Una de mis aficiones favoritas es encontrar similitudes en distintas circunstancias históricas, y las recientes apariciones de la ex Presidenta Michelle Bachelet para aconsejar el peor cause a seguir, me ha despertado la curiosidad por su parecido rol con el del emperador romano Cómodo.

Todos los historiadores coinciden, comenzando por Gibbon, en que el apogeo del Imperio Romano se produjo entre 96 DC y 180 DC bajo la llamada dinastía de los Antoninos. Cada uno de los emperadores de ese periodo, salvo Marco Aurelio, desechó a su propia descendencia para adoptar y traspasar los “poderes del principado” a un extraño escogido cuidadosamente por sus méritos.

Así fue como Nerva traspasó el trono imperial al romano – español Trajano, este a su compatriota Adriano, este a Antonino Pio y este a Marco Aurelio, el llamado emperador sabio. Sin embargo, este último le traspasó el trono a su hijo mayor Cómodo, con cuyo catastrófico reinado se inició la terrible crisis del siglo III, en que 37 emperadores reinaron entre 192 y 284 DC y casi todos murieron asesinados.

El desgraciado traspaso del trono a Cómodo puede no haber sido un craso error de Marco Aurelio, porque hay versiones que afirman que aquel ahogó a su padre con una almohada cuando este yacía enfermo y para que no alcanzara a desheredarlo.

Esa novela de terror, que lamentablemente no fue un libreto de Hollywood sino que una dura realidad, tiene un triste parecido con lo ocurrido en Chile entre el apogeo de 1991 y 2006 y la decadencia a partir de esta última fecha hasta el abismo en que ahora nos encontramos.

El fin de la Concertación

Gran parte de los méritos del periodo virtuoso se debió a que la amplia Concertación de Partidos por la Democracia, escogió cuidadosamente a sus candidatos presidenciales y de esa manera logró los grandes gobiernos sucesivos de Patricio Aylwin Azocar, Eduardo Frei Ruiz – Tagle y Ricardo Lagos Escobar.

Pero, como el gran Marco Aurelio, este último cometió el peor de sus errores al apadrinar la candidatura presidencial de la encubierta marxista Michelle Bachelet, que durante su primer mandato ya comenzó la tarea de demoler la Concertación, desprestigiar su obra y abrir los caminos que terminarían con la incorporación, primero encubierta y luego ostensible, del Partido Comunista a los gobiernos. Aquello, además, terminó provocando el final de la estabilizadora alianza política entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista.

La primera víctima del error de Lagos fue él mismo. Porque la hipócrita doble mandataria siempre boicoteó su retorno a la política activa de modo que su ausencia electoral permitió dos veces las endebles presidencias de Sebastián Piñera, así como le permitió a ella misma un segundo mandato que marcó definitivamente el declive de Chile hasta su lamentable situación actual.

Ahora se están preparando las alfombras para que no le duelan tanto las rodillas a los jefes de los partidos oficialistas para hincados rogarle a la Sra. Bachelet que les vuelva a “salvar la plata” en las próximas elecciones, que serán consecuencia del catastrófico gobierno de Gabriel Boric.

Ese ruego a Bachelet para que acepte una tercera candidatura será en sí la mayor derrota de la izquierda chilena porque representa el completo fracaso de su renovación y de su capacidad para generar un proyecto nacional viable y recuperador.

¿Michelle Bachelet como renovación de la izquierda?

¿Los jóvenes revolucionarios del Frente Amplio y del PC rogándole que acepte una nueva candidatura con una nueva ética? ¿La Sra. Bachelet como guardián del orden público y de las fronteras bien protegidas? Todas esas paradojas nos llevan a esperar con verdadera curiosidad cuáles serían los slogans de una nueva campaña de Bachelet: ¿progresismo en la decadencia? ¿Anticorrupción al estilo caso Caval? ¿Renovación de la politiquería tradicional? ¿Triunfemos con la nueva minoría desde lo que queda de la DC hasta la mescolanza del Frente Amplio?

Sin embargo, la posible tercera candidatura de Michelle Bachelet no solo es signo de la decadencia mortal de la izquierda, sino que alcanza a todo el mundo político y, lamentablemente, tal vez a todo Chile. Parece que ya no somos capaces de producir nuevos liderazgos. Parece que las nuevas generaciones son incapaces de generar un proyecto de horizonte nacional que incentive y entusiasme. Parece que no hay reemplazos para la ética estropeada que venimos arrastrando hace ya mucho tiempo. Parece que ya no somos capaces de trasmitir nuestra herencia cultural a nuestros hijos o a nuestros nietos. Parece que somos un país decrépito que ha perdido ilusiones y esperanzas.

Y esas apreciaciones abarcan a todo el espectro nacional.

“Sangre, sudor y lágrimas”

Es probable que, dada la actual estructura de opinión pública, se haga cargo del gobierno de Chile el conjunto político que hoy llamamos de oposición. Pero ¿dónde están sus nuevos liderazgos y sus nuevas visiones nacionales?

Todos sabemos que el próximo gobierno, dado el desastre que heredara del actual, en realidad solo podrá ofrecer realistamente la “sangre, sudor y lágrimas” con que Churchill galvanizó al pueblo inglés en 1940. Pero hay una gran diferencia en ofrecer solo ese programa, pero mostrando un cielo después de ese túnel, que no mostrar otra cosa que la prolongación amortiguada de los mismos vicios, de las mismas prácticas equivocadas, de las mismas taras que agobian hoy día a nuestra república.

Yo, al menos, no veo a ese personaje que irrumpe en la escena para sacarnos de nuestro abatimiento y generar la ola de entusiasmo y de esperanza que será, en última instancia, la única forma de restaurar la prosperidad de Chile. Tenemos una tarea inmensa por delante, pero ni siquiera las tareas menores se pueden emprender sin fe, sin mística, sin confianza en nuestros herederos, sin creer en verdad que Chile es “La Copia Feliz del Edén”.