Tarde o temprano los partidos políticos mueren. Así pasó con el Partido Liberal y con el Partido Conservador. También con el Partido Nacional y el Partido Radical. Nada indica que los demás puedan escapar de ese destino.

¿Cuánto tiempo les queda?
En el caso de la centroderecha (Chile Vamos), hay varias razones para un “pronóstico reservado”. La primera es la pérdida de su fuerza electoral.

La UDI, que alguna vez fue el partido más grande de Chile, hoy es apenas el tercer partido de oposición. A esto se suma el desgaste natural de la marca, una larga lista de casos de corrupción, el desplazamiento de buena parte de su público hacia el Partido Republicano y un casting muy débil para el futuro. De hecho, varias de sus mejores figuras de recambio, como Carter, Kast y Cubillos, abandonaron el partido.

El futuro de RN podría ser levemente mejor, aunque no sepamos para qué. A su vera se aglutinaron casi todos los liderazgos no pertenecientes a la UDI, pero nunca mostraron unidad de propósitos, solo individualidades. Sin binominal, sin alianzas y sin buenos candidatos, su pronóstico también es de cuidado. Sin figuras como Sergio Onofre Jarpa, Andrés Allamand o Sergio Romero, será difícil remontar el partido.

Pero el problema contingente de mayor complejidad para Chile Vamos es otro: ninguno de sus partidos encarna las demandas de ese electorado masivo que está haciendo triunfar, en muchos países del mundo, a las nuevas corrientes de derecha. Y ellas pronto podrían mostrarse en Chile.

Claves para entender la corriente electoral de las nuevas derechas

Suspendamos por un instante los juicios de valor y enfoquémonos en los hechos. ¿Qué rasgos caracterizan a esos fenómenos electorales de derecha que están triunfando a nivel global?

En primer lugar, existe una gran distancia con la derecha tradicional y lo que históricamente ha representado. Si el antiguo dirigente de izquierdas representaba a la clase obrera, el caudillo de derecha representa a la gente común.

El mapa político nacido de la Guerra Fría (o del plebiscito del 88 en el caso de Chile) no les dice nada. Su golpe de genio ha sido asumir algo tan sencillo como evidente: que la inmensa mayoría quiere y prioriza lo mismo. Salir a la calle sin temor, pagar el arriendo y tener lo suficiente para celebrar los cumpleaños de sus hijos. Mucho, mucho después, vienen el cambio climático y los problemas identitarios. Y, ni qué decir, las minúsculas peleas de los partidos políticos.

Gracias a esto, su bolsón electoral es mucho mayor. Comencemos.

Credibilidad y capacidad ejecutiva

Los nuevos electores demandan determinación y capacidad ejecutiva. Propuestas muy concretas, que ojalá quepan en una línea. No importa si son pocas ni si tienen arraigo en la ideología. Al final del día, se trata de una actitud, de una cuestión de carácter.

De hecho, las propuestas programáticas de Trump, Milei y Bukele, por señalar los más estridentes, son completamente opuestas. Pero todas comparten algunos anhelos ciudadanos, como ese dulce sueño de recuperar el poder para la gente y sacar de escena, de una vez por todas, a “los mismos de siempre”.

Con los actuales niveles de desconfianza, descorrer el velo, asignar responsabilidades y tener enemigos reales, es parte de la receta. Alguien que se acerque a la gente hablando claro, proponiendo soluciones sólidas y, sobre todo, transparentando lo que la gente ya sabe: que las cosas no mejoran porque hay grupos de intereses que las obstaculizan. Y queremos saber quiénes son, ojalá con nombre y apellido.

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Propuestas, propuestas, propuestas

Junto con nuevos actores, se necesitan propuestas, muchas propuestas, más que simples palabras. Pero deben ser capaces de generar credibilidad y llamar la atención, lo que supone, en el escenario actual, alterar el statu quo y desatar la crítica de los incumbentes (idealmente, que el ataque incluya a sus aliados en los medios y el mundo institucional).

Con ello, logran algo que hace años no logra el político convencional: tomarse la agenda y aparecer en las conversaciones de bautizos y cumpleaños. El avance es seguro. Guste o no, es la realidad. Hay que mover la ventana de Overton. Y es así porque es lo que la mayoría de la gente quiere.

¿No se trata de eso la democracia?

¿No había que escuchar y traducir a la gente?

Trump se dio cuenta de ello al levantar un tema tabú: la inmigración ilegal. Carter hizo lo propio con las casas narco. Al principio, solo recibieron críticas de las clases dirigentes. Luego, rendidos ante las cifras de apoyo, todos se les fueron plegando. La dinámica funciona.

Una derecha que pretende ganar sin propuestas

Pero en esto, nuestra derecha tiene serios problemas. Lleva años insistiendo en ganar sin propuestas. De hecho, ya lo hizo así dos veces, y los resultados finales no fueron buenos.

El primer gobierno de Piñera duró pocas semanas con más de 50% de apoyo, y terminó con un sonado triunfo de la oposición (Bachelet 62%, Matthei 37%) y el debut de la “retroexcavadora”.

Piñera II no anduvo mejor. Parte de su legado fueron cuatro años de proceso constituyente y cuatro años de Frente Amplio. Además del nacimiento y consolidación del Partido Republicano, nuevamente gracias a un subsidio involuntario. Recordemos que en esas primarias, fue la UDI y no RN, quien llevó a Sebastián Piñera como su candidato, pensando que era una movida muy estratégica, casi de lujo.

El elector de hoy quiere, con razón, algo nuevo, algo más confiable. En el escenario actual, un timbre de partido, una trayectoria política larga o una cercanía excesiva con grupos empresariales equivalen a una piedra en el cuello, a un prontuario.

Recordemos algo importante: la energía que lleva años triunfando en Chile es una energía “destituyente”. Enojarse con la gente no ayuda en nada. Mucho más vale tratar de entender de dónde viene esa enorme pulsión social. Después del estallido social, esta energía llevó a un 82% de aprobación en el plebiscito del proceso constituyente, al triunfo de la Lista del Pueblo, al posterior rechazo y al “En Contra”, y a la masiva elección de consejeros constitucionales republicanos.

Quien no logre ver que todos estos resultados son expresión de un mismo sentir y de un mismo anhelo, tantas veces frustrado, de “cualquier otra cosa que no sea lo mismo de siempre”, quedará fuera de juego.

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Dinero, campañas y medios

Menos es más. Sigamos con el análisis. Hace 20 años, el candidato que tuviera el apoyo de los medios y contara con más recursos económicos estaba “al otro lado”, sobre todo en la derecha.

Ahora es al revés. Desde hace un buen tiempo, los candidatos con más gasto en publicidad son los que menos votos consiguen. Siempre que una lucha se plantee bajo la lógica arquetípica de David y Goliat, el público preferirá al primero.

¿Por qué los dirigentes políticos no se enteran? Mientras cuidan y acomodan sus palabras y posturas -para ganar el centro, dicen-, olvidan lo esencial y lo obvio. Olvidan, por ejemplo, que antes de comenzar la carrera, ser conocido constituye una ventaja y se aprecia en las encuestas, pero en la recta final, muchos electores optan por el cambio.

Bien lo sabe, dolorosamente, Joaquín Lavín. También Hillary Clinton. Y vendrán varios más. Pero también lo sabe Franco Parisi, que ya sacó 13%, y que con solo un poco de suerte, podría llegar a un 20%. Y ojo: para pasar a segunda vuelta requiere poco más que eso. Gabriel Boric lo hizo con solo 25%.

¿Será Chile Vamos capaz de hacerse una dura autocrítica, cambiar el rumbo y plantear un proyecto atractivo para la gente?

¿O seguirán rechazando la competencia, las primarias y la búsqueda de talentos?

¿Aún dudan de que la sobreidentificación de un candidato con los círculos del poder y el empresariado es más una piedra al cuello que una ayuda?

Volvamos a los datos: muchos candidatos a constituyentes de Chile Vamos gastaron individualmente más dinero que toda la lista del pueblo en su conjunto. Y no ganaron. Parisi gastó en su campaña menos de un 1% de lo que gastó Sichel. Y sacó más votos.

¿Qué más se necesita para escuchar y aceptar el signo de los tiempos?

Desconfianza, una amenaza para la democracia

Una reflexión final. Muchos dicen que esta creciente ola de liderazgos populares vinculados a la derecha profita de la desconfianza generalizada. Incluso, que es una amenaza para la democracia y las instituciones. Y podría haber en ello algo de verdad, que habrá que matizar caso a caso.

Pero más importante es entender las causas de la actual desconfianza, porque ellos podrían ser sindicados como los responsables de esta ola política. Es lo que pasa cuando miramos el bajísimo nivel de autocrítica con la que las autodenominadas izquierdas y derechas democráticas lloran como niños lo que no supieron cuidar como adultos, cuando tenían el poder en sus manos.

Mucha de la gente que quiere a toda costa “otra cosa”, en el fondo, los rechaza a ellos. Porque fue bajo sus gobiernos, y por muchas causas, donde se desatendieron los problemas de la gente y se perdió la confianza.

La gente solo busca salidas. Y es mejor, en la medida de lo posible, que ellas sean atendidas por líderes serios. En Chile aún podemos estar a tiempo. Ojalá los encontremos, y ojalá los dirigentes de turno no los boicoteen en beneficio de sus agendas personales. Porque la democracia no solo es obligarnos a votar por el mal menor dentro de una lista rancia. Es respetar, profundamente, las verdaderas preferencias de la gente.