Pobres niños ricos. Pero, sobre todo, pobre Chile.

El bochornoso impasse del diputado Winter usando como excusa a los pobres para dejar sin multa el voto obligatorio y la arenga mesiánica del diputado Ibáñez ante sus bases -a comienzos de este mes- reflotaron algo sabido pero que ha ido adquiriendo gravedad con la agudización de la crisis de seguridad del país: que estamos siendo gobernados por un grupo de pobres niños ricos, cuya juventud y privilegios les hacen creer que la realidad es lo que aprendieron en un puñado de libros de texto -seleccionados, por cierto- y las redes sociales.

Cuando digo pobres no lo digo con tono lastimero, sino porque creo que son pobres en experiencia, sustancia y humildad. Están secuestrados por una soberbia autoconvicción de haber dado con La Verdad, por creerse héroes de una revolución imaginaria y por su propia concepción narcisista de ser la encarnación de la rectitud moral y, como dijo Diego Ibáñez, portadores de las ideas “más nobles de la humanidad”.

Son niños porque saltaron de las aulas al Congreso y La Moneda, sin vivir las experiencias de maduración necesarias que, al haber crecido en un Chile de paz y bonanza económica, en hogares de clase media acomodada o alta, eran imprescindibles para que pudieran entender el país que se creían merecedores de dirigir.

Son ricos por herencia, porque estudiaron en los mismos colegios de elite -cuya mensualidad supera un sueldo mínimo- que los hijos de los empresarios de los que tanto quieren desmarcarse, y creyeron que hacer un voluntariado de verano los hizo conocedores de la pobreza y de la verdadera sociedad chilena.

La juventud y haber tenido una vida privilegiada no son pecados ni motivos de vergüenza, pero sí son un problema cuando van de la mano con pobreza de experiencia, sustancia y humildad, y más aún cuando, amparados en promesas imposibles, han logrado instalarse en posiciones de poder tan importantes.

Este cóctel nefasto hoy le está costando muy caro al país.

Nuestros actuales gobernantes comenzaron a delinear su manifiesto revolucionario mientras miraban con desdén a sus compañeros de curso y soñaban con seguir los pasos del Che, mirando a Ricardo Lagos como si fuera un impostor indigno de llamarse socialista.

Creían, sin duda, que faltaba que llegaran ellos para solucionarlo todo porque, en palabras de Giorgio Jackson, su escala de valores superaba con creces la de quienes los antecedieron, y en palabras de Winter el Presidente Boric poseía la virtud de entregar a Chile “un liderazgo espiritual de hacia dónde va la micro, hacia dónde va la democracia”.

Es esa ceguera autocomplaciente lo que explica que uno de los fundadores de RD y actual embajador en Brasil prometiera, henchido de orgullo, que llegarían para “meterle inestabilidad al país”, que el Boric diputado fuera como turista a la Macrozona Sur a celebrar lo que llamó un “territorio liberado”, y que el Gobierno tratara de solucionar la crisis migratoria instalando parlantes para pedirle a quienes llegaban para cruzarla irregularmente por favor se devolvieran.

Es esa inmadurez la que explica que el Presidente dijera que las críticas del empresariado no importaban porque respondían a que “no les caemos bien”, la que los impulsó a tratar a los carabineros como “asesinos” durante el estallido, y la que lleva a un diputado a restringir la actividad pesquera arguyendo que los peces tienen sentimientos y han aprendido a jugar fútbol.

Es esa burbuja que aún no terminan de romper la que llevó al Presidente, omitiendo olímpicamente que está permanentemente escoltado, a decir que se podía caminar por la Plaza Brasil de noche apenas un mes antes de que un brutal asesinato tuviera lugar en el barrio. Es lo que llevó al ex ministro de Desarrollo Social a impulsar un plan de “Gas para Chile” con un costo exorbitante para el fisco (como si los recursos sobraran) y cuya inviabilidad entendió solo después de haberlo implementado.

Pero cumplieron su capricho: están “habitando” La Moneda -como les gusta decir-, y lograron cambiar el país. Hoy Chile es distinto a como fue antes de que llegaran a instalarse en el Congreso y el gobierno: es un país más pobre, más inseguro, más vulnerable y, sobre todo, un país descabezado cuyos dirigentes están paralizados, presos de sus sueños rotos y asustados de reconocer, con franqueza, cuán equivocados estaban y cuanto daño han generado, especialmente a los chilenos más vulnerables, a los mismos que aspiraban a proteger. Pobres niños ricos. Pero, sobre todo, pobre Chile.