Por eso, adoptar un enfoque proactivo en la salud cardiovascular puede marcar la diferencia entre una vida sana y la aparición de complicaciones graves. Por ejemplo, adoptar cambios en el estilo de vida de las personas, es fundamental para potenciar la prevención basada en el monitoreo de los “números propios” (glicemia, colesterol, presión arterial, peso e IMC) para el diagnóstico oportuno.
Una de las bases para un corazón sano es la actividad física regular. Se recomienda realizar un total de 150 minutos de ejercicio moderado a la semana. Este hábito no solo fortalece el corazón, sino que también mejora la circulación, reduce el estrés y ayuda a mantener un peso saludable. Además, mantenerse activo puede ser una excelente forma de socializar y disfrutar del tiempo libre, añadiendo un componente emocional positivo a la rutina de ejercicio.
Igualmente clave es el control de los factores de riesgo, como la hipertensión, la diabetes, el colesterol alto y el tabaquismo, que pueden ser gestionados con una buena dieta, actividad física regular y, si es necesario, medicación.
Una alimentación equilibrada, rica en frutas, verduras, granos enteros y baja en grasas saturadas, es fundamental para mantener el corazón en óptimas condiciones. Y reducir el consumo de sal y azúcar puede tener un impacto significativo en la salud cardiovascular.
La implementación de tales acciones no solo mejora la calidad de vida, sino que también reduce drásticamente el riesgo de las enfermedades cardiovasculares. Por eso, el Mes del Corazón es un llamado a las personas a que tomen conciencia de lo importante que es la prevención temprana.