Pocos territorios en Chile concentran tanta atención internacional como el extremo austral, por su cualidad antártica, vastos recursos pesqueros, pasos marítimos entre océanos, propiedades ambientales, potencialidades energéticas, etcétera. El sur hospeda atributos de gran centralidad en una era de grandes rivalidades globales.
El presunto hallazgo ruso de petróleo bajo el mar de Weddell, en la Antártica chilena, y la intensa actividad pesquera de China en el austro, remarcan el valor geopolítico de Magallanes y Antártica Chilena. Ambos países expresan hace años un disgusto por el régimen de intangibilidad del sistema antártico, que con la agresión de Rusia contra Ucrania y las debilidades de China como potencia alimentaria, están empoderando agendas disruptivas contra el statu quo antártico, lo que obliga a Chile a una aguda reflexión.
Estancamiento y vaciamiento poblacional
Nuestro país debe mirar con más hondura estratégica el modelo sobre el que recostó su política austral, que ha causado efectos paralizantes en el desarrollo económico, vaciamiento poblacional y una política antártica que privilegia intereses globales por sobre urgencias nacionales. En cambio, Argentina se ha equipado en el sur, con una visión geopolítica de largo alcance que supera a Chile, quebrantando el equilibrio estratégico en la zona. Que Rusia dialogue con Argentina respecto del hallazgo de petróleo -y relegue a Chile-, recuerda que si bien todos los países somos iguales, hay algunos más iguales que otros.
Si en 1982 Magallanes sumaba 131.914 habitantes, en 2017 aumentó a 166.533 habitantes. En cambio, si las provincias argentinas de Santa Cruz y Tierra del Fuego contaban con 144.000 habitantes en 1980, en 2022 eran 335.677, ensanchando las diferencias con Magallanes. Aún más grave es la asimetría en Tierra del Fuego, donde el sector argentino registra 200.000 habitantes y el chileno apenas 10.000. Argentina construye su fortaleza austral usando y poblando su territorio, porque es el único eslabón geográfico con cualidad subantártica.
La posesión efectiva, continua y balanceada de Tierra del Fuego, le permite a Argentina concretar una política antártica territorialista, en claro contraste con el vacío y estancamiento profundo que impera en el sector chileno de la isla. El único camino que conecta al estrecho de Magallanes y el canal Beagle lleva 30 años en construcción, sin fecha de término aún.
Una lentitud que sólo se explica en la doctrina ambientalista que circula por el Estado chileno y que tiene a más del 80% del borde costero y casi el 60% de Magallanes fosilizado. Recuperar el equilibrio estratégico con Argentina es vital si Chile quiere fortalecerse en el austro, pero para ello hay que despejar temas pendientes.
La debilidad estratégica austral
El fallo adverso de Laguna del Desierto en 1993 sacudió nuestro carácter internacional e incubó un gen de debilidad que reapareció durante la contraproducente negociación del tratado de límites en Campos de Hielo (1998). Este acuerdo trazó un límite distinto al de 1881, confundiendo, varias veces, accidentes geográficos gravitantes como las coordenadas del Cerro Stokes. Dicho de manera más simple, le quitó territorio y hielo a Chile, en una clara sintonía con la miopía y la desidia centralista traducida en la pérdida de personalidad internacional de nuestro país.
Esa debilidad estratégica se profundizó a lo largo de las últimas dos décadas, de aquello hay numerosos ejemplos como la decisión del gobierno del presidente Piñera (2011) de plegarse al acuerdo de MERCOSUR que prohibió el ingreso a nuestros puertos a las embarcaciones con bandera de Malvinas, contradiciendo al Tratado de 1881 que ordena la neutralidad y libre navegación por el estrecho de Magallanes.
El visado de una alta autoridad de Cancillería a fines de 2022, negando el acceso al astillero de Punta Arenas al buque británico HMS Forth, no sólo agravó la transgresión de ese tratado, sino que contribuye a avalar la pretensión argentina de un “control conjunto” del estrecho de Magallanes.
La confusión por casi una década de nuestra Cancillería sobre los alcances de la soberanía chilena sobre la plataforma continental magallánica (2009-2019), o los equívocos legales durante el segundo gobierno de la presidenta Bachelet respecto a los límites territoriales señalados por el Decreto que creó el Parque Marino “Islas Diego Ramírez y Paso Drake”, ejemplifican los desequilibrios y la ausencia de una visión integral y estratégica en el extremo sur.
Recuperar el equilibrio
La objeción de Chile en marzo de 2020 a un sector de la plataforma continental magallánica al sureste de Cabo de Hornos, fue un giro que mejoró ostensiblemente la posición de Chile en los espacios oceánicos australes y en la Antártica.
También permiten cimentar las bases de un nuevo equilibrio con Argentina en la zona austral, muy necesario para reconfigurar una alianza estratégica saludable entre ambos países, llamados a fortalecer el control político en una región que les pertenece y necesita del esfuerzo de ambos. Al ordenar el Estatuto Antártico (Ley 21255/2020) en su primer artículo a “proteger y fortalecer los derechos soberanos antárticos de Chile”, lo que hizo esta ley es ordenar al Estado y todas sus instituciones, incluido INACH, a atender en primer lugar ese mandato legal.
Los derechos antárticos se fortalecen si descansan en una épica territorialista y soberanista, sobre la cual es necesario y conveniente impulsar la ciencia, el medio ambiente y la paz, igual que un árbol que da sus mejores frutos cuando sus raíces son fuertes y resistentes. Levantar en cambio narrativas antárticas que privilegian la ciencia o el medio ambiente -y dejan de lado o bien sumergen el enfoque territorialista-, termina siendo un buque sin quilla en medio del mar.