les otorgan responsabilidades mayores como la venta de drogas o el cobro de extorsiones, algunos de ellos incluso son utilizados como transportistas de drogas, armas o explosivos, pero lo más preocupante es su utilización como sicarios. En el caso de las niñas, muchas son dramáticamente explotadas sexualmente o forzadas a ser parejas de los líderes de las bandas.
Víctimas del poder creciente del crimen organizado
Transversalmente, en muchos casos en la región y también en Chile, hemos observado como actores políticos o sociales pueden simplificar la participación de jóvenes en actividades criminales, calificándolos solo como “asesinos” o “criminales”. Sin embargo, esta es solo una parte de la realidad.
Detrás de este fenómeno se esconde una problemática más profunda: muchos de estos jóvenes son también víctimas atrapadas por el poder creciente de las bandas criminales, que los reclutan mediante incentivos económicos, o solo al ofrecerle un sentido de pertenencia y seguridad que el Estado o la sociedad no logra ofrecer. En ese contexto, la asociatividad criminal se normaliza o se percibe como una opción viable.
En algunos casos, el reclutamiento es forzado, lo que agrega un elemento más trágico a esta nueva dinámica del crimen organizado. Aquellos que no son persuadidos por promesas, son amenazados con violencia hacia ellos o sus familias, profundizando su vulnerabilidad.
En Chile, se debe prestar atención a este fenómeno. Hoy se observa en redes sociales o en la semiótica criminal en barrios, elementos que podrían configurar la existencia de “protopandillas” identitarias formada por jóvenes y niños chilenos o de hijos de extranjeros que comparten una sensación de marginalidad, falta de pertenencia y la violencia como una forma de resolver disputas cotidianas, condiciones similares a las que impulsaron estructuras criminales en Ecuador y Centroamérica.
Aunque no existen cifras oficiales sobre el reclutamiento infantil en Chile, debemos avanzar en ese estudio, los datos de homicidios y detenciones de menores podrían ayudar a dimensionar el problema, la situación de los Centros de Internación Provisoria, sumando las estadísticas de descolarización -tan evidentes desde la pandemia- aunque no tengamos certeza que dichas cifras reflejen la realidad en los barrios y las aulas.
Lo que es innegable para todos, es que la educación es una herramienta clave en la lucha contra el crimen organizado, y no reconocerlo sería reducir el problema a una visión abrumadoramente simplista.
Contrarrestar los incentivos que se perciben como positivos
Si realmente queremos enfrentar el crimen organizado de manera efectiva, debemos abandonar la idea de que se puede resolver únicamente a través de la represión y el castigo, especialmente si no hemos resuelto el problema carcelario. Necesitamos políticas que no solo se enfoquen en atacar las manifestaciones visibles del crimen, sino que intervengan en los ecosistemas que lo alimentan.
En materia del reclutamiento temprano de niños y adolescentes, la clave está en contrarrestar los incentivos que el niño percibe como positivos, ofreciendo alternativas legítimas que le proporcionen seguridad, pertenencia y reconocimiento. La necesidad de crear espacios seguros y alternativos donde pueda recibir modelos de comportamiento prosociales, morales y orientados hacia la legalidad. Esto implica el refuerzo de programas comunitarios y educativos sostenibles, sustentables y especialmente realizado por profesionales y que sean continuamente evaluados.
Los incentivos positivos pueden reemplazar los criminales si el niño percibe que tienen el mismo valor en términos de estatus y oportunidades.
Educación cívica orientada a la legalidad desde edades tempranas, programas comunitarios que fortalezcan el capital social o desarrollen habilidades de autocontrol, y reformas institucionales que aumenten la confianza en el Estado, son solo algunos de los pasos necesarios para desmantelar los incentivos criminales en sus múltiples niveles. Es un trabajo que requiere tiempo, compromiso y, sobre todo, una comprensión profunda de que el crimen organizado no es solo una cuestión de malas elecciones individuales, sino de factores sociales.
La familia como primera barrera
Es importante mirar la experiencia del programa “Escuelas Abiertas” en Brasil, donde se articulan con éxito tres dimensiones claves: jóvenes, comunidad y escuela o en la educación para la legalidad del Ministerio de Educación y Mérito de Italia.
Los padres, tutores y la familia son la primera barrera contra la oscuridad de este virus que busca atraparlos, hay que mostrarles que hay caminos de esperanza, oportunidades y sueños por los que vale la pena luchar, que van más allá de unas zapatillas de marca o el dinero proveniente de un circuito de sangre.
Es sin duda un trabajo de la sociedad en su conjunto, proteger el futuro de nuestros jóvenes, devolviéndoles la fe en ellos mismos, pero también en el mundo que los rodea.