No sólo a los venezolanos concierne el resultado de la elección de este domingo. Su impacto traspasa con creces las fronteras de ese gran país, hasta hace unos decenios democrático, libre y uno de los más prósperos del continente. Las circunstancias han querido colocar a sus ciudadanos ante una decisión crucial y de alta responsabilidad para su patria y también para la región y otros continentes. Las izquierdas y las derechas internacionales también se juegan el domingo sus cartas.
En la recta final de las presidenciales presenciamos cómo sectores de la izquierda latinoamericana se calzaron el paracaídas para saltar de la averiada nave piloteada por Nicolás Maduro, hoy a punto de capotar.
Se trató de una operación que huele a urgencia y oportunismo -a ratos fue cubierta por un silencio que raya en la aquiescencia-. Con fases de apoyo, elusiones y finalmente de exigencias a Caracas, pero fases que tienen un origen común indesmentible: la seducción que causó en esa izquierda el modelo bolivariano de Hugo Chávez y, más tarde, aunque tibio y morigerado, el entusiasmo que encendió en ella Maduro.
Sí, ante el traumático remezón que causó a la izquierda la desaparición del campo soviético, Venezuela representó en el nuevo milenio la nueva esperanza: sería una Cuba light con liderazgo renovado, elecciones y petro-dólares, sin prontuario de injerencias guerrilleras, autónoma del “imperio” estadounidense y de la superpotencia recién fenecida.
Distintas izquierdas, distintas posturas
Particularmente interesante resulta analizar en Chile el repliegue táctico o estratégico: El PC representa a la izquierda incorregible que se hundirá atada a Maduro y sus recursos financieros, y en el caso de Cuba, junto a Díaz-Canel y su añejo discurso sesentero.
Por otra parte, el presidente Boric da voz a una izquierda que simpatizó hasta no hace mucho con el régimen de Caracas, como lo atestiguan sus tweets de diputado, pero devino después, ya en La Moneda, crítico al régimen (aunque relativizando la crítica con otra, dirigida a la Casa Blanca).
Y, finalmente está la izquierda socialdemócrata, esa que durante el gobierno de Michelle Bachelet respaldó la exigencia del Grupo de Lima de un retorno pacífico a la democracia, postura que se desperfiló durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera, y que posteriormente volvió a emerger.
¿A qué se debe la conversión en la postura de gran parte de la izquierda regional frente al régimen bolivariano, que contó con respaldo entusiasta del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla? La respuesta se ubica más allá de las fronteras de Venezuela y sus ocho millones de emigrados, la emigración más masiva del mundo no causada por guerra alguna. En términos generales, esa conversión obedece a un factor global: la bancarrota de sus alternativas utópicas y de sus referentes reales, y específicamente del modelo chavista en que creyeron y que fue sumamente generoso con sus adherentes.
Crisis en los regímenes de Cuba y Venezuela
Pero no sólo el régimen venezolano enfrenta una situación en extremo compleja por su impopularidad, la maltrecha economía, la pobreza extrema, el desgaste de su discurso utópico, el aislamiento en el entorno de las democracias y la emigración que sigue erosionando el cuerpo y el alma de uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales.
Cuba, también símbolo de la narrativa utópica de la izquierda dura -y ante la cual el presidente Boric guarda un silencio que puede perjudicar su futuro político-, afronta hoy la peor crisis alimentaria, inflacionaria y migratoria de su historia. Ocurre mientras cada mes cientos de miles de personas dejan la isla por la falta de democracia y perspectivas, drama que la asola cuando ya no existe el campo socialista que la mantenía y Venezuela está complicada para sostenerla.
Sí, la isla que hace siete décadas fue uno de los tres países más prósperos de la región, sobrevive a punta de alimentos racionados y de donaciones humanitarias en alimentos, entre otros, de Naciones Unidas y de Vietnam. Pero la izquierda dura también ha perdido su tercer referente regional, Nicaragua. Daniel Ortega, líder de los otrora idealizados sandinistas, es hoy cualquier cosa, menos una figura inspiradora para los pobres de la región.
También la izquierda moderada enfrenta un inquietante panorama por el poco estimulante resultado que arrojan sus gobiernos recientes, los cuales alimentaron deslumbrantes expectativas. No, ni el de Correa en Ecuador, Evo en Bolivia, Petro en Colombia, Castillo en Perú, Fernández en Argentina, Lula (el primero) en Brasil, Bachelet y ahora Boric en Chile, despiertan fervor ni inspiran a vastos sectores.
También por ese flanco -el utópico y el de la porfiada gestión- hace agua la izquierda regional.
¿Y si volvemos la mirada a los referentes internacionales?
Tampoco allí ilumina potente faro orientador alguno. La pujante China es, desde luego, un modelo complejo en la región pues une un sistema de partido único con una economía de mercado, que expertos reconocen pujante pero califican de capitalismo salvaje. Con la autocrática Rusia el asunto es más complejo. Se trata de un sistema represivo, un capitalismo de compinches, agresivo, que amenaza a Europa occidental con un pie ya puesto en Ucrania. De Irán, ni se diga.
India o Indonesia o los países árabes tampoco brindan modelos inspiradores a la región.
Queda volver la mirada hacia Europa, donde la socialdemocracia busca hoy perfilar referentes y visiones renovadas. El presidente español Pedro Sánchez intenta inyectar vitalidad y visión a la Internacional Socialista pero afronta al mismo tiempo dificultades en la conducción de su gobierno bajo la presión de los aliados independentistas.
Se puede mirar hacia el Reino Unido, Francia o países escandinavos, pero las aguas lucen muy turbias. Y lo mismo ocurre en Alemania, donde la socialdemocracia se ubica como tercer partido, lejos de sus cómputos históricos, debilitada por competidores que le restan votos por ambos flancos.
En tiempos recios lo peor para la izquierda sería atar su destino a la suerte de regímenes en problemas tan agudos como los de Cuba o Venezuela. Más aun cuando se estima que, de ganar Donald Trump en Estados Unidos, éste propondría un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, un paso que puede comprender negociaciones sobre Cuba y Venezuela, donde Rusia al mismo tiempo incrementa su presencia militar, y China mantiene intereses económicos y expectativas de seguir avanzando en la región, donde ya es por doquier primer socio comercial.
Escenarios posibles en Venezuela y su impacto regional
En relación con Venezuela llama la atención el discurso crítico del brasileño Lula hacia Maduro y el respaldo que recibe el primero del presidente colombiano Gustavo Petro y el expresidente argentino Alberto Fernández, marco en el que resulta lamentable que Boric haya optado por bajar el perfil y esperado casi hasta el final para condenar la amenaza proferida por Maduro a su país de desencadenar “un baño de sangre” si pierde la elección.
Esa tibia actitud puede deberse a líneas rojas trazadas por el PC en La Moneda y/o al temor que puede infundir la percepción de que el régimen de Venezuela -como lo demostró en el asesinato del teniente Ojeda- cuenta con nexos para actuar conspirativamente en el interior del país.
¿Qué pasará en las elecciones en Venezuela?
Hay cuatro escenarios probables, según los especialistas venezolanos Sebastián Cáceres y Ernesto Morillo:
– Maduro “gana” las elecciones
– Maduro “se roba” las elecciones
– “Maduro acepta la derrota”
– “Tardamos en conocer el resultado de las elecciones”.
Pero los efectos del recuento de voto no sólo impactarán en los venezolanos, sino también en Cuba, ya que es difícil imaginar la supervivencia del régimen castrista sin apoyo venezolano; e igualmente influirán en la región puesto que si Maduro continúa en el poder rebrotará la emigración ante la falta de democracia y oportunidades, lo que una vez más repercutirá sensiblemente en el desarrollo y la estabilidad regional.