No cabe duda que los altos niveles de violencia y el avance del crimen organizado son una inquietud que obliga a mantener el tratamiento de este tema como una prioridad de Estado. Esto, por el impacto multidimensional que tiene este flagelo para el país en términos sociales y económicos. Sin embargo, hay un fenómeno más de fondo que explica por qué llegamos hasta acá y estamos transitando este complejo escenario.

La respuesta es el octubrismo, esa insurrección callejera digitada hace 5 años por grupos de izquierda radical, que lograron, en cierta medida, disfrazar su verdadero objetivo de desbancar a un gobierno legal y legítimamente elegido, haciéndolo pasar como parte de un estallido social espontáneo, derivado de un supuesto malestar ciudadano larvado en las `inequidades´ del actual sistema de desarrollo chileno.

Aunque una gran mayoría de chilenos logró despertar a tiempo de ese influjo subversivo, rechazando mayoritariamente, hace 2 años, el intento refundacional de Chile impulsado por esa misma izquierda radical mediante la Convención Constitucional, el octubrismo continúa activo y no deja de anhelar que en algún momento podrá retomar nuevamente su intentona golpista.

Con el gentil auspicio de quienes están hoy en La Moneda

El violento ataque a algunas comisarias, ocurridos en días recientes, dan cuenta de que los soldados de la revuelta se mantienen listos y dispuestos a movilizarse cuando sus fines tácticos así lo demandan. No es casualidad que los ataques a recintos policiales los cometieran el mismo día que se cumplió el segundo aniversario del triunfo inapelable del Rechazo. Son acciones simbólicas que buscan enviar un mensaje y dar cuenta de que están replegados, pero siguen ahí, a la espera del momento propicio para volver a actuar.

No cabe duda que estos incidentes son la antesala de los actos de violencia que tienen preparados para las vísperas de un nuevo 11 de septiembre y para el quinto aniversario del fracasado golpe de Estado que pretendieron dar.

El problema es que nadie se está haciendo cargo de este asunto, que dice relación con una cultura instalada desde 2019, con el gentil auspicio de quienes están hoy en La Moneda, que valida y respalda la violencia para alcanzar fines políticos, sociales y económicos.

Esto tiene como resultado un notorio debilitamiento del Estado de derecho, lo que ha sido aprovechado por las bandas criminales nacionales y transnacionales para desplegarse y operar en todo el territorio, con las consecuencias que observamos a diario.

Tampoco es casualidad que pese a que hoy las condiciones de Chile son por lejos mucho más precarias que las que reclamaba la izquierda radical cuando Sebastián Piñera era Presidente en su segundo mandato, hoy no se ve a esas hordas de violentistas en las calles exigiendo al actual gobierno que mejore las condiciones de vida.

El octubrismo sigue activo

Tampoco es ingenuo preguntarse, ¿dónde están las organizaciones de salud ante la severa crisis del sistema que se ha profundizado desde que el Frente Amplio y el Partido Comunista tomaron la conducción del país? ¿Y los profesores ya no marchan ante el pronunciado deterioro de la educación pública con niveles desbordados de violencia en las aulas? ¿Y dónde está la CUT ante el debilitamiento del mercado laboral y el fuerte crecimiento del empleo informal carente de protección social?

La respuesta a esto la explica la connivencia ideológica entre quienes gobiernan hoy y aquellos que digitaron esas movilizaciones aprovechadas por los más radicales para intentar incendiar Chile por los cuatro costados. Revisen la militancia de los dirigentes que encabezan esas agrupaciones gremiales y entenderán por qué esta inexplicable incongruencia.

Con todo, enfrentar los actuales niveles de inseguridad que exhibe el país, y recuperar el Estado de derecho, pasa obligatoriamente porque se termine este pacto tácito que se configuró con el octubrismo, entre la izquierda frenteamplista comunista y los grupos violentistas radicalizados que hicieron el trabajo sucio y cuyos cuadros territoriales no han dejado de prepararse para cuando definan la hora de una nueva asonada.