En sencillo, la violencia cultural se vincula con los ámbitos de la cultura, en tanto esfera simbólica de nuestra existencia e interacción social, que pueden ser utilizados para legitimar o justificar la violencia estructural o la violencia física, directa y explícita (Galtung, 2016).

En esta última, se circunscribe la comisión de delitos que vulneran bienes jurídicos protegidos como la vida, la libertad o la integridad física, espacio en el que, sin duda, se manifiestan fenómenos delictivos de gran magnitud y daño para la humanidad como lo son el secuestro, el homicidio, la violación y los robos en todas sus variables.

El lenguaje en el desarrollo delictual y la violencia

En ese sentido, es importante destacar el impacto que puede tener un determinado aspecto de la cultura como violencia cultural a través del lenguaje y el arte. Un lugar de especial atención, por ejemplo, es al que tributan géneros musicales que, en sus construcciones musicales y letras, declaran y manifiestan, abierta y explícitamente, una apología a la violencia, al odio y a los delitos contra las personas y la propiedad.

En cuanto al impacto que tiene en el desarrollo de carreras delictuales, se puede considerar que niños y adolescentes se nutren con un capital cultural o universo de significados que están vinculados a la violencia directa y a la comisión de delitos como el homicidio, el tráfico de drogas, el robo con violencia y/o intimidación y el secuestro.

Todo ello, a través de la música y de referentes en entorno que legitiman la criminalidad como una forma de resistencia ante las nulas oportunidades de reconocimiento social, éxito y fama para quien nació en un barrio de escasos recursos socioeconómicos. Esto resuena en los más profundos anhelos en un niño que es criado en un ambiente de carencias materiales y afectivas, y de violencia tanto simbólica, como estructural y directa.

La ideología del ser-criminal

No debemos olvidar que, en términos de forma de vida y pensamiento, el ser-criminal puede instituir una ideología, entendida como las ideas que caracterizan el pensamiento de una persona o colectividad, que, más allá de significados políticos, trasciende a una filosofía de vida.

Para el “choro-vioh” chileno, el ser-criminal implica ser uno mismo, es decir, un sujeto criminal construye su propia identidad como un Yo-criminal; lo que se vincula con el etiquetamiento criminal (Becker, 2009/1963).

A saber, existe un proceso de criminalización previo a la comisión del delito por parte de un infractor. En este caso, la etiqueta “delincuente” –o sus variables “criminal”, “choro”, “antisocial”, “ladrón”, “flayte”, etc.- ya viene cargada con un capital simbólico de “lo más malo de una sociedad” como significado. Así, una vez que se le asigna la etiqueta “delincuente” a un sujeto, éste pasa a ser un antisocial y un representante de lo más dañino para una sociedad.

El infractor etiquetado es reconocido por su potencia criminal que pasa a instituir su esencia e identidad; no sólo el pasado, sino que el presente y futuro se inscribe en la repetición de ser-criminal desde el etiquetamiento social que deviene en identidad criminal.

Las subculturas criminales y los enemigos

Desde otro enfoque criminológico, hablando de las subculturas criminales, comprendidas como un subgrupo que aunque se identifica con la cultura, se diferencia al tener un sistema de valores y creencias que promueven la comisión de delitos y acciones violentas, otorga un rango social a sus integrantes en la medida que desarrollan acciones ilícitas.

Además, se establecen el tipo de relaciones que se mantendrá con personas ajenas a la subcultura; en términos de ser-criminal, se habla de una existencia basada en la supervivencia, en la competencia y en la dominación de cualquier otra entidad (sujeto u objeto) que revista una amenaza o enemistad contra sus intereses, su dominio o su existencia.

Por ello, diversas bandas u organizaciones criminales identifican a otras bandas, organizaciones e instituciones como “enemigo” o “contrario”. En esa rivalidad entre bandas -muy presente en los conflictos sociales entre barras bravas o en el caso de los cárteles de droga- se etiqueta al otro como algo que, emotivamente, debe generar asco y repudio, accionando fenómenos sociales dañinos para la convivencia pacífica, como lo son la intolerancia y la violencia, en un marco de deshumanización total, a través del cual se banaliza o se naturaliza cualquiera mal o daño que se le pudiera ocasionar a ese Otro.

“Ser vioh”: la clasificación cultural y la legitimación de la violencia

A propósito de investigaciones ligadas a la violencia cultural, se logra imbricar la lógica subcultural de una banda criminal hacia la violencia contra un otro enemigo. En un espacio de violencia cultural a nivel ideológico se promueve y se exalta el valor del Yo y los idénticos, como los integrantes de “mi banda” o, en palabras de la jerga delictual chilena, “mi sangre”.

Paralelamente, se degrada el valor del otro, pudiendo explotarlo, humillarlo y deshumanizarlo; punto en el que ya no sólo se deshumaniza al rival, sino que se le cosifica y, por tanto, se legitima todo escenario de violencia directa contra ese rival objeto, no-humano y culpable de su condición al simplemente ser ese otro o un distinto. Paradójicamente, aquel otro que resulta ser víctima de la violencia directa, también es el culpable de que se ejerza dicha violencia -desde la perspectiva ideológica del victimario, claro-.

Históricamente, ésta violencia directa se ha visto legitimada por la clasificación cultural que se le da al otro. Como se expone a continuación, desde lo propuesto por Galtung (2016), pero contextualizado a la cultura chilena:

• “Peligrosos”, “ratas” o “bacterias”, como la extrema derecha se refiere a todo aquel que considera inferior.

• “Criminales maniáticos y paranoicos”, como la sociedad suele etiquetar a quienes buscan protestar por demandas sociales.

• “Enemigo de clase”, como la extrema izquierda describe a aquellos que merecen ser ajusticiados por ser el origen de todos los males.

• “Chinches”, “chorizos”, “lacras”, “flaytes”, como algunos policías -y parte de la sociedad- se refieren a quienes se dedican a delinquir habitualmente.

• “Perros del Estado”, “esbirros” o “yuta bastarda”, como las colectividades antisistémicas y antiautoritarias se refieren a agentes del Estado.

• “Sapos”, “pacos” o “giles”, como muchos infractores y habitantes del círculo criminal se refieren a los policías.

• “Perkin”, “machucao” o “gil”, como los integrantes de una banda u organización criminal se refieren a sus rivales.

Enfatizando éste punto, el sólo hecho de cosificar al rival, implica que, al ser un objeto, puedo hacer lo que desee con él. Secuestrarlo, golpearlo o asesinarlo, por ejemplo, no reviste mayor problema. Al contrario, el exterminio, la humillación, el flagelo o el secuestro como medio de explotación y beneficio propio u organizacional para una entidad criminal, implica un imperativo psicológica y moralmente posible.

Aquel que acciona en esos términos (secuestrar a un rival que ha contravenido a mi banda en territorio, honor, respeto, negocios ilícitos o dinero) es reconocido por sus pares con un valor heroico, como un “vioh”, un “choro” (Romero, 2021). Sin considerar que, además, su conducta resuena con los relatos de superación y valentía enmarcados en algunas canciones del denominado “género urbano” y en las narrativas que circulan en el discurso de su barrio o en la subcultura criminal.

El reconocimiento y el respeto en la subcultura criminal

Por consiguiente, aquel individuo, a través de sus acciones ilícitas y violentas, se convierte en un criminal reconocido y en alguien digno de respeto en su esfera social: un “choro de verdad”; aquel que, aunque sea “lo peor de la sociedad” para la cultura general, es el mejor en ello dentro de la subcultura criminal (Cohen, 1955).

En suma, si tenemos que decidir entre no llegar a ser nadie en la cultura y ser alguien en la vida, o mejor aún, alguien reconocido y destacado por algo, aunque eso implique ser-criminal, la decisión no reviste mayor reflexión cuando no tenemos nada importante por lo cual darle sentido a nuestra existencia en un universo social de violencia, intolerancia y desigualdad.

Allí, “ser-vioh” será el mandato social y el pilar simbólico al que ajustar todas nuestras acciones, expectativas y nuestra interacción con los demás, a quienes siempre debo superar, vencer y humillar.

¿Realmente el camino correcto es enseñarle a un niño a ‘ser-víoh’?

Al colofón, me permito expresar una reflexión personal. Unos amigos han criado con mucho amor y saber a su hijo, quien ha integrado valores como la compresión, la empatía, la sensibilidad emocional y el respeto. Sin embargo, han pasado por momentos difíciles en los que el niño ha sido víctima de aislamiento social escolar e incluso violencia física en un contexto de bullying.

Paralelamente, mediante la aplicación de las respectivas pruebas psicométricas, test y entrevistas psicológicas, él ha sido diagnosticado como niño con altas capacidades.

Durante una sesión con su psicóloga, hicieron una actividad jugando con cartas en la que la profesional, a propósito, realizó trampa y les demostró a los padres que el niño no detectó ese actuar malicioso de su parte -por muy evidente que esto fue-.

¿Cuál sería el mejor consejo para la crianza de éste niño? ¿Habría que enseñarle al niño a desconfiar del otro para subsistir socialmente?

Me pregunto, ¿realmente el camino correcto es enseñarle a un niño a ‘ser-víoh’?

¿Debemos ‘ser más vios’ que los demás para poder ser parte de la sociedad y no sucumbir ante el otro? Pienso que no. Mientras más alabamos el ‘ser-víoh” en nuestra cultura, más aniquilamos la cooperación, el amor hacia el otro y la posibilidad de convivir, juntos.

Con-vivir está muy lejos de la primacía yoica de un narcisismo de muerte (Green, 1986/1983; 1989/1984), aquel que se orienta a aniquilar los lazos entre todo lo viviente para fortalecer el ego frente a los otros (Navarro, 2017; Yildiz, 2012).

No olvidemos que, siguiendo a López (2017), la naturalización de la violencia y la banalidad del mal se edifica desde actos tan cotidianos como atender mal a un ciudadano en un servicio público, el corromperse por copiar en un examen o, según lo expuesto en este ensayo, el ‘ser más víoh’ que el otro.