Hace décadas, cuando se abordaba el tema del flagelo de la delincuencia en la sociedad, el enfoque predominante era el de estigmatizar a un sector específico de la población: aquellos de estratos sociales bajos, los pobres y los jóvenes marginados, creando una asociación casi indisoluble entre delincuencia y pobreza. Sin embargo, hoy en día, se reconoce que la delincuencia es un fenómeno transversal que atraviesa todas las capas sociales y económicas. Esta misma evolución conceptual puede observarse en la percepción del crimen organizado que vemos emerger en sociedades que no estaban acostumbradas o que subestimaron durante años su potencial destructivo.
Hoy, se nos presenta de manera vehemente una idea del crimen organizado más cercana a una serie de televisión que a la realidad, que nos hace sentir que con la detención y encarcelamiento de miembros el problema se soluciona.
La verdadera amenaza: reclutamiento de niños y adolescentes
Es probable que en unas décadas, o incluso en pocos años, comprendamos que lo que hoy se visibiliza como crimen organizado no era más que la parte instrumental de un fenómeno mucho más complejo que permanece oculto en las sombras. Es en esas sombras, más que en el virus visible, donde reside la verdadera amenaza.
Una de ellas es el reclutamiento temprano de niños y adolescentes por estructuras de crimen organizado, y no solo de delincuencia común. Lamentablemente, nuestro país mantiene condiciones que favorecen el reclutamiento temprano de niños y adolescentes en estructuras criminales.
Factores como la deserción escolar, la marginalidad urbana, la falta de servicios públicos y la ausencia de zonas recreativas, o, lo que es peor, que ellas se encuentren bajo control delictivo, van creando un ambiente propicio para que la actividad criminal extienda su influencia.
Es en este contexto, el crimen organizado que observamos hoy, especialmente aquel con manifestaciones transnacionales, tiene dos objetivos prioritarios iniciales; el control del territorio y la perpetuación en él.
Para lograrlo el primero, las estructuras del crimen organizado generan las alianzas corruptivas necesarias que les permiten mantener su posición. De ese modo, parasitan el tejido social, subordinando o eliminando a quienes se interpongan en su camino, incluyendo otras organizaciones criminales, funcionarios públicos, periodistas o dirigentes sociales de ser necesario.
Para la perpetuación dentro de un territorio, el crimen organizado requiere “mano de obra”. Uno de los aspectos más preocupantes, y lamentablemente cada vez más común en la región, es la necesidad constante de reclutar a jóvenes para integrarlos al circuito criminal desde temprana edad. Esto puede lograrse a través del influjo de una contracultura delictiva en expansión o mediante métodos coercitivos, reforzando un nivel inicial del ecosistema criminal que se retroalimenta de la marginalidad y la falta de oportunidades.
Oleada migratoria y otras complejidades del crimen organizado
En Chile debemos sumar una complejidad relativamente nueva: las recientes oleadas migratorias, en las que algunos jóvenes migrantes, o sus hijos nacidos en el país, perciben nuestra sociedad como un entorno hostil y se ven forzados a agruparse para protegerse, incluso mediante la violencia.
Esto ha tenido fuertes repercusiones en Europa, así como en Norte y Centroamérica, con el surgimiento de pandillas juveniles y proto-pandillas. Estas evolucionan de incivilidades a delitos graves como el sicariato, las redes de tráfico en escuelas, el control de la prostitución de menores, o modalidades como los “flash robs”, conocidos en Chile como “turbazos”, que han afectado a farmacias, el retail e incluso viviendas particulares.
A medida que el reclutamiento temprano de menores avance en nuestra sociedad como una manifestación del crimen organizado, inevitablemente se trasladará de las calles a los Centros de Internación Provisoria (CIP), administrados por Sename y resguardados por Gendarmería.
Estos son lugares invisibilizados y postergados, donde se dan realidades complejas que involucran a menores de edad, quienes incluso conviven con adultos condenados por delitos cometidos cuando ellos mismos eran menores. A estos centros podrían llegar también niños migrantes o hijos de migrantes, muchos de los cuales no se sienten parte ni de la sociedad chilena ni de la de donde provienen sus padres.
Esta sensación de no pertenencia fomenta una cultura de la violencia y un “ethos guerrero”, potenciado por las redes sociales que legitiman comportamientos violentos.
El reclutamiento temprano es una semilla que puede germinar en un ecosistema criminal más amplio. Por ello, con el mismo ímpetu con el que hemos avanzado en fomentar diversos enfoques y perspectivas en nuestra juventud, debemos también hacerlo explicando los riesgos de la delincuencia y el influjo del crimen organizado, propiciando la convivencia en sociedad, el respeto por nuestras normas, pero también entregando herramientas y oportunidades.
La batalla se está dando en las escuelas
En Italia, por ejemplo, el Ministerio de Educación (y Mérito) ofrece el programa “Educazione alla legalità” (Educación para la legalidad), donde los centros educativos potencian la educación de menores en la convivencia ciudadana para hacerlos protagonistas mediante competencias de aprendizaje en educación cívica y en la lucha contra las mafias.
Quizás sea el momento de entender en Chile, desde la “teoría de los incentivos”, qué espacios está cubriendo o puede cubrir el crimen organizado en la infancia y adolescencia. No solo desde la perspectiva económica; sino también desde la social, incluyendo factores como el prestigio, el reconocimiento, el sentido de pertenencia e incluso los incentivos de protección que ofrecen estas estructuras, superando otras realidades delictivas menores.
Sin duda, este debería ser un debate y desafío prioritario para el mundo académico.
El reclutamiento temprano de niños y adolescentes al crimen organizado es la semilla que puede hacer germinar un ecosistema criminal. Probablemente, si analizáramos la situación de Chile en términos de urgencia, encontraríamos que en el triaje, nuestro sistema penitenciario y el reclutamiento temprano al crimen organizado deberían estar marcados en rojo.
Al igual que destaco en mi libro Un Virus entre sombras, (Catalonia Junio 2024), estoy convencido que una de las batallas más importantes contra el crimen organizado se está desarrollando ahora en las aulas de escuelas y colegios, especialmente en zonas donde el miedo y la impunidad crean una frontera peligrosa de cruzar.
En estos lugares, valientes hombres y mujeres, con sus esfuerzos anónimos, luchan diariamente por proteger a nuestra infancia del influjo del crimen organizado. Sus armas: la educación y el ejemplo.