Ninguna empresa puede ser exitosa si está obligada a entregarle al Estado anualmente reservas de capital que se necesitan para expandirse y entrar en nuevas áreas de negocios.

Toda política económica está condenada al fracaso si no reconoce dos principios fundamentales. El primero de ellos es el que afirma que el capital siempre es la expresión del trabajo ahorrado. Todo capital se ha generado, a veces durante varias generaciones, por acumulación de trabajo ahorrado de modo que el supuesto antagonismo entre ambos es una falacia. El otro principio es el de que la riqueza solo produce efectos cuando circula o, dicho de otro modo, la riqueza estancada es como si no existiera.

El litio chileno y el dragón sobre el oro

Hay muchas historias entretenidas que muestran a dragones recostados sobre monedas de oro y prestos a calcinar a cualquiera que se acerque con intención de arrebatarle alguno de esos disquitos de oro. Tal vez la más relevante de esas imágenes es la del dragón que yace sobre el tesoro de los nibelungos en la ópera “Sigfrido” de Richard Wagner. Esa imagen encierra una gran lección: mientras esa enorme riqueza duerme bajo el dragón no produce efecto alguno en la comunidad y en la región donde está situado el tesoro. En realidad, es lo que ocurre con el dinero que solo es una expresión de un trabajo ahorrado y solo produce efecto cuando circula.

Estas simples reflexiones apuntan a la tontería que se esconde detrás del slogan, por ejemplo, “el litio para los chilenos”. El litio será fortuna para muchos cuando se extraiga y demorar esa extracción, esperando que el Estado chileno tenga recursos y tecnología para extraerlo es una soberana estupidez.

Y lo mismo ocurre con todas las riquezas mineras que sabemos oculta el suelo chileno. Para los efectos prácticos sobre la población, esas riquezas no existen mientras no se extraigan. O, peor aún, solo serán vanas esperanzas para futuras generaciones, cuando lo que necesitamos es ahora buenos salarios, buena comida, buenos impuestos, y buenos royalties para las necesidades de hoy y no las de un hipotético mañana.

La historia abunda también en ejemplos de horribles desplomes económicos que suelen afectar a los países o regiones que han tenido auges debidos a una determinada riqueza. Nosotros mismo somos un ejemplo notable cuando apreciamos el derrumbe del norte después de la Primera Guerra Mundial cuando los alemanes inundaron el mundo con los nitratos sintéticos y obsoletaron por antieconómico el famoso salitre chileno. El norte muestra instalaciones salitreras abandonadas en el desierto como consecuencia de esa crisis espantosa.

Brasil vivió una experiencia semejante cuando su prosperidad se debía al caucho, cuyo mercado se derrumbó cuando los ingleses aclimataron la especie vegetal en sus colonias de Asia.

Igual puede pasar, en pocos años, si tienen éxitos las investigaciones para crear un mejor acumulador de energía que el propio litio, de modo que lo único cuerdo es apresurar la explotación de lo que tenemos para favorecer a los chilenos de hoy, que es lo que nos compite y nos interesa.

La urgencia superior es la situación actual

Es prodigiosa la cantidad de ignorancia que se necesita para abanderizar slogan como “el cobre para Chile o no más AFP”. No existe urgencia superior a la de aliviar la situación económica actual de quienes todavía se debaten en la extrema pobreza y ello no se logra con slogans estúpidos, sino que con acciones que aceleren la entrada en vigencia en las riquezas potenciales del país.

Si llegara al poder del país un gobierno que actuara con lógica y no con ideologismos baratos, lo primero que haría sería poner en su basta todas las riquezas naturales conocidas y asegurar un máximo de, por ejemplo, seis meses para la aprobación de proyectos de inversión para extraerlas.

De esa manera se conseguirían buenos salarios para miles y miles de chilenos, sustanciales pagos de impuestos y royalties que harían posible que el Estado realmente llegara al punto de ofrecer una salud y una educación buenas y suficientes, viviendas dignas y en cantidad apropiada, obras públicas necesarias para facilitar el crecimiento y el desarrollo. Otra política será un fracaso, como lo estamos comprobando.

El Estado es un pésimo empresario

Con lo señalado, nos asomamos al gran tema que es el de las razones por las que siempre el Estado es un pésimo empresario. Ninguna empresa productora de bienes o servicios puede ser longeva y exitosa, con administraciones compuestas por clientes políticos, sin motivaciones ni experiencia. Ninguna empresa puede ser exitosa si está obligada a entregarle al Estado anualmente reservas de capital que se necesitan para expandirse y entrar en nuevas áreas de negocios.

El Estado debería aprender la lección más elemental del manejo de una empresa productiva y que es que ellas son como aviones que se caen si no avanzan.

Creo que estamos próximos a ver la decadencia final de CODELCO, que en algún momento fue la empresa más grande no solo de Chile sino que entre las mayores del mundo. Hoy es ya una minera más y pronto será una minera menos, porque nunca ha podido capitalizarse en los términos que habría hecho cualquier empresa privada.

Si, en su momento, CODELCO hubiera sido privado y hubiera enfrentado la necesidad de nombrar un CEO (chief executive officer), habría iniciado una licitación internacional para que los mejores buscadores de talentos le recomendaran uno a ese nivel, como hace toda compañía que tiene pies y cabezas. Cuando ese CEO es elegido a dedo entre solo políticos por un ejecutivo que jamás ha entendido como funcionan las empresas privadas, el resultado es lo que ya estamos viendo: una empresa en decadencia, sobre endeudada, sin nuevos proyectos propios y siendo empujada a entrar en áreas de las que no entiende nada.

Lamentablemente, ese es el resultado del “Estado empresario” y verdaderamente sorprende que no llegue al poder alguien sensato que se deshaga de todas las empresas que solo le producen hoy día perdidas enormes que termina pagando el pueblo chileno en su totalidad y pese a su estrechez.