Un día de estos usted va a abrir el diario y junto al valor de la UF, el precio del dólar y los demás indicadores habrá uno nuevo: H/h. Homicidios por hora. O quizás se ofrezca un formato más amable, una suerte de reporte diario como el que hacía la ex subsecretaria Daza en los tiempos del Covid-19: 5 muertos, 12 heridos, 60 balazos.

¿Distópico? Lamentablemente no. Es lo que lo hoy podríamos llamar -aludiendo también a la época pandémica-, la nueva normalidad de los homicidios.

El miércoles 21 de agosto, los medios reportaron tres asesinatos en menos de 12 horas en la región Metropolitana. Tres días antes, la noticia habían sido 8 homicidios en 72 horas en la capital, y un par de semanas antes 17 muertos durante un fin de semana largo -incluidos cuatro menores de edad-, también en la RM. La semana pasada cerró finalmente con 22.

Como suele ocurrir cuando las cosas se vuelven recurrentes el asombro decae, los adjetivos disminuyen, y la sociedad comienza a asimilar que así son las cosas ahora. Los asesinatos se miden en homicidios por hora, los vecinos encuentran cuerpos descuartizados en maletas y cadáveres en tambores a plena luz del día, el diario reporta un récord de homicidios con víctimas menores de edad, y una disputa por violencia intrafamiliar termina con la incautación de granadas, subametralladoras y 3 mil municiones.

Y estas noticias pasan, generando menos conversación que el último eliminado del reality de turno.

¿Le pasará lo mismo al Presidente?

¿Habrá asumido como normales estos hechos de violencia? ¿Estará más pendiente del partido de la UC con Huachipato? ¿Le aburrirá que algunos parlamentarios insistamos en proponerle soluciones que, para él, son solo intentos de aparecer en la prensa?

Si no es así, el Mandatario no ha hecho mucho por dar otra impresión. Propone medidas de dudosa efectividad y larguísimo plazo, como una cárcel o mesas de trabajo. Se dedica a pelear con la UDI y se molesta con sus propios socios de coalición cuando lo critican. Se rehúsa escuchar propuestas que serían del todo razonables para el común de los chilenos, como decretar Estado de Excepción en la RM para frenar el crimen y recuperar el control de la ciudad, o destinar lo recaudado en los comisos de drogas para fortalecer a Carabineros y la PDI en su lucha contra el narco, o apoyar proyectos que previenen que el crimen organizado permee la política chilena, como ya hemos visto indicios en algunas comunas.

Estamos en una guerra a dos bandos, contra el crimen y contra el tiempo, y el Presidente está perdiendo ambas. Espero, por el bien de Chile, que deje de pelear con el Congreso y comience a escuchar y a trabajar en colaboración contra el único enemigo común que tenemos todos, y que está muy, pero muy cerca, de terminar siendo el que de facto gobierne el país en esta nueva normalidad.