Los ejecutivos y lobbistas del sector deberían concentrar sus fuerzas y destinar sus capitales a atacar las malas prácticas y poner sus energías en construir compañías que respeten el medio ambiente y las leyes de los territorios donde operan.

Hace algunos días publicamos una columna de opinión en este medio titulada “La profunda avaricia de la salmonicultura en Chile”. Esta daba cuenta de una serie de infracciones asociadas a la industria. Desde entonces, algunas empresas mencionadas en esa columna, junto a lobbistas y defensores del sector han salido a responder, asegurando que los antecedentes que se revelaban en este espacio de opinión no eran del todo ciertos.

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Demás está decir que todos los incumplimientos de los que se daba cuenta en aquel texto se encuentran comprobados y son de público conocimiento. Lo que llama la atención es que una industria que declara buscar una “mayor sostenibilidad” y que quiere seguir creciendo, sea incapaz de reconocer sus propios errores y nieguen abiertamente infracciones que las autoridades del país y las empresas del sector, incluso, han hecho conocidas.

¿A qué agenda respondemos?

Los ejecutivos de esta industria no logran entender a qué agenda respondemos las personas que osemos cuestionar sus malas prácticas e ilegalidades.

No sorprende que ellos no puedan entender que hay personas que simplemente queremos defender la naturaleza, que buscamos el bien común y visualizamos un futuro donde las comunidades no deban vivir al lado de territorios tóxicos, malolientes o contaminados.

Que habemos miles de ciudadanos y ciudadanas que creemos que no es necesario sacrificar el medio ambiente para construir un futuro. Y que sabemos que se puede generar trabajo y mejoras en la calidad de vida para todos los habitantes, siendo respetuosos con nuestros ecosistemas y las personas que los habitan.

No es de extrañar que los representantes de la industria salmonera no puedan entender que habemos personas que operamos sin agendas propias, pues su dinámica es diametralmente distinta y está marcada por la idea de siempre conseguir algo a cambio, la lógica del beneficio económico y el mercado.

El enemigo habita dentro de la industria salmonera

Lo que la salmonicultura no termina de entender es que su “enemigo” no son las comunidades ni las organizaciones ambientalistas. Su enemigo es interno y está representado en esa avaricia de la que hablaba en mi columna anterior.

Su enemigo es esa necesidad de crecimiento infinito cuando la verdad es que son incapaces de administrar su negocio hoy. Cabe recordar que han sido sus malas condiciones sanitarias y sus propios incumplimientos, los que han provocado sus mayores crisis.

Ejemplo de ello son las sistemáticas sobreproducciones, la anoxia (falta de oxígeno) que generan en los ecosistemas marinos y los, al menos, 178 procedimientos sancionatorios por incumplimiento de sus Resoluciones de Calificación Ambiental (RCA).

De hecho, del total de centros de acuicultura de distintas especies en Chile, el 90% de los que presentan condiciones anaeróbicas son productores de salmones y no de otras especies, información dada a conocer por medios como Salmonexpert.

En la misma línea, según cifras de Sernapesca, entre 2019 y 2021, 25 empresas presentaron 686 mil toneladas de salmón en sus plantas productivas, además de otras 22 mil toneladas de pescado muerto, pese a que sólo tenían autorización para producir 487 mil toneladas en aquellos centros de cultivo.

Esta situación no sólo representa una infracción y vulneración a los permisos ambientales y económicos de estas compañías. También ha afectado a los ecosistemas, a las comunidades y a la propia industria salmonera, con la muerte de miles de toneladas de salmones cada año (su propia producción) debido a las pésimas condiciones sanitarias en las que se encuentran.

Estas informaciones no son una generalización, son datos que cualquier empresario mínimamente responsable por el futuro de su negocio, debería tomar con seriedad, en lugar de minimizar.

Un enorme manto de dudas

La principal amenaza que enfrenta el sector es esa avaricia, que viene seguida de una profunda soberbia que los hace incapaces de entender que su sector opera simplemente mal y cometiendo ilegalidades. Parecen olvidar que los juicios más rimbombantes contra la salmonicultura no vienen desde las organizaciones ambientalistas o desde las comunidades, sino que vienen desde adentro.

Sin ir más lejos, en el mediático proceso entre los controladores de la salmonera Australis y la empresa china Joyvio (su compradora), el abogado de la compañía asiática acusó que “esto era una organización delictiva” al dar cuenta de la extensa lista de irregularidades cometidas por Australis, la que al momento de su venta “era una compañía que se manejaba totalmente fuera de derecho, engañando de la CMF, Sernapesca, SMA, a los chilenos e inversionistas extranjeros”.

Lamentablemente, Australis no es la única empresa del sector en cometer ese tipo de prácticas, lo que abre un enorme manto de dudas sobre la industria en su conjunto.

Los ejecutivos y lobbistas del sector deberían concentrar sus fuerzas y destinar sus capitales a atacar las malas prácticas y poner sus energías en construir compañías que respeten el medio ambiente y las leyes de los territorios donde operan. Esa es la única forma de construir respeto y confianza.