En las últimas semanas hemos sido testigos de situaciones lamentables que han impactado en forma significativa a quienes habitamos este hermoso país; impacto que afecta esencialmente la dimensión moral. Ello, al ver que a pesar de los anuncios grandilocuentes que normalmente suelen ocurrir ante escenarios adversos, no se visualizan cambios profundos que hagan sentir algo de optimismo.

Lo anterior nos debería llevar a pensar que no estamos haciendo bien las cosas como sociedad y asumo que ello no ocurre por mala intención sino más bien por falta de método.

El renombrado estratega militar y filósofo de la antigua China Sun Tzu escribió: “La estrategia sin tácticas es la ruta más lenta hacia la victoria. Las tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota”. Pareciera ser que esas sabias palabras nos muestran por qué estamos fallando.

La proliferación de estrategias

Sabemos que cuando una palabra se pone de moda, se convierte en una palabra recurrente; y se utiliza, no por lo que aporta de significado, sino por lo que aporta como adorno; así, esta palabra se desgasta y se vuelve ambigua. Es lo que sucede con “estrategia”. Vemos, en consecuencia, la proliferación de estrategias para todo, sin una clara identificación del problema, con medidas o acciones irrealizables (modos), sin asignación de recursos (medios) y sin una clara definición del estado final deseado o condición por alcanzar (fines).

Si revisamos lo que señala nuestra Constitución Política, veremos que la finalidad del Estado es estar al servicio de la persona humana, promoviendo el bien común; para cuyo efecto, debe crear las condiciones que permitan a todos y a cada uno de los chilenos y chilenas su mayor realización posible, tanto espiritual como material, respetando los derechos y garantías constitucionales.

Además, es deber del Estado resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población, la familia y su fortalecimiento, promover la integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional.

Ante este magno desafío, no cabe otra opción que diseñar “una” estrategia que de manera integral relacione estos objetivos e intereses (fines), estableciendo prioridades con los limitados recursos disponibles para alcanzarlos (medios) y estableciendo la ruta o acciones a seguir para avanzar hacia los objetivos establecidos idealmente en un plazo definido (modos).

Un claro ejemplo de aquello es lo que sucede en el ámbito de la seguridad y defensa —como se entiende en forma generalizada en la mayor parte de los países— y donde, en nuestro caso, se pueden apreciar enormes esfuerzos por tratar de resolver los problemas de seguridad que afectan a la población, pero que al ser un problema complejo, la solución no pasa solo por un ámbito de acción en particular, sino que la solución debe integrar todas las capacidades de las que dispone el estado en forma oportuna, inteligente, creativa y eficiente.

Una perspectiva integral

Para ello, no basta con soluciones parciales, ya que se debe entender que este concepto vincula a los individuos, Estados y el sistema internacional de una forma tan estrecha que demanda ser tratado desde una perspectiva integral. Entonces surge la necesidad de recurrir al pensamiento estratégico.

Esta habilidad del razonamiento nos permite analizar los problemas holísticamente, abstrayéndose de los detalles para concentrarse en sus aspectos esenciales, identificando y aprovechando las oportunidades y anticipándose a la existencia de riesgos y amenazas, en la búsqueda de soluciones que impliquen cambios significativos a las condiciones actuales y con un efecto a largo plazo.

Si bien el pensamiento estratégico se va adaptando al contexto —lo que le otorga un especial dinamismo— su principal característica son sus cuatro elementos constitutivos: pensamiento crítico, pensamiento creativo, liderazgo estratégico y cultura estratégica.

El pensamiento crítico, que proporciona la estructura lógica-racional para la toma de decisiones y previene de cometer errores cognitivos que interfieran en el estado final deseado. Resalto que el pensamiento crítico es la contraposición a la ideologización que apela esencialmente a las emociones.

Lamentablemente, la historia reciente indica que nos ha faltado pensamiento crítico. A modo de ejemplo, valga recordar que fue el año 1991 y en nuestra capital, se aprobó el Compromiso de Santiago con la democracia y con la renovación del sistema interamericano como parte del Vigésimo Primer Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA y en donde se señala en su párrafo f) “Estimular la adopción y aplicación de medidas adecuadas para prevenir y combatir el consumo, la producción y el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, los precursores químicos y el lavado de dinero, así como el tráfico clandestino conexo de armas, municiones y explosivos”.

Llama entonces la atención que hoy, transcurridos más de treinta años, nos veamos sorprendidos por el alto nivel de inseguridad que nos afecta.

– El segundo elemento es el pensamiento creativo. Este se caracteriza por ser flexible y aportar las capacidades de adaptación y resiliencia necesarias para acomodarse al contexto incierto y cambiante, identificando espacios de oportunidad para moldearlo a favor a través de la generación de nuevas ideas y soluciones.

Al respecto, hay que tener presente que para los problemas complejos —como los que normalmente deben resolver quienes lideran cualquier organización— las mismas causas no producen los mismos efectos, por lo que muchas veces los resultados no son predecibles.

– El liderazgo estratégico, por su parte, supone la existencia de algunas habilidades como la visión de futuro, la decisión, la disponibilidad al continuo aprendizaje, la adaptación a nuevos desafíos, entre otras. Resulta evidente entonces la carencia de dicho liderazgo cuando se trata de enfrentar problemas de carácter multifactorial y multidimensional y sobre los cuales además pesa la limitación permanente de la escases de recursos disponibles.

Traigo a colación en este punto el concepto de fronteras interiores que se presentara en los años 90 y que en sus inicios tuviera gran aceptación por parte de las autoridades de la época. Esta iniciativa tuvo como propósito plantear, al más alto nivel, el grave problema que configuraban en ese entonces para la nación, sus espacios terrestres vacíos, deprimidos o escasamente poblados.

En octubre de 1994 se creó la Comisión Nacional para el Estudio e Incorporación de las Fronteras Interiores al Desarrollo Nacional, cuyo principal esfuerzo fue la elaboración del Mapa de las Fronteras Interiores del país, que representaba las dificultades de acceso, servicios y baja población, considerando las zonas con menor presencia estatal y soberanía.

Este mapa permitió, en su momento, agregar servicios públicos y diseñar políticas públicas. Pero, al igual que como ha ocurrido con diversas iniciativas de esta naturaleza, muchas de las propuestas no se siguieron desarrollando y los enfoques que convergen en las fronteras interiores se debieron radicar en el ámbito local, dejando entrever la falta de visión de futuro y decisión.

– Por último, la cultura estratégica. Ese cuerpo distintivo de creencias, actitudes y prácticas relacionadas con el uso de la fuerza, que surge gradualmente en el tiempo a través de un proceso histórico y que invariablemente va a influenciar en la forma como se concibe el entorno y se enfrentan los desafíos.

En este sentido, es posible destacar positivamente la actitud y reacción del actual gobierno tras producirse la situación con Argentina tras la instalación de un “Puesto de Vigilancia y Control de Tránsito Marítimo Hito 1″. Sin embargo, y como ha ocurrido en otras ocasiones, no se discute sobre la intención de fondo que es el cuestionamiento a la responsabilidad única de Chile sobre el control del Estrecho de Magallanes. Manifestación clara de nuestra cultura estratégica.

Así entonces, vemos que aparecen estas dos condiciones sobre las que hay que poner atención. La primera sobre la sobreutilización del concepto estrategia y la segunda sobre la carencia de pensamiento estratégico.

No hay posibilidad de avanzar si no se recurre a estas herramientas en forma idónea. Los costos ocultos comienzan a acumularse y la falta de alineación con los objetivos a largo plazo nos lleva a la duplicación de esfuerzos, pérdida de eficiencia y una confusión generalizada.

Finalmente, lo planteado en estas líneas no tiene relación con alguna autoridad en particular; lo que se pretende representar es un problema endémico de nuestra sociedad —la falta de método— que, de no corregirse con acciones concretas y especialmente con voluntad, nos conducirá invariablemente a un empeoramiento de las actuales condiciones y cuyo efecto se podría hacer sentir por varias generaciones.