Escribo esta columna cuando la OEA en un caso nunca antes visto en la historia de la institución ha denunciado la manipulación más aberrante en un proceso eleccionario y exige a Maduro que acepte ante el mundo su derrota electoral.

Sin embargo, no puedo opinar sobre la grave crisis democrática del hermano país, sin ante hacer frente a los fuertes cuestionamientos de los que fui objeto el día de ayer.

En política nadie puede estar exento de yerros y errores. Y el domingo en la noche, esperando los resultados del proceso eleccionario en dicho país, salí señalando apresuradamente que en democracia, había que respetar los resultados nos gusten o no. Se me vino a la memoria nuestro apoteósico 5 de octubre de 1988, donde a pesar de que teníamos miles de dudas respecto a si la dictadura iba o no a respetar los resultados, los chilenos(as) nos organizamos y logramos tener en cada mesa veedores, apoderados que impidieron un fraude electoral.

Ilusamente aquella noche pensé que la oposición venezolana había podido acceder a “cuidar sus votos” en cada mesa electoral y que el Consejo Nacional Electoral, ante la vista de todo el mundo, iba a ser incapaz de cometer las “fechorías” que con el transcurso de las horas se fueron conociendo.

Debido a este error, del que me retracté públicamente al momento de conocer las anomalías que ha sufrido el proceso electoral venezolano, a todas luces viciado, recibí una serie de descalificaciones, solo atribuibles a aquellos que desde la soberbia son incapaces de reconocer que, en la vida, es mejor tener la altura de reconocer un error que callar ante el mismo.

Tengo la moral de haber actuado en mi vida política de frente. No cometí un delito alguno por mis equivocados dichos iniciales. No amparé a un corrupto; no he defendido a un pedófilo; solo emití una opinión de la que me desdije una vez conocidos antecedentes de los que no disponía al momento de utilizar la plataforma X al finalizar el pasado domingo.

Guerra civil

Hoy la gran preocupación que debemos tener todos quienes defendemos la democracia, las libertades, quienes creemos en un estado de derecho, es la precaria situación en la que quedarán millones de venezolanos que deberán lidiar con un régimen abiertamente dictatorial, tanto en su propio territorio, como aquellos que por razones socio-económicas debieron despedirse de sus familias, cruzar fronteras y radicarse en nuestros países de la región.

Lo ocurrido el domingo en Venezuela, claramente viene a agudizar una crisis que se ha venido gestando por años en el hermano país, que no debemos olvidar los chilenos, cobijó a miles de nuestros compatriotas, en los años más cruentos de la dictadura de Pinochet.

Una descontrolada inflación ha llevado a millones de venezolanos a una pobreza sin precedentes, por lo que claramente estas elecciones del pasado domingo eran una luz de esperanza dentro de un país, en donde ha habido escasez de alimentos y medicinas que ha llevado a miles a dejar sus núcleos familiares para migrar y buscar mejores expectativas de vida en diversos países de la región.

Las viciadas elecciones de este domingo sin duda profundizarán la polarización política; se diluyen las ilusiones de muchos de volver a su amado país y se producirán seguramente mas flujos migratorios que agraven más la situación de quienes hoy están fuera de su territorio.

El rol de la comunidad internacional

Para que no ocurra una guerra civil que bañe de sangre el país (como anunció Maduro si perdía la elección) es fundamental el rol que juegue la comunidad internacional para unirse y exigir un cambio real, que garantice elecciones libres y democráticas y que por sobre todas las cosas priorice la dignidad y los derechos humanos de todos nuestros hermanos venezolanos.

La crisis por la que atraviesa Venezuela, qué duda cabe nos muestra la fragilidad en la que queda la democracia, cuando se dan situaciones extremas de abuso de poder, corrupción y desigualdad.

No podemos (hoy menos que nunca) desatendernos del dolor de esos millones de venezolanos que viven hoy lo que nosotros como país comenzamos a vivir hace 50 años, bajo un régimen dictatorial y siniestro, defendido entonces por una derecha que hoy hace “gárgaras” con los derechos humanos, que jamás entonces defendió cuando ocurrían violaciones horrendas a los mismos, en nuestro país.

Un llamado a la derecha radicalizada

Y también es esta una oportunidad para que aquellos sectores de la derecha más radicalizada que ven a la inmigración como una peste indeseable, se den cuenta, que cada familia que deja su país, hay una historia y un sufrimiento; que tras cada hijo o nieto que no puede abrazar a sus padres o abuelos porque están lejos, hay un dolor, que solo es traducible en el llanto desconsolado de millones que esa noche del domingo soñaban con la reconstrucción democrática de su amado país.

A esa derecha que habla de” zanjas para los inmigrantes”; de expulsarlos sin razón (porque no es lo mismo hablar del crimen organizado que de la inmigración), solo decirles que este dolor de lo que está ocurriendo en Venezuela, debe ser una puerta para que abran su mente y le demos a cada una de esas familias dignidad, amor y respeto.

Porque cuando nos vamos de este mundo, no nos llevamos nada. Y por ende las buenas acciones es necesario plasmarlas en vida. Y esta es sin duda, una hermosa oportunidad de demostrar al mundo desde nuestros países, que lo material no es nada y que ayudar al prójimo desvalido nos enaltece como nación.