Cuenta el historiador Gunter Barudio que Luis XIV escogió el símbolo solar para su reinado mientras asistía a unos juegos públicos en 1662, con el vivo deseo que el heliocentrismo del firmamento reflejara su nueva Corte, sin delegatarios como el cardenal Richelieu con su padre y Mazzarino en su niñez y adolescencia.

362 años después, el Presidente número 25 de Francia (octavo de la V República), Emmanuel Macron, en la víspera de los Juegos Olímpicos organizados por su país –o durante los mismos- está haciendo el tránsito en sentido inverso: desde una Presidencia sin contrapesos a otra en la que cohabitará con un Primer Ministro de otro signo.

Aunque el Frente Republicano creado contra reloj por macronistas liberales e izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP), entre la primera vuelta y el balotaje significó que el tercero se retiraría en 215 distritos en pugna, permitiendo concentrar el voto en las opciones capaces de malograr las candidaturas de la Reagrupación Nacional (solo subsistieron 89 circunscripciones donde a menudo la derecha tradicional de los Republicanos se negó a bajarse en beneficio de las izquierdas) dio finalmente resultado produciéndose una inversión de los lugares previstos inicialmente.

El NFP llegó primero con 182 diputados, el macronismo quedó con 168 escaños y la ultraderecha lepenista apenas con 143.

Un fracaso de la derecha radical

La definición se traduce en un fracaso de la derecha radical y populista que nuevamente vio amagado su acceso al poder, aunque incrementa sus curules. De paso expuso la fragilidad de las formaciones políticas opuestas a Le Pen como evidencia la manifiesta fragmentación de la Asamblea Nacional de 577 miembros, con ninguna corriente política con capacidad para constituir por sí sola la mayoría absoluta de 289 curules.

Una formidable Línea Maginot –como aquella barrera física emplazada contra Alemania en 1935- anti-ultras es antigua, pero ha ido deteriorándose con el tiempo. La estrategia fue articular un cordón sanitario, como aquel inaugurado por Léon Blum hace 88 años atrás con el nombre de “Frente Popular” para federar a izquierdas comunistas y socialistas con los viejos partidos radicales del centro político como respuesta al auge fascista.

En 2002, un 88% del electorado se adscribía al frentismo republicano, descendiendo al 66% en 2017 y apenas a un 58% en 2022. Cada comicios lo desgastó ante una arremetida populista que terminó normalizando su incorrección –ufanándose de decir “la verdad”, aunque fuera a medias- en una población que con cada nueva generación experimenta una baja en sus expectativas de calidad de vida.

Hoy quedan apenas 3 años para las siguientes presidenciales y la unidad para neutralizar amenazas no es suficiente cuando se trata de dotar de gobernabilidad a una Asamblea Nacional fragmentada. Macron tendrá que cohabitar, lo que equivale a negociar con las distintas formaciones defensoras de los principios republicanos.

Cohabitar

La lógica de gobierno dividido ha sido practicada desde mediados del siglo XIX y en 3 ocasiones durante V República fundada en 1958 por el general De Gaulle. Hoy se espera que Macron module su papel antaño protagónico en la política francesa, apenas disputado por Marine Le Pen. Como afirmó uno de los constitucionalistas franceses Michel Debré, la idea de 1958 era recuperar un “Monarca” republicano, provisto de poderes arbitrales y directivas generales, sin que se ocupara de cada detalle diario, una función del Primer Ministro quien sería el responsable ante la Asamblea.

Por eso es que eclipsar el poder presidencial no equivale a extinguir completamente sus facultades.

La lideresa de RN que, aunque cultiva la fama de “cirujana de hierro”, cometió errores no forzados durante la campaña, impropio de una política avezada con 13 años intentando convencer al electorado que su partido no es el mismo de su padre, sino un referente del mainstream. Con ello no me refiero a su propuesta de excluir a los franceses con doble nacionalidad de cargos en la Administración o negar la ciudadanía automática a los nacidos de padres extranjeros, todas medidas impopulares para el cosmopolitismo francés.

Apunto al cuestionamiento que hizo de las competencias de Macron cuando declaró que “si el Presidente quiere enviar tropas a Ucrania y el nuevo Primer Ministro está en contra, éste último tiene la última palabra”. Olvidó que la V República coloca la Defensa y Relaciones Exteriores bajo la esfera de decisión del Jefe de Estado.

Un error que comparte con el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, que en la celebración post electoral reclamó el cumplimiento total del programa del NFP, a pesar que su alianza está a 100 escaños de la mayoría absoluta. A ratos pareciera que quieren regresar a la época de Mazarino, quien según decía Luis XIV quería “reducir a la infancia al Jefe de Estado” mediante el control ejercido por delegados omnipotentes.

El Artículo 5 de la Constitución francesa establece que el Presidente es el garante de la Independencia Nacional, la integridad territorial y del respeto de los tratados. Por eso se estima que incluso cuando el Jefe de Estado pierde la mayoría en la Asamblea, conserva la responsabilidad de las políticas de defensa y exteriores.

Aquello lo comprendieron bien Mitterrand y Chirac durante la primera cohabitación de la actual República, con el Presidente socialista vetando únicamente a los ministros de dichas carteras en el Gabinete encabezado por el Neogaullista. Así también Chirac limitó las visitas de los ministros a la sede de la Presidencia, con las dos excepciones referidas quienes siempre debían atender el llamado del Mandatario.

Un primer ministro de consenso

En el actual cuadro, aunque el euroescepticismo es distinto en el caso de la ultraderecha y de la facción radical de la izquierda, coinciden en la crítica a las instituciones de Bruselas y la campaña en Ucrania, dificultando entendimientos en la materia con los partidos históricos comprometidos con el orden del 58, a ratos desgastado ante el espíritu de fronda de estos liderazgos. Por eso, aunque se contuvo a la ultraderecha mediante el renacimiento de las izquierdas, y con un macronismo todavía respirando, aún quedan muchas incógnitas.

Lograr un Primer Ministro de consenso no será fácil, aunque factible si se consolida una mayoría de diputados suficientes para sostener un Gobierno estable y duradero. Lo anterior es más difícil si las izquierdas se inclinan por el líder de la radical y posmoderna Francia Insumisa como opción para encabezar el Gobierno, y más asequible si el nuevo Ministro Jefe proviene de la izquierda moderada, por ejemplo, el Partido Socialista Francés, lo que permitiría sumar incluso a la centro-derecha tradicional que no pactó con Le Pen, a riesgo de romper la reciente unidad de las izquierdas.

Las negociaciones, en las que todos deberían ceder, ya están en curso y pueden durar hasta después de los Juegos Olímpicos. Macron ha especificado que las únicas condiciones indispensables para el nuevo Gobierno son la orientación europea –la actual, no la arcadiana- y con los valores republicanos compartidos.

Y aunque se puede seguir afirmando que ante toda amenaza los “cordones sanitarios” aún funcionan, puede aquello no sea para siempre. Como argumentó Jan-Werner Müller en ¿Qué es el Populismo? (2016), la exclusión moral contra partidarios y adherentes de la derecha radical podría algún día fracasar, simplemente porque confirmaría la perorata populista de incapacidad de las elites para escuchar o debatir ciertos temas, además de tratar a sus votantes como parias.

Es necesario aprender a debatir con ellos, sin hablar como ellos, ni menos adoptar sus puntos de vista por ventajismo electoral. Tal vez promover el pragmatismo progresista que, sin renunciar al cambio, lo asuma con gradualidad, en el ejercicio sistemático de la persuasión antes que la polaridad, fomentando compromisos -no sólo de táctica electoral- junto a otras corrientes partidarias de la democracia liberal.