Este Pacto corre el riesgo de generar una gran frustración y ser una oportunidad perdida. Debería tener la misma fuerza moral y política, y la claridad estratégica, con que se suscribieron la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos después de la II Guerra Mundial. Las situaciones no son idénticas, pero de igual dramatismo y urgencia.

Por Héctor Casanueva
Profesor e Investigador del Instituto de Análisis Económico y Social (IAES), Universidad de Alcalá. Exembajador de Chile.

Las Naciones Unidas celebrará este mes en Nueva York la “Cumbre del Futuro”, con el lema “Soluciones multilaterales para un mañana mejor”. Se trata de una potente y arriesgada apuesta del incansable Secretario General, Antonio Guterres, apoyada desde el inicio por nuestro país.

Guterres ha sido durante estos últimos años la voz y conciencia en el multilateralismo acerca de los riesgos estratégicos y existenciales que enfrenta la humanidad. Pero parece una voz que clama en el desierto, por los hechos y las omisiones de algunos gravitantes estados miembros con los compromisos asumidos con la Agenda 2030 y los acuerdos sobre cambio climático, financiación del desarrollo y migraciones, la deriva de inseguridad global desatada por las guerras de Rusia con Ucrania y de Israel con Hamas, y sobre todo por la falta de conciencia del curso de extinción en el que puede entrar la humanidad. Nada hay de ultra dramatismo en estas afirmaciones.

Voluntades políticas puestas a prueba

La Cumbre es un evento de alto nivel que reúne a los dirigentes mundiales para forjar un nuevo consenso internacional a fin de mejorar el presente y salvaguardar el futuro. La iniciativa ha contado con el apoyo de países generalmente sensibles a esta urgencia, entre ellos, Chile, y ha sido convocada incluso a contrapelo de algunos estados que no quieren ceder privilegios, hegemonía e influencia, pero que sin más remedio se suman sin mucho convencimiento.

Su real voluntad política será puesta a prueba en el texto que se apruebe. En palabras de Guterres, se trata de una oportunidad única, tal vez la última, para reafirmar la Carta de las Naciones Unidas, revitalizar el alicaído multilateralismo, implementar los compromisos existentes, y acordar soluciones a nuevos desafíos.

Según lo programado, el resultado fundamental de la cita sería la adopción de un Pacto por el Futuro, en el marco cinco prioridades: Nueva Agenda para la Paz; Impulsar los Objetivos de Desarrollo Sostenible; Pacto Digital Mundial; un órgano asesor de la IA; Pacto de Solidaridad Climática.

Junto con el Pacto por el Futuro, se contempla un Pacto Digital Global, una Declaración sobre las Generaciones Futuras, y el reforzamiento de la organización para una “ONU 2.0” fuerte en innovación, data, digitalización, ciencias del comportamiento y prospectiva.

La introducción de una “cultura prospectiva”, en la ONU, recogida en las prioridades para esta Asamblea, es un tema que emergió con fuerza a raíz de la pandemia, impulsado por organizaciones como The Millennium Project (a la que pertenece el Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia), la World Futures Studies Association, la World Academy of Art and Science, universidades como Oxford, Cambridge, Stanford, Externado, y asociaciones como RIBER y Profesionales Futuristas.

Según Guterres, “inculcar una cultura prospectiva significa dotarnos de las capacidades necesarias para discernir las tendencias emergentes, anticipar los cambios potenciales, responder de manera proactiva y preparanos para una variedad de futuros posibles”. Es la misma línea que hemos seguido en nuestro trabajo conjunto con la Comisión de Desafíos del Futuro del Senado de Chile en la presentación del proyecto de ley para crear la Agencia de Futuro Estratégico que oriente las políticas públicas del presente.

Un pacto correcto, pero sin voluntad de cumplimiento

Pero este puede ser un pacto políticamente correcto, pero sin real voluntad de cumplimiento. El texto propuesto hasta ahora refleja las principales preocupaciones en cuanto a los desafíos globales, las amenazas estratégicas y existenciales que deben abordarse hacia el futuro. Contiene afirmaciones y puntos de vista con los que nadie podría estar en desacuerdo. Sin embargo, las propuestas carecen de la suficiente profundidad y nivel de compromiso para que el Pacto sea efectivamente un cambio sustantivo, una corrección del rumbo, y nos permita entrar en una nueva era de paz, desarrollo y cooperación, como fue planteado al inicio.

Además de reafirmar los compromisos con la Agenda 2030, el Acuerdo de París sobre cambio climático, Addis Abeba sobre financiación del desarrollo y Marraquech sobre migraciones, en materia de paz y seguridad urge reformar el Consejo de Seguridad, ampliar su membresía e incorporar dentro de sus competencias nuevas amenazas a la paz y la seguridad.

En Ciencia, tecnología e innovación, falta mayor atención al desarrollo y aplicación de la Inteligencia Artificial General y la posible Súper IA, para lo cual no es suficiente la Resolución recientemente aprobada, se requiere de una Convención vinculante. En cuanto a la democracia, falta en el texto una decisión concreta, visible y clara, respecto de su protección como una responsabilidad multilateral de las Naciones Unidas.

Este Pacto corre el riesgo de generar una gran frustración y ser una oportunidad perdida. Debería tener la misma fuerza moral y política, y la claridad estratégica, con que se suscribieron la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos después de la II Guerra Mundial. Las situaciones no son idénticas, pero de igual dramatismo y urgencia.

Ante estas coyunturas existenciales, solo caben compromisos de este nivel. De una crisis existencial nadie se salvaría.