¿Podrá el pragmatismo político-electoral más que los principios? Da la impresión que sí.
A mediados del 2017, la expresidenta Bachelet decía respecto de los liderazgos del Frente Amplio, que no veía una “gran irrupción de gente, por ejemplo, de clase media o de gente de clase obrera”. Más bien los calificaba como “hijos de militantes de partidos tradicionales”.
Por cierto, dicha afirmación encontró respuesta en el otrora diputado Gabriel Boric, quien contestó por redes sociales: “Creo que a la gente se le debe juzgar por sus ideas, convicciones y acciones, no por dónde nacieron ni por quienes son sus padres/madres (…) La diferencia del Frente Amplio es que no nos subordinamos al poder del empresariado, no nos financian las campañas y no les debemos favores.”
Esto no debiese sorprendernos: ya el 2011 el actual Mandatario como dirigente estudiantil criticaba a Michelle Bachelet, señalando que “pese a su liderazgo, y como segura candidata de la Concertación, no ha dicho nada sobre el conflicto social más importante de Chile en los últimos veinte años. ¿Esperan que le tengamos una alfombra roja cuando vuelva?”.
Esa crítica la mantuvo en el tiempo cuando el año 2016, como diputado independiente, señaló que no se sentía representado por su liderazgo, pues, en su opinión, “llegó con un programa moderado que busca humanizar un neoliberalismo desbocado más que realizar reformas estructurales”.
Un gobierno sin sucesor natural
Como se puede advertir, no estamos hablando de cosas superficiales ni cosméticas. Afirmar que se le debe favores al empresariado, que se tiene compromiso con “humanizar” el neoliberalismo –¿cómo no ver aquí una alusión tácita al libro del ahora distanciado Fernando Atria?– y mantener silencio frente a eventos relevantes –por cierto, ¡qué sorprendente y triste el mutismo de la ex Alta Comisionada de Derechos Humanos sobre lo que ocurre en Venezuela!– son cuestiones de fondo.
Estos aspectos probablemente influyeron en la decisión de Boric de no apoyar a la expresidenta Bachelet en su campaña presidencial de 2013 y lo llevaron a calificar como “política del espectáculo” el momento en que la exmandataria pidió la renuncia a todos sus ministros en un programa de televisión.
Recabados todos estos antecedentes:
¿Es pensable creer que el corolario y legado del primer gobierno de la izquierda frenteamplista pueda ser una candidatura de Michelle Bachelet?
¿Qué falló en el Gobierno del Presidente Boric, para que no tengan sucesor natural y tengan que recurrir a la vilipendiada exmandataria como salvavidas?
A cinco años de la explosión de malestar social del año 2019, resuena en nuestros oídos la tan explotada consigna de “no son 30 pesos, sino 30 años”, expresión que resume el tono refundacional y crítico del Frente Amplio. ¿En qué minuto una exponente central de esos 30 años se transformó en el horizonte de futuro de los implacables referentes de Convergencia Social y de Revolución Democrática?
Un proyecto político que sucumbió
Posiblemente, algunos argumentarán que acá ha habido una evolución conceptual y que el ejercicio del Gobierno ha modificado los idearios de esta generación.
Personalmente, soy menos optimista: tengo la impresión de que hay más de repliegue táctico y de asumir la realidad a regañadientes. En ese sentido, cuando leo a Gonzalo Winter hablar de “retomar la batalla cultural” como discurso base para obtener la primera mayoría en el Frente Amplio, me queda claro lo que subyace a eso.
La pregunta es: ¿cómo calza Michelle Bachelet en esa contradicción vital? La respuesta es simple: no es posible. Así, si termina siendo ella la portavoz del legado del Frente Amplio, quiere decir que ese proyecto político, en los hechos, sucumbió. Como consecuencia a esto, muy probablemente emergerá una nueva izquierda radical, liderada por los comunistas y/o por la izquierda extra-Frente Amplio, al estilo “Lista del Pueblo”.
En ambos casos, la defensa irrestricta de la democracia y la condena a la violencia quedarán absolutamente en entredicho. Ahora bien, cuidado, ya que según ha trascendido, el diseño podría ser con el Partido Comunista en la mesa.
¿Podrá el pragmatismo político-electoral más que los principios? Da la impresión que sí.