Es urgente que actualicemos los estándares a la realidad actual del planeta y subamos las exigencias como una obligación en beneficio de todos, pues el costo de esta crisis hoy sólo lo están pagando las personas y no quienes la provocaron en primer lugar.

Por Matías Asun
Director Greenpeace Chile

Hace unos días, un avión de Austrian Airlines quedó seriamente destruido tras enfrentar una atípica (y violenta) tormenta de granizos al aterrizar.

Unas semanas antes, un vuelo entre Singapur y Londres enfrentó graves turbulencias, las que dejaron a una persona muerta y más de 30 pasajeros heridos.

En Brasil, en tanto, el Estado de Rio Grande do Sul lleva dos meses lidiando con inundaciones que no sólo han tenido un fuerte impacto en la actividad industrial, la economía y el fisco en ese país, sino también ha dejado más de 175 muertos, 38 desaparecidos y más de 600 mil personas desplazadas.

En nuestro país, también hemos sido testigos de importantes eventos meteorológicos, como las inundaciones de junio y agosto de 2023 o los incendios forestales cada temporada estival. Más recientemente, hemos sido testigos del ingreso de sistemas frontales de diversa intensidad, los que han provocado desbordes de cursos de agua, inundaciones, socavones y cortes del servicio eléctrico afectando a miles de hogares en el país y dejando a miles de familias en absoluta vulnerabilidad.

¿Qué tienen en común todos estos eventos?

Todos están estrechamente relacionados con uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad hoy: la crisis climática.

La emergencia que ha producido la pérdida progresiva y notoria de los equilibrios climáticos en nuestro planeta ha provocado nuevos riesgos en la vida cotidiana de las personas: los vuelos comerciales son cada vez más propensos a graves turbulencias, las lluvias -aunque profundamente esperadas en territorios como el nuestro- hoy provocan el temor de las personas, mientras que el calor acompañado de fuertes vientos nos obligan cada verano a ser doblemente precavidos.

Vivimos una nueva era, donde la sequía y la inundación, como claros ejemplos de eventos climáticos extremos, son realidades constantes en un mismo territorio.

Pese a la preocupación que esta situación despierta en la sociedad, lo cierto es que aún, a nivel mundial, estamos poco preparados para los graves eventos meteorológicos que estamos enfrentando. Vemos cómo cada año se invierten millones de dólares, los que se destinan a la gestión de las emergencias, cuando debiésemos pensar soluciones concretas que busquen prevenir estos fenómenos derivados de la crisis climática.

Poco y nada sirve ampliar el presupuesto destinado a emergencias declaradas cada año, si no se realizan inversiones a la par para prevenirlas. Simplemente es guardar dinero en sacos rotos o construir hospitales en esquinas con semáforos rotos; tratar el síntoma y no la enfermedad, que se agrava día a día.

Medidas para prevenir efectos de la crisis

Es primordial que los líderes mundiales tomen, en primer lugar, una actitud férrea para cuidar de manera efectiva y eficiente nuestros ecosistemas: glaciares, cursos de agua, humedales, bosques y nuestra biodiversidad, en general, son los principales salvavidas frente a estos fenómenos, regulando las temperaturas y logrando el balance natural del planeta.

En segundo lugar, los Estados deben avanzar en la prevención de desastres, con planes reguladores adaptados a la realidad de cada territorio -considerando sus oportunidades y amenazas-, así como nuevos métodos de construcción y de urbanización que se adapten a la realidad que hoy vivimos y que mitiguen los efectos de la crisis climática.

Del mismo modo, debemos empezar a exigir a las empresas, normativas de cumplimiento que consideren las crisis -climática, de contaminación y de biodiversidad- que estamos viviendo. Las reglas del juego no pueden ser las mismas, cuando las condiciones han cambiado tan drásticamente en los últimos años.

No nos podemos acostumbrar a ser meros espectadores de emergencias producidas -con cada vez mayor frecuencia- por el desborde de ríos, la inundación de ciudades completas o el surgimiento de socavones que amenazan edificios completos en el borde costero. Es urgente que actualicemos los estándares a la realidad actual del planeta y subamos las exigencias como una obligación en beneficio de todos, pues el costo de esta crisis hoy sólo lo están pagando las personas y no quienes la provocaron en primer lugar.