El problema es mayor: Hermosilla es el jefe. Es él quien necesita montar una estructura de funcionarios, de nombramientos, de favores. El Padrino necesitaba abogados, muchos abogados. Pero Hermosilla es padrino y abogado. Solo necesita operadores, mejor si son vicepresidentes del país.

Ecce Homo.
He aquí el hombre.
Eso significa, así se traduce.

Es Pilato presentando a Jesús. La multitud está al frente, viendo al candidato a profeta fracasar, azotado, coronado de espinas, humillado ante la derrota total. Se dijo hijo de Dios, pero está por ser ejecutado como un delincuente cualquiera. Y entonces Pilato, a decir verdad sorprendido de tanto revuelo, sin ninguna gana de proseguir con el ajusticiamiento, asume que el pueblo lo salvará.

No, no se lava las manos, asume que salvará la vida si pregunta al pueblo a quién eximen de la tortura y la muerte. Pilato asume que el castigado por sus palabras será beneficiado y que los delincuentes morirán.

Pero ya sabemos el final.

Lo cierto es que Pilato dice: “He aquí el hombre”, probablemente diciendo algo semejante a “Este es el asunto”. Es decir, haciendo referencia a que hay tanto revuelo por tan poco y entonces dice, pues aquí está el sujeto, centro de tanta controversia, este es el hombre del que andamos ocupados.

Pero la historia se hace de interpretaciones, de exégesis. Y entonces “el hombre” de la frase pasa a ser todos los hombres y al ser todos ya no es uno. Ocurre entonces que vemos aparecer, ya no un cuerpo, sino un símbolo; ya no la muerte, sino la redención. Y esa piel se torna concepto. Y la profecía ha sido conseguida, el fracaso se yergue victorioso en medio de su propia caída. Y es que ahora el hombre es una existencia doble, ideal y material, colectiva e individual, divina y terrenal.

“He aquí el hombre que vamos a castigar” se convierte en la acelerada ruta en la que un pueblo consigue su momento trascendental. Jesús se convierte en universal y divino justo cuando su padre lo ha abandonado y le ha dejado una cruz, un martirio, un dolor ilimitado y una lanza final de ostentosa crueldad. El castigo del colectivo lo ha convertido en sagrado, en puro, en superior, en respetable, en certeza limpia y armonía universal.

Esto mismo le pasó a Luis Hermosilla

Lo mismo. Pero al revés. Luis Hermosilla se ha convertido en universal. Ya no es un hombre, ya no es su carne. Es lo contrario de Cristo. Pero no se confunda, que no ha sido ascendido a anticristo. Ni lo será. Simplemente es la mancha que todo lo ensucia, un preso cuya celda será el país.

¿Cómo entenderlo? La antropología ha reportado numerosos casos de pueblos en los que el pecado o la impureza de un individuo puede afectar a toda su casta o incluso a la comunidad en su totalidad. La transgresión no es del individuo, es de todo el grupo. La falta no la puede cometer solo uno, pues ello es solo su manifestación. Destruir el orden armónico no es una broma, no es una anécdota, no es fiebre de unos días, no es una vergüenza pasajera. Hay algo que se mueve invisible en profundidades insondables y que ha determinado que lo prohibido ha sido tocado, que el mundo del revés ha sido llamado a estar en el mundo del derecho, que los lugares de cada cosa han sido trastocados.

Esto se verifica en todo el orbe, en las castas indias, en los Nuer y sus tabúes, en los maoríes y su “tapu”, en los Dogón de Mali, en el pueblo israelita y el pecado de Acán.

He aquí Hermosilla, el gran contaminador, constructor de caminos infernales, el hombre que confundirá a Dante porque no sabrá en cuál de los círculos ponerlo: ¿en el de los pecados de la carne? ¿en la codicia? ¿en la avaricia? ¿en los que reniegan de la moral? ¿en los fraudulentos y corruptos? ¿en los traidores?

Hermosilla, antropológicamente maldito

Sí, ya lo sé, es tiempo de acabar con la metáfora. Y vamos directo al punto. Hermosilla está maldito, antropológicamente maldito. Ha jugado con el fuego sagrado del poder, lo ha usado para extasiarse, para emborracharse de sí mismo, pero si solo fuera eso solo estaríamos ante una buena historia de Netflix. Y no, no es así. No es solo la ecuación de las polacas, ucranianas y argentinas; no es solo su enseñanza malévola de cómo pervertir a un funcionario, no es solo el listado de instituciones a corromper y los millones birlados al estado. Hermosilla es algo más.

He aquí el caso. He aquí la estructura.

Esta distinción es la fundamental a la hora de querer entender si estamos analizando una anécdota o si estamos hablando de algo más grande, algo que compromete las estructuras mismas de nuestra institucionalidad y la fe más profunda de la ciudadanía.

Luis Hermosilla no es un caso. Lo dice bien Sauer: “no es mucho (dinero), pero es constante”. Es constante, ese es el punto. La empresa de Sauer puede pagar menos por cada servicio de captura de las instituciones porque lo hace de modo constante.

¿Cuál es el negocio de Factop? Muchas ventas son falsas, es parte de lo investigado. Y luego hay que vulnerar la institucionalidad estatal: la CMF y el SII. ¿Cuál es el negocio? Un esquema que se vea atractivo, de riesgo para sus inversionistas, pero cuyo corazón está en intervenir toda la cadena de producción de valor. Toda. Sin valor alguno. Las ventas no son tales, los resultados no son tales.

¿Cuál es el trabajo de Sauer? Lograr lavar la cara (y los capitales) de su empresa. Y para ello está el prestidigitador, la conexión con el poder y el seductor de almas para que se entreguen al camino oscuro. Las instituciones han de convertirse en un timbre falso de una autenticidad inexistente. Todo está diseñado para imprimir dinero sin imprimirlo, para producir valor sin producirlo.

Hasta aquí la duda razonable es la misma que incendió a Chile cuando el caso La Polar se juntó con el proceso de movilización estudiantil en 2011:

¿No será que acaso exista, detrás de la escena que nos expone el mercado, un miserable mundo sin mérito, sin competencia real, sin mercado verdadero? ¿No será que detrás del mercado no exista un mínimo criterio de justicia? ¿No será que hacerlo bien no sirva de nada? ¿No será que la maldad sea el negocio más fértil?

Se trata de una estructura

Esta discusión fue disolvente, anómica, nos atormenta hasta hoy. Y no ha sido superada. Repito. NO HA SIDO SUPERADA. Se ha postergado, se ha escondido debajo de la alfombra, ha estado silente o al menos mustia y tímida, pero hay algo que es claro: se trata de una estructura. Esa sospecha del pueblo es una estructura. No se ha extinto. Ha desgastado al sistema político hasta dejarlo inerte.

Se ha transformado en rechazos constitucionales, en estallido social, en confusión y en un péndulo frenético e histérico. Hay un desierto por donde migran pueblos enteros buscando alguna casa política donde refugiarse, donde alguien construya las instituciones del futuro y que ellas vengan dotadas de sensatez.

Pero esto es lo que produce Hermosilla con Sauer hablando de seducir funcionarios, de vulnerar las reglas, de convertir un pago al Estado de tres mil quinientos millones de pesos en cero.

Pero, ¿qué produce Hermosilla con Chadwick?

La aparición del exvicepresidente es la simple licuefacción de toda solidez. Se acaba el sustento. Y es que el asunto es aberrante. Chadwick es el empleado de Hermosilla. Sí, así es, no es que Hermosilla sea el abogado influyente de alto nivel que trabaja para el primo hermano del dos veces presidente de Chile. No es que Hermosilla sea un astuto y hábil digitador de los deseos del exministro, exvicepresidente y hombre fuerte del gabinete de su primo hermano.

El problema es mayor: Hermosilla es el jefe. Es él quien necesita montar una estructura de funcionarios, de nombramientos, de favores. El Padrino necesitaba abogados, muchos abogados. Pero Hermosilla es padrino y abogado. Solo necesita operadores, mejor si son vicepresidentes del país.

Chadwick ha aparecido en el caso y ha convertido la serie de Netflix en un prólogo de apocalipsis. Hermosilla nos dice: “el tiempo está cerca”. Y Chadwick es quien está inyectando, minuto tras minuto, el veneno de su caída en todo el sistema político.

Hace doce dos años el presidente Piñera era el peor evaluado de los presidentes de los últimos sesenta años. Hace un año era el tercer peor presidente de los últimos sesenta años. Hoy, después de su muerte, es el segundo mejor evaluado. Digo hoy mal, porque lo terminé de medir hace tres semanas. ¿Le llegará el golpe? ¿Y a su partido? ¿Y a la derecha? ¿Y a sus candidatos? ¿O será que todo esto simplemente recorrerá el sistema político con algunos afectados más intensos, pero con daño general? No lo sabemos hoy. Pero el tiempo está cerca. Sabremos la verdad pronto, será cosa de semanas, quizás de meses.

Hermosilla, el destructor de mundos

Es la estructura. No es fiebre que se va a quitar. La derecha pensó en 2011 que era fiebre. En ENADE 2012, Marcela Cubillos dijo que no había que escuchar las voces que hablaban del descrédito de las instituciones. En realidad fue más lejos. Dijo que no se podía invitar esos agoreros a los templos sagrados del empresariado. Y ese consejo se hizo masivo y se convirtió en doctrina.

Luego de la educación fueron las AFPs, luego de las AFPs fue todo, pero todo, en 2019. Los fracasos de la izquierda permitieron a la derecha volver al liderazgo. Se olvidaron de la enfermedad y se quedaron con el recuerdo incómodo de una fiebre exagerada.

Estaba todo bien. Las narrativas sociales migraron acrecimiento más que igualdad, a seguridad más que libertad, a nación, a control, a empleo, a solidez más que movimiento. Y ocurrió, hasta hace muy poco, que todas las narrativas políticas vigentes eran a favor de la derecha. Todas.

Pero ha llegado Hermosilla, el destructor de mundos, con una grabación protegida por siete sellos que un día fueron abiertos intempestivamente dejando salir el mal y su contaminación a diestra y quizás a siniestra.

En mi libro “Big Bang, estallido social” explico el tipo de desequilibrio normativo que refleja las crisis de malestar social que terminan en disrupciones notorias y pérdida de capacidad de gobernabilidad de la sociedad. La crisis de 2011 mostraba rasgos estructurales y señalaba una sensación doble: los chilenos estaban cansados de descubrir que el mercado no cumplía su promesa y estaban hastiados de saber que sus problemas eran irrelevants para el sistema político.

Y peor aún: estaban sorprendidos de descubrir que las instituciones no eran pilares, sino las ramas de un árbol con dueño. Y así vino el ciclo de movilizaciones de 2011, 2012, 2016, 2018 y 2019. El sistema terminó reventando. Todos clamaron la necesidad de soluciones. Al final se inyectó dinero en los hogares y el estado comenzó a compartir el horror de un presupuesto inviable que vivían los hogares. Pero no pasó mucho más.

A eso podemos llamarlo políticas públicas, pero es una metáfora, porque recaudar dinero y mandarlo a las casas no es algo que requiera mucha sofisticación. Sin ideas, desesperado, el Estado simplemente parcha los hogares mientras abre heridas propias para poder sustentar su camino.

Hermosilla: todo está podrido

Hermosilla no es un caso. Es la sospecha de que todo está podrido, que los narcotraficantes son un tipo de actividad dentro de todas las ilícitas, que los narcocorridos pueden ser muy parecidas a las reuniones de altos ejecutivos. ¿Comprendemos dónde nos hemos metido? Hermosilla es un nombre que simboliza la caída total del sistema político, como Karadima fue a la iglesia (pero allí los Hermosilla estaban del lado bueno).

Hermosilla aún parece una película, ya sea del sistema financiero, de la política, de la mafia. Pero lentamente dejará de ser una película y Hermosilla seremos todos. Vivimos una época específica, cuyos valores muestran rasgos notables: los jóvenes suelen sentir que cinco años de placer y gloria justifican una eternidad de dolor o una temprana muerte. Y entonces se inscriben en el crimen organizado, apostando a la suerte y al talento.

¿No puede ocurrir acaso que, a escondidas de nuestra propia moral, en un par de meses, no lleguemos a pensar que quizás el camino que sirve es el camino de Hermosilla? ¿O que lleguemos a la conclusión que no podremos vencer a los operadores de este mal? Hermosilla finalmente se habrá convertido en el símbolo de una derrota estrepitosa.

Hace trece años comenzó una crisis que no ha terminado. La izquierda creyó que el pasado estaba muerto y enterrado. Y el pasado apareció un día e hizo volar por las nubes el proceso constituyente que lideraba la izquierda. Sin mirar al cielo y ver las señales de la historia, la derecha creyó que la novedad febril de 2011 en adelante estaba muerta y enterrada. Y se propuso aprobar su proyecto constitucional, evitando toda concesión. Y la novedad apareció un día e hizo volar por los aires la propuesta constitucional de la derecha. Todos creyeron que habían vencidos. Y todos habían muerto.

Ecce Homo

Ha llegado el día del juicio y Hermosilla, hemos dicho, será un preso cuya celda será el país. Pero el asunto es más complicado. Porque en medio de la búsqueda de Chile, del esfuerzo por hacer de lo nuevo y lo viejo una síntesis fértil; de pronto estamos ante el bien y el mal. Y vemos al mal fuerte y exitoso. Lo vemos fuerte y exitoso aunque metan preso a Hermosilla, porque la contaminación ya se ha expandido y no sabemos si esa sospecha se tornará corrosiva o quedará como una incomodidad matinal o nocturna a la hora de las noticias. No sabemos de qué suerte Hermosilla es la llave.

Ecce Homo. Una señora de apellido Giménez, en el pueblo de Borja, un día osó restaurar un “Ecce homo” de su parroquia. La fallida demostración de talento terminó con una pintura pastosa, circular, de brocha gorda y religiosidad imposible. La mujer, eso hay que decirlo, tenía las más altas intenciones. Pero su resultado fue bastardo, vil, chapucero. Era una burla que pretendió ser homenaje y entrega y sacrificio.

Pero los destinos del señor son insondables y, en cambio, los desatinos son completamente verificables y notorios. Ya no estaba ahí el hombre, sino una mancha oscura, petrolera, que baja por el río a velocidad y se dirige a la ciudad. Y esa mancha, al menos hoy, es Hermosilla, es Chadwick y su violento avance busca nombres y rostros a los que pondrá al frente del juicio de un pueblo que, confuso y violentado, resumirá su odio de alguna manera que aún no sabemos. Y es que no siempre el magma sale por el mismo volcán.