Nuestra sociedad necesita más organizaciones que, como nosotros, puedan dar visibilidad a los problemas que aquejan a los territorios y las vulneraciones que sufren sus habitantes.
A menudo, pareciera que olvidamos que la crisis climática y ecológica que atravesamos nos presenta un desafío continuo, que no se acaba con un día de lluvia.
Desde hace un buen tiempo vivimos en crisis, y cada vez las consecuencias de esta nos parecen y son más graves: inundaciones, sequías, incendios que consumen miles de hectáreas cada año y las intensas olas de calor están provocando problemas en nuestra vida cotidiana incluso cuando no somos afectados por estos fenómenos meteorológicos de forma directa.
Afectaciones a la salud humana
El alza de la temperatura media del planeta ha provocado importantes cambios en nuestras vidas cotidianas y, aún más, está afectando seriamente la seguridad humana.
Sin ir más lejos, la Organización Mundial de la Salud publicó recientemente una serie de documentos que dan cuenta de cómo la crisis climática provoca alteraciones de la salud física y mental.
Por ejemplo, los estudios de la OMS confirman que las olas de calor ocasionan más partos prematuros, una mayor cantidad de ataques cardíacos en poblaciones mayores y problemas cognitivos entre los más pequeños. Mentras, el informe “Quantifying the Impact of Climate Change on Human Health”, elaborado por Oliver Wyman -en colaboración con el Foro Económico Mundial- proyecta que para 2050 esta crisis podría causar hasta 14,5 millones de muertes, imponiendo además una enorme presión en los sistemas de salud pública.
El rol del ambientalismo
Frente a este escenario desolador hay acciones concretas que nos pueden proteger e, incluso, mitigar los efectos de la crisis y ralentizar su avance: trabajar en planificaciones territoriales que pongan en el centro los desafíos climáticos y nos permitan construir ciudades más resilientes a estos eventos, y que lo hagamos con un sentido de justicia, porque lo cierto es que los efectos de esta crisis no nos golpean a todos por igual.
Y es ahí donde cobra más fuerza el rol que cumplimos desde la sociedad civil, al generar una mayor conciencia sobre el problema y buscar soluciones basadas en los hechos y la ciencia para mejorar la forma en que nos enfrentamos a él.
Si bien, la acción climática y la ecología ocupan mucho espacio en los discursos y programas políticos y en las memorias corporativas, aún no es un asunto prioritario en los sectores público y privado, algo que podemos comprobar en cada discusión de la materia.
Por eso es tan importante el trabajo que hacemos desde la ciudadanía y las organizaciones ambientalistas, como Greenpeace y otras: al poner el foco de nuestro trabajo en la defensa de la naturaleza, denunciando acciones locales y globales que la ponen en riesgo, junto a las miles de personas que nos apoyan, estamos denunciando las malas prácticas de las empresas y presionando autoridades para que tomen las decisiones correctas y podamos avanzar hacia el cuidado de nuestro planeta y, con ello, de nuestra vida en él.
Nuestra sociedad necesita más organizaciones que, como nosotros, puedan dar visibilidad a los problemas que aquejan a los territorios y las vulneraciones que sufren sus habitantes, exijan soluciones a las infracciones que cometen las empresas y empujen a las autoridades a asumir un rol protagónico en la protección del medio ambiente y las comunidades.
La sociedad civil es una pieza fundamental en este balance hacia la justicia climática y ambiental, y se debe cuidar y valorar ese rol. Aunque a algunos actores no les guste.