En 1975 el historiador y filósofo Michel Foucault publicó “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”, donde reflexionaba acerca de los mecanismos sociales y teóricos sobre la base de los modernos sistemas penales europeos. La tercera parte de la obra fue dedicada a la dimensión del “disciplinamiento social” como forma de control de los individuos en diversos escenarios, y una economía del castigo.
Crisis política en Venezuela
Actualmente, la situación política en Venezuela es conflictiva, con serios indicios de fraude debido a la dilatación del Consejo Nacional Electoral para exponer las actas, sometiéndolas a escrutinio y auditoría. Además, la crisis regional se ha intensificado tras la demanda de transparencia del proceso por parte de siete gobiernos, a lo que Caracas respondió retirando a su personal diplomático de esos países y exigiendo lo mismo a los diplomáticos de dichos estados en Venezuela. Desde el oficialismo venezolano, se han ofrecido múltiples argumentos, aunque siempre se recurre a la apelación al peligro fascista.
Nicolás Maduro celebró la proclamación de su cuestionada re-elección como una “hazaña histórica” que supuso “vencer al fascismo”. Al mismo tiempo, el Presidente de la Asamblea Nacional y madurista Jorge Rodríguez denunció que “el plan del fascismo en Venezuela nunca fue un plan, un proyecto o una propuesta electoral”.
Estas afirmaciones podrían ser pura propaganda sino fuera por la aprobación en febrero último, por parte del Legislativo venezolano, de la discusión del proyecto de Ley contra el Fascismo, Neofascismo y Expresiones Similares. La Vicepresidenta de Venezuela y hermana del anterior, Delcy Rodríguez, aseguró en la oportunidad que el peligro fascista no era cosa del pasado, sino que sus cultores estaban entre nosotros por lo que es necesario tomar medidas al respecto.
El uso del término “fascista” en la política global
Por cierto la cuestión de fondo es la permanente recurrencia política del concepto fascista que termina siendo una verdadera resortera para arrojar diatribas o leyes sancionatorias, como en el caso del gobierno venezolano, contra adversarios que maniqueamente pasan a ser enemigos susceptibles de ser castigados.
Lo anterior es común. Desde 1945, el gobierno argentino de Perón, el caudillismo gaullista, los regímenes de partido único afroasiáticos, las dictaduras militares latinoamericanas, la presidencia de Nixon y recientemente la de Trump, la derecha radical y populista europea, incluso las democracias burguesas, el bloque comunista centro europeo de Guerra Fría, en incluso el propio autoritarismo madurista venezolano, han sido tachados de fascistas.
Lo anterior es posible por la ductilidad casi sin límite del apelativo que sin embargo ayuda poco a comprender la cuestión esencial del fascismo. Como en la parábola india de los ciegos y el elefante, depende de la parte que se toque del “animal” la descripción de la creatura que se hace, aunque cada uno de los no videntes exige tener la razón.
De fascista camuflado a facho pobre
La inauguración de elasticidad conceptual correspondió al expediente del “fascista camuflado” (Gentile, 2019) es decir aquel que simula no serlo, aunque en realidad lo es. Hasta 1935 la III Internacional consideraba a los partidos socialistas europeos y socialdemócrata alemán, lisa y llanamente social-fascistas.
Más tarde, en Italia los comunistas de Togliatti evaluaron que el nuevo fascismo estaba encarnado por la Democracia Cristiana –más bien anticomunista- que había traicionado, en su opinión, al Frente de Resistencia antifascista excluyéndolos del gobierno hacia 1947. Al mismo tiempo la disidencia interna al Comité Central del partido era motejada de fascista, tal como lo hiciera Stalin con los comunistas que no se le adherían.
Los enfoques liberales basados en la fenomenología de la opresión (Hanna Arendt, 1951), así como en el énfasis en el movimientismo de masas común en fascismo y comunismo, fueron antecedentes para la mirada meta-política de uno de los fundadores de la Nueva Derecha francesa (radical), Alain de Benoist (1977), quien sostuvo que el fascismo tenía raíces y desarrollos izquierdistas por lo que toda formación que propiciara la intervención estatal en asuntos sociales sería fascista.
En nuestro país tampoco faltan los términos despectivos, como “facho pobre”, un insulto predilecto proferido desde cierto despotismo ilustrado incapaz de comprender la volatilidad de un electorado que experimenta en su vida cotidiana la precariedad como forma de vida.
Incluso la Academia alcanzada por este debate como cuando confunde todo acto de intolerancia –incluido la necesaria discusión acerca de la cancelación- con el fascismo. En esa línea, uno de los más insignes semiólogos europeos, Umberto Eco, escribió el ensayo “Ur-facismo o El Fascismo Eterno” resultado de una conferencia en Estados Unidos el 25 de abril de 1995, aniversario de la fiesta de liberación italiana respecto del Fascismo. La idea central de dicho ensayo respondía a la fórmula de una historia que nunca que se repite, aunque retorna con otros atavíos, colocando a su audiencia en guardia ante un riesgo inminente.
Crecimiento de la ultraderecha
En la actual coyuntura de crecimiento de los partidos de ultraderecha y la irrupción de las democracia iliberales la divulgación del término fascista adquiere contingencia, a pesar que una vez fue un adjetivo calificativo que apunta a una experiencia muy específica de la Europa de entreguerras. El corolario entonces es que toda manifestación de derechas, ya sea neoliberal, conservadora, reaccionaria o autoritaria es pensada desde el referido patrón.
Lo anterior trae aparejado otro riesgo según el especialista italiano Emilio Gentile “con tanto ver fascistas por todas partes, no estaremos atentos a otras amenazas reales que se ciernen sobre la democracia y que nada tienen que ver con el fascismo, sea cual sea el ropaje bajo el que queramos imaginarlo”. En la entrevista publicada con el título “¿Quién es Fascista?” (2019), Gentile apuntaba a prácticas de racismo y xenofobia, “anteriores al fascismo y por desgracia no extrañas a la democracia”.
Desde luego lo anterior no significa que el fascismo haya desaparecido. Para entender lo anterior se puede diferenciar entre Fascismo con mayúscula, aplicado al movimiento y régimen de Mussolini, y por extensión –aunque sin consenso completo- a las experiencias de nacionalsocialismo Hitleriano, la Croacia de Pavelíc; y un fascismo genérico, que se escribe con minúscula, para designar al tipo de movimientos contra culturales políticos en Occidente y sus periferias, todavía existentes y con capacidad de ejecutar actos de extrema violencia.
La lógica del madurismo y el autoritarismo
En cualquier caso para sintetizar parte del espíritu fascista se puede citar al Duce al decir “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Lo anterior no tiene que ver necesariamente con la izquierda, pero aún menos con el neoliberalismo que postula la híper-reducción del Estado y el predominio del mercado sobre otras dimensiones culturales y humanas. De hecho, los regímenes Fascistas históricos exigían subordinar todo conflicto, social y de clases, al único valor que les importaba, la ultranación, por lo que las relaciones comerciales estaban siempre en función del objetivo étnico/nacional.
Al aludir al neoliberalismo en la propuesta de ley venezolano o en la actual crisis post electoral el gobierno de Venezuela termina por abrazar la vetusta teoría del agente, ensayada por el búlgaro Georgi Dimitroff en 1935, que sugiere que bajo condiciones de crisis capitalista la burguesía utiliza como arma contra la revolución al fascismo. Aquella fue la premisa en la construcción del Muro de Berlín por la República Democrática Alemana –o Alemania Comunista- en 1961, concebida por Walter Ulbricht como “barrera protectora antifascista democrática” (Zimmering, 1994).
Una propuesta legal o acusación de fascismo al fondo pretende englobar caóticamente fenómenos de distinta naturaleza que le permitan disponer a un gobierno de más instrumentos jurídicos para penalizar a una oposición incomoda, aquella que no se ajusta a sus criterios donde el poder se reproduce en cada elección.
Paradójicamente el madurismo parece seguir la lógica del pre-populista y judeo-fóbico alcalde vienes (1897 a 1910), Karl Lueger quien solía decir “Yo decido quien es judío”, aunque esta vez bajo nuevo formato sintetizado en “Yo decido quien es fascista”.
Desde luego lo anterior no hace a dicho gobierno neo-fascista, aunque si lo sitúa en el campo de un autoritarismo que invocará la legalidad contra el fascismo -como lo ha hecho hasta ahora con la Ley contra el odio- para justificar el “vigilar y castigar” a toda la disidencia política.