Desde el año 2020 el Congreso discute el proyecto de ley que tipifica y sanciona la violencia digital. Luego de 5 años este proyecto podría salir finalmente a la luz y darnos una legislación que tipifica y penaliza esta forma de violencia. En estos cinco años de trámite legislativo, el hostigamiento y la agresividad en redes sociales no parece haber menguado. Al contrario: la violencia digital ha ganado prominencia como una de las dinámicas más comunes de la vida digital. Es un hecho que las personas que participan activamente en redes sociales deben enfrentar crecientes niveles de acoso, ofensas, agresiones y hostilidad.

Raimundo Frei
Universidad Diego Portales y Núcleo Milenio en Desigualdades y Oportunidades Digitales
Ingrid Bachmann
Pontificia Universidad Católica de Chile y Núcleo Milenio en Desigualdades y Oportunidades Digitales

En una sociedad que se digitaliza aceleradamente —con la invasión de pantallas móviles en las calles, hogares, plazas, lugares de trabajo, espacios privados y públicos— es difícil pensar en una separación estricta entre lo virtual y lo offline.

El hecho que estemos más conectados y que personas de todas las edades —desde niños hasta ancianos— pasamos tantas horas mirando pantallas nos obliga a pensar en dos aristas de la violencia digital: por un lado, cómo se conectan con otras dinámicas de violencia que se despliegan en la vida social (por ejemplo, en los hogares, las escuelas o el espacio público), y, por otro lado, qué características o dinámicas particulares posee esta forma de agresividad que se vive en el mundo digital.

Tecnologías que amplifican la violencia

Las nuevas tecnologías pueden amplificar formas conocidas de violencia, así como crear otras nuevas. Esto implica tomar en serio el impacto y consecuencias en las vidas de las personas cuando sufren episodios de ciberodio, pornografía no consentida o publicación de información personal en internet (doxing), por mencionar algunas instancias.

En el marco del Núcleo Milenio de Desigualdades y Oportunidades Digitales (NUDOS) hemos comenzado a cruzar distintas fuentes de investigación con datos cuantitativos y cualitativos que nos den luces sobre la complejidad de este fenómeno. Hay al menos cuatro puntos importantes que emergen en nuestra búsqueda y trabajo de investigación:

1. Diversos indicadores apuntan a que al menos un tercio de la población ha sufrido alguna experiencia de violencia digital. En el último SIMCE, por ejemplo, un 25% de los estudiantes en Chile observó que alguien enviaba contenidos sexuales para molestar a un compañero, y un 59% presenció insultos, ofensas o mensajes o comentarios en las redes sociales que ridiculizaban a otro estudiante.

En el estudio Kids Online 2022, se observa que los tratos ofensivos por Internet aumentaron de un 20% a un 35% entre 2016 y 2022, siendo levemente mayor en mujeres y clases sociales empobrecidas. Esto no solo se limita a adolescentes y jóvenes. En una consulta ciudadana del Ministerio del Interior, un 36% de las personas encuestadas había sufrido alguna experiencia de violencia digital, siendo la principal el acoso.

2. Los estudios cualitativos muestran que esta es una violencia con considerables marcas de género. Mujeres —jóvenes y adultas— deben tomar medidas más urgentes para protegerse frente ataques a su figura personal, a su imagen en general, o a sus ideas y comportamientos. La experiencia internacional revela que las mujeres reciben significativamente más amenazas y acoso de índole sexual, y que poblaciones con discapacidad y LGTBQIA+ hacen un constante trabajo de curatoría para evitar los ataques a sus personas.

También es importante reconocer las particularidades de cada plataforma digital. En algunas —especialmente X (antes Twitter)— el ambiente tóxico y las afrentas personales se relacionan con el contexto de polarización política. En Facebook, es crecientemente la población adulta la que experimenta conflictos y hostilidad a partir de la difusión de noticias falsas. En Instagram predomina el ataque personal asociado a la imagen e identidad personal.

3. La diferenciación entre las plataformas también es importante para entender este fenómeno porque la violencia digital va variando según la cercanía o lejanía de quien comete la agresión. Si bien muchas veces pensamos que la violencia digital toma lugar a partir de afrentas entre desconocidos —y, sin duda, hay mucha hostilidad anónima en diversas plataformas— muchas veces la violencia se vive con mayor intensidad cuando proviene de personas cercanas, sobre todo en las plataformas que consideramos para un uso más íntimo.

En el estudio Kids Onine, la plataforma donde más ocurrencia tenía la agresión era WhatsApp (donde la identificación de usuarios se basa en el número de teléfono, algo que se comparte más comúnmente con vínculos más cercanos).

En esto la violencia física, ya sea intrafamiliar o escolar, y la violencia digital pueden entrelazarse. En estudios cualitativos realizados en Santiago, mujeres jóvenes reportaron tener que huir de un establecimiento educacional y cerrar su Instagram a la vez para acabar con la hostilidad. Mujeres adultas en sectores populares apuntaban normalmente a (ex) parejas o familiares cuando enfrentaban acoso y persecución, al igual que en el caso de la violencia física.

4. Una de las consecuencias de la expansión de la violencia digital y el hostigamiento es que una de las oportunidades que hace 15 años se observaba con la expansión de la vida digital, esto es, expandir nuestras redes sociales y nuestra participación cívica, ha comenzado a sufrir un declive toda vez que las personas prefieren pasar sus cuentas públicas a privadas.

En el mismo sentido, la importancia que tiene eliminar y bloquear cuentas hostiles nos habla más de la necesidad de protegernos que de abrirnos a la sociedad. Si ya la violencia trae problemas de salud mental, las consecuencias sociales de estas dinámicas solamente apuntan a acrecentar el sentimiento de aislamiento social, la polarización y las barreras —reales y simbólicas— entre distintos grupos sociales.

Avances con la nueva ley

El avance de la ley sobre violencia digital no soluciona todos estos problemas, pero es un gran avance en reconocer lo que ya socialmente se ha instalado como un problema. Ya nadie debería pensar que esto es un tema que se quedó en el “mundo virtual”. Afecta nuestra salud mental como nuestras relaciones. Y todavía nos queda mucho que pensar sobre el ciberodio, los deep fakes, o las imágenes creadas con fines maliciosos por inteligencia artificial generativa, y el daño que ellas pueden causar.

La ley es un gran paso para enfrentar la violencia, pero no es ni el primero ni el último. Así como distintas organizaciones de la sociedad civil han visibilizado este problema por años, es necesario seguir pensando en prácticas concretas que modifiquen las dinámicas de violencia.

Elaborar repertorios de cuidado digital en las familias, escuelas, en el mundo laboral y político será clave, a partir de los cuales podamos volver a potenciar las oportunidades digitales y enfrentar las nuevas desigualdades que se producen en esta acelerada cultura de la conectividad.