El destacado sociólogo Randall Collins escribió un libro magnífico titulado “Sociología de las filosofías”. En ese libro explicaba detalladamente cómo los movimientos intelectuales, los partidos políticos, los movimientos sociales y los movimientos religiosos son, en rigor, la misma cosa.
No parecidos, sino en el fondo la misma cosa.
Refiero a este autor para poder articular con precisión el objeto sobre el cual comentaré a continuación: el liderazgo deportivo y ese paso que conduce al panteón de los deportistas, ese camino que es la ruta de la inmortalidad.
La inmortalidad
El debate sobre quién es el mejor futbolista de la historia ha sido una constante en las conversaciones futbolísticas. En este contexto, Lionel Messi y Diego Maradona ocupan un lugar central, con cada uno representando una generación.
Pero en esta columna me interesa otra dimensión: la inmortalidad, esto es, la trascendencia de un deportista. En nuestro tiempo, las estadísticas abundan (cosa que está bien), pero se usan para desplegar conceptos altisonantes con frecuencia (cosa para la que no sirven realmente y por ello está mal).
Las estadísticas de Messi son abrumadoras: múltiples títulos de liga, Champions League, título de Campeón de América, título de Campeón del Mundo y una cantidad récord de Balones de Oro.
También sobresalen los contratos millonarios, tanto en el contrato laboral, como en el uso de su imagen para publicidad. Con el PSG de Francia, Messi firmó un acuerdo base de 35 millones de euros. Nadie puede discutir sus logros, su impacto y su centralidad de décadas en el fútbol.
Ser un líder de la sociedad
Pero todo líder en su área tiene dos grandes caminos posibles: pasar de ser un líder en su actividad a ser un líder de la sociedad; o sencillamente quedarse atrincherado en su mundo, en su tarea.
Los primeros ponen en juego su carisma, su simpatía, dividen aguas y plantean problemas. Los segundos se quedan en la comodidad y son además cómodos para las estructuras de poder.
Su fortaleza en el medio deportivo no se usa para nada que comprometa el apoyo a terceros ni tiene interés en pronunciarse en asuntos morales o políticos, aun cuando sí se ha involucrado en acciones con consecuencias políticas, como fue la firma del acuerdo como rostro para la promoción de Arabia Saudita, que fue leída como un lavado de imagen del país luego del asesinato del periodista Jamal Kashoggi, atribuido a una orden del príncipe Mohammed Bin Salman.
El destacado periodista británico John Carlin, fanático de Messi, escribió una columna llamada “Carta abierta a un mercenario”, en alusión a este acuerdo con el gobierno saudí.
Es cierto entonces que Messi no se mete en líos y, por el contrario, elige una ruta lineal y sin problemas.
En el mundial de 2022 Cristiano Ronaldo criticó la publicidad de una bebida cola (la sacó y la escondió, para subir una botella de agua) en un espectáculo deportivo como es la copa mundial, pero Messi no hizo alusión alguna. Tampoco ha dicho nada respecto a las guerras o grandes conflictos. Messi no se hace problemas con la FIFA y viceversa.
¿Se alcanza así la inmortalidad?
Lionel Messi quedará por décadas en los registros de grandes récords, sus números y proezas lo avalan. Pero la verdadera inmortalidad no es un nombre escrito al lado de una marca, de un logro, de una copa. La inmortalidad de un gran deportista radica en haber cruzado el umbral y haberse convertido en un líder que no se agota al sacarse las zapatillas, que no se extingue como referencia luego de su retiro, sino que crece por sus tribulaciones, sus dolores, sus reflexiones, sus logros, sus errores y sus tragedias.
No hay punto de comparación entre Mohammed Ali, negándose a alistarse en la guerra de Vietnam y pagando el precio, y Lionel Messi sin pronunciarse sobre un mundo convulsionado, sobre una Argentina en crisis y sobre la institucionalidad del fútbol.
Messi guarda un riguroso silencio sobre las cosas que dividen las aguas del mundo o de su deporte, se remite a la anécdota y deja de lado lo demás. ¿Tiene derecho? Por supuesto. Pero al usar ese derecho te alejas de la inmortalidad.
Mohammed Ali, Ayrton Senna, Diego Maradona
Hay grandes ejemplos de líderes deportivos que pusieron en jaque su carrera por confrontar poderes superiores, como es el caso del ya mencionado Mohammed Ali, Ayrton Senna, Diego Maradona y varios deportistas que manifestaron sus críticas al racismo y la discriminación desde los años sesenta.
Ayrton Senna tuvo una relación tumultuosa con la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) a lo largo de su carrera. Siendo un permanente defensor de la seguridad de los conductores, Senna se enfrentó sistemáticamente al presidente de la FIA Jean-Marie Balestre.
Senna fue descalificado en varias ocasiones y denunció sistemáticamente que Balestre favorecía a Prost y que tomaba decisiones que perjudicaban su carrera. Incluso su trágica muerte estuvo marcada por estos hitos políticos, pues fue muy duro con la FIA durante varias carreras de 1994 y luego pidió que se suspendiera la carrera de Monza después del accidente fatal de Roland Ratzenberger, que se convirtió en el prólogo de su propia muerte.
Por su parte, Diego Maradona es difícil de describir en pocas líneas. Quizás valga la pena usar la referencia nietzscheana de “humano, demasiado humano” para referir al futbolista que fue capaz de retomar el dolor de Malvinas en el mundial de 1986, que se enfrentó sistemáticamente a la FIFA en el marco de negociaciones de otros jugadores de fútbol, insistiendo en la importancia de los derechos de los futbolistas.
El malestar de la FIFA fue tal que en 1994 presenciamos en el mundial en Estados Unidos una escena nunca antes vista (y tampoco después): la enfermera saliendo a la cancha para llevarse a Maradona al test de drogas.
La puesta en escena presagiaba los hechos evidentes: Maradona sería sancionado. Se le encontró efedrina, usualmente usada como broncodilatador, frente a la cual en esa época había tolerancia cero. Actualmente se acepta su uso en dosis limitadas.
Lo cierto es que los desplantes y la incomodidad de la FIFA cobró su revancha. Maradona había dicho de la FIFA que eran ladrones, que la organización era una dictadura y que trataban a los jugadores como mercancías.
Messi no conoce el barro de la relevancia social
Messi ha hecho críticas a la FIFA, pero siempre dentro de los límites habituales: la crítica a los arbitrajes y los problemas de organización. La mayor parte de las veces ha sido su frustración la razón. Pero Messi no ha tenido el liderazgo, la fortaleza, el vanguardismo, para ir más allá.
Terminará su carrera sin grandes heridas de guerra, reduciendo su liderazgo a ser muy destacado en su tarea (cosa elogiable igualmente) y a mantenerse alejado del ruido. En una época de altisonancia tiene su mérito, pero no es menos cierto que vivimos en una era que parece requerir pronunciarse.
No en vano en estos días Kylian Mbappé se pronunció sobre las elecciones francesas, llamando a los jóvenes a evitar los extremos, en lo que se entendió como una crítica algo soterrada, pero comprensible, a Marine Le Pen.
Lionel Messi no ha conocido el barro (y a ratos el estiércol) de la relevancia social, que ocurre cuando se hace uso de una oportunidad que ha dado el éxito y ello se usa para algo más que manifestarse respecto a los propios logros.
Messi no se ha ensuciado con las complejidades de someterse a la diferencia con parte de la ciudadanía.
Messi no se ha puesto en juego fuera de la cancha. Literalmente, está fuera de ese juego. Y esa falta de barro, esa ausencia de estiércol, esa comodidad grácil, lo acerca de seguro a los récords, pero lo aleja de ese lugar extraordinario que es el panteón de los grandes dioses, ya no del fútbol, sino de la sociedad; dioses tristes o trágicos, pero dioses, que se plantaron frente a la Historia y la quisieron mover.
Muchos de ellos fueron derrotados, pero haber hecho ese viaje los reivindica.