Las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos determinarán el curso futuro de la política exterior del país durante los próximos cuatro años. Una de las preocupaciones será su presencia en los países de América Latina, que en cerca de dos siglos han sido parte de la zona de influencia de los Estados Unidos.
El cambio en la situación geopolítica mundial y el aumento de la presencia de Rusia y China en la región, están debilitando la posición de los Estados Unidos, (en su patio trasero) lo que obligará a la futura administración a poner un nuevo énfasis en su relación con América Latina.
Estados Unidos, prácticamente en toda su vida independiente, ha mantenido una política activa en los países latinoamericanos. Durante este tiempo, sus prioridades en la región han cambiado y han adquirido nuevos rumbos: desde lo puramente económico en forma de inversión generalizada en sectores clave hasta la solución de los problemas migratorios.
La doctrina Monroe sobre Latinoamérica
Durante todo este tiempo, Washington asumió la idea del liderazgo en América Latina. Idea formulada por el presidente James Monroe que, en 1832, reconoció a la región, como la zona de los intereses estadounidenses. Así, la doctrina Monroe permitió a los Estados Unidos, integrarse gradualmente en las economías de los estados emergentes de América del Sur a través de numerosas inversiones.
En la época de la Guerra Fría, EE.UU. impuso sus ideas políticas, combatiendo a los movimientos de izquierda y las ideas del comunismo. Así, América Latina llego a estar casi en su totalidad bajo dictaduras militares, respaldadas por EE.UU. Posteriormente, con la llegada al poder de George W. Bush, (1989-1992), hubo tres ejes principales de la política estadounidense en la región, que en un grado u otro se mantienen hasta el día de hoy: apoyo a regímenes democráticos; la apertura de mercados liberales y la oposición al narcotráfico.
Los reveses de EE.UU frente a la región
En la década de 1990, el gobierno estadounidense participó activamente en el establecimiento de regímenes democráticos en Guatemala, Haití, Paraguay y Ecuador. Con el pretexto de combatir el narcotráfico, pero en realidad, con el fin de establecer el control y la infiltración en la región.
Tropas estadounidenses invadieron Panamá para capturar al presidente del país, presuntamente involucrado en el narcotráfico. Además, se anunció la asistencia económica a Colombia en la lucha contra los carteles y se financió a los movimientos rebeldes. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados, Estados Unidos no logró implementar la mayoría de sus iniciativas de política exterior: el crecimiento del narcotráfico continuó, la criminalidad aumentó y los regímenes de izquierda se fortalecieron en algunas sociedades.
Así, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la mayoría de los cárteles que existían en la década de 1980 continuaron operando hasta la década de 2010, y algunos de ellos siguen operando en la actualidad.
Al mismo tiempo, en comparación con la década de 1980, los indicadores económicos de los países latinoamericanos habían aumentado significativamente a principios del siglo XXI, los niveles de pobreza y la inflación habían disminuido. Sin embargo, a pesar del crecimiento económico existente, su tasa (2,1% en promedio) en el período comprendido entre 1995 y 2005 fue inferior a la de la mayoría de los países de África, la región de Asia y el Pacífico. Menos aún, se ha avanzado en la reducción del nivel de pobreza, en diez años su nivel se redujo de un 6 a 7%, mientras que en Asia Oriental este indicador ha disminuido en más de un 30%.
Los cambios con Trump y Biden
La política mundial de los Estados Unidos de liberalizar los mercados, democratizar la sociedad y combatir la pobreza no ha dado resultados y, en muchos sentidos, no ha hecho más que exacerbar la desigualdad existente. Decepcionados los ciudadanos latinoamericanos, en varios países están tratando de abandonar la región en busca de una vida mejor, lo que solo provoca inestabilidad social y un aumento de la migración ilegal.
Con la llegada al poder de Donald Trump (2017), la política de Estados Unidos hacia América Latina sufrió cambios. A diferencia de Barack Obama, que siguió una política de establecimiento de cooperación comercial y económica con los países de la región e incluso con Cuba, Trump concentró sus fuerzas en la reducción de los fondos asignados y el endurecimiento de la política migratoria, que fue una de las principales consignas de la campaña presidencial.
Además, la administración Trump ha endurecido las sanciones contra Venezuela y Cuba y además se convirtió en el primer presidente estadounidense en declarar que América Latina no es prioridad en los intereses económicos y políticos de Estados Unidos, volcando su mirada a los países de Oriente.
La llegada de los demócratas al poder, con Joseph Biden en 2021, se produjo otro cambio en la política exterior hacia América Latina. La administración Biden ha declarado su disposición a trabajar con nuevos gobiernos de izquierda y ha tratado activamente de acercarse a varios estados de la región.
Por ejemplo, el recién electo presidente de Argentina, Javier Milei, eligió Estados Unidos e Israel como su primera visita diplomática, indicando una clara posición política del gobierno de Argentina. Sin embargo, Argentina es más bien un caso aislado, en contraste con el período del boom de las materias primas, cuando era mucho más fácil para Estados Unidos ganarse el corazón de las élites políticas de los países latinoamericanos.
Los demócratas, que anunciaron una “luna de miel” en las relaciones con América Latina durante la Cumbre de junio de 2022, no lograron implementar sus planes de acercamiento y, por lo tanto, el Congreso no aprobó la asignación de 2.300 millones de dólares prevista en esta dirección (en el gobierno de Trump, fueron 1.200 millones de dólares). Al mismo tiempo, el enfoque de la administración Biden se ha desplazado a los acontecimientos en Europa del Este.
Los intentos por contener la influencia de Rusia y China
La creciente influencia de Rusia y China en América Latina, debilita la influencia de EEUU en la región. Las empresas chinas están construyendo activamente telecomunicaciones 5G y creando estructuras de computación en la nube en Argentina, Brasil, Colombia, México, Perú y Chile, mientras que Rusia está invirtiendo activamente en los sectores de la industria química, la energía y el transporte.
Consciente de la creciente presencia de Rusia y China en América Latina, Estados Unidos ya está tomando medidas concretas. Así, el 9 de agosto de 2023, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, firmó un decreto que suspendía nuevas inversiones en las industrias chinas de semiconductores, computación cuántica e inteligencia artificial, destinado, entre otras cosas, a evitar que China despliegue sistemas de comunicación y computación en América Latina.
Otro factor de preocupación de EE.UU. es la expansión de los BRICS, hacia América Latina. Esta organización presenta a Brasil como miembro fundador. Pero actualmente hay 4 estados de la región, candidatos a la membresía en los BRICS: Bolivia, Venezuela, Honduras, Cuba y otros dos han expresado su interés potencial: Nicaragua y Uruguay.
Queda claro que la política de Estados Unidos en América Latina está pasando de tácticas ofensivas y económicas a tácticas disuasorias. Washington, habiendo perdido el momento de construir nuevos lazos económicos, está dispuesto a hacer todo lo posible para contener la influencia de Rusia y China en la región.
Las próximas elecciones, dependiendo de la victoria de los Demócratas o de los Republicanos, sin duda afectarán algunos aspectos de la política estadounidense hacia los países latinoamericanos. Si Trump llega al poder, se prestará más atención a la migración y a los problemas de seguridad regional. Y si llega Kamala Harris, se inclinará por utilizar el aspecto financiero para atraer a gobiernos leales.
En cualquiera de las dos opciones de triunfo, el papel que jugara la región en la agenda de la política exterior de Estados Unidos dependerá del éxito que tengan en oponerse a Rusia y China. Al mismo tiempo, no hay que olvidar la política de doble rasero de Estados Unidos, cuando siente que un estado extranjero trata de salir de la zona de influencia de su poder. Este recurre a todo tipo de maniobras para retenerlos o que vuelvan al redil. En tales casos, la doctrina Monroe pasa a un segundo plano.