Como toda persona que opina públicamente, me hice un deber el de conocer lo que decía el Presidente Gabriel Boric en su tercera cuenta sobre el estado de la nación. A medida que avanzaba en el conocimiento de sus palabras, me fue perturbando la pregunta de cuál sería el país a que el presidente se estaba refiriendo, porque ciertamente no era a Chile.
Hablaba de un país hondamente perturbado que su salvador gobierno había logrado estabilizar tras dos años de arduo batallar desde la cima del poder político ¿un país estabilizado y restaurado en su institucionalidad? Ciertamente que ese no es el nuestro y todo los indicadores posibles muestran que los dos años de gobierno de Boric han sido de profunda decadencia.
Otra vez, el país de las maravillas
A medida que mi convencimiento de que el discurso no se refería a Chile ni a ningún país que yo conociera, comencé a preguntarme a qué país imaginario se refería el mandatario. Y ello me llevó a recordar, con enojosa persistencia, aquel popular relato de la niña que, por correr tras un conejo, se cae en un agujero en cuyo fondo encuentra el acceso a un sorprendente país de las maravillas. Un país en que los gatos hablan y se desvanecen, los conejos toman té en el bosque con sombrereros locos y todo lo gobierna una reina histérica a cuyas sangrientas órdenes nadie hace caso.
Llegados a ese punto me di en imaginar que en algún recóndito punto del gabinete presidencial de la Moneda, existe un agujero que le permite al actual presidente evadirse a un país de las maravillas en que ocurre todo lo que él refleja en sus discursos capitales.
Lamentablemente, Chile no está mejor que cuando él asumió el mando, y eso lo demuestran todos los indicadores que se utilizan para edificar un juicio como ese.
¿Es que el presidente no se da cuenta del nivel de endeudamiento que ha alcanzado el estado chileno en apenas dos años de su mandato? ¿Quién cree que pagará la cuenta de ese elevadísimo endeudamiento si no que el pueblo que dice querer favorecer? ¿Cómo cree que un nuevo presidente podrá deshacerse del enorme gasto que significan los miles y miles de clientes políticos que ha incorporado vanamente a la administración pública? ¿Cómo puede estar mejor un país que crece menos que su inflación monetaria? ¿Cómo puede estar mejor un país surcado por miles de extranjeros con orden de expulsión que nadie se esmera en hacer cumplir?
Las preguntas de este tipo podrían prolongarse por páginas y, con ello, trasformar la cuenta pública presidencial en una fantasía sin ton ni son.
Debe reconocerse, sin embargo, que el país de las maravillas ha asomado, con mayor o menor timidez, en las cuentas públicas de casi todos los mandatarios bajo los cuales yo he vivido. Por tanto, supongo que el agujero del conejo fue descubierto en la Moneda mucho antes de Boric, pero nunca había sido tan transitado y por tantos periodos de tiempo como ahora.
No solo él lo ha usado con frecuencia sino que también algunos de sus colaboradores, como su vocera Camila Vallejo, que ha desdibujado su figura por frecuentes alusiones a un país que no existe.
Los problemas que no ven
La verdad es que, mientras el presidente se ocupa en divagar durante varias horas, el país sigue sin referencias serias a sus problemas más fundamentales. Tenemos un grave problema de orden público y de impunidad criminal. Frente a ese problema, la pregunta correcta es si el sistema democrático constitucional que nos rige tiene herramientas suficientes para combatir eficazmente esa situación.
Otro problema de infinita gravedad es el deterioro de la educación pública, que ha llegado a niveles jamás vistos. Ya el dilema no es ni siquiera la calidad de la educación, si no que la existencia misma de ese sistema minado por la indisciplina sin control y por la incapacidad de las autoridades frente a ella.
Alguien, en algún momento, inventó la idea de que los recintos escolares y universitarios eran extraterritoriales, lo que no solo es anticonstitucional si no que es una concepción loca que afecta a lo más elemental del sentido común. Así, se puede garantizar que la calidad educacional de Chile no mejorara en gobiernos ni siquiera parecidos al de Gabriel Boric.
Hoy los empresarios privados ya saben que el Estado, tal como hoy está, no es un amigo ni un socio en el desarrollo del país. Eso se traduce en una letal falta de inversión y de creación de nuevas empresas a pesar de que son la única esperanza de reactivación y crecimiento. Como consecuencia, Chile se ha convertido en un exportador neto de capitales cuando lo que más necesita son flujos positivos.
¿De dónde cree el Presidente que salen los recursos para crear empresas chilenas o juntar propiedades chilenas en otros países? En verdad, un logro que legítimamente podrá exhibir el mandatario en un par de años más será el de haber batido el record mundial de demora en la aprobación de proyectos, lo que implica un costo que ningún país sensato se atreve a enfrentar.
¿Autocrítica?
En todo caso, hay que reconocer que en un aspecto el relato de Boric se aparta mucho de la descripción de un país de las maravillas. En este, Alicia no es culpable de nada de lo malo que ocurre, mientras que en su país imaginario, simplemente no existe la autocrítica y la corrección de situaciones lacerantes para la conciencia colectiva.
¿Qué hizo su gobierno para castigar políticamente al partido político que se demostró arquitecto de un modelo de robo sistemático al estado? ¿Qué fue de la investigación del sainete según el cual una banda improvisada de rateros invadió un ministerio para robar computadores que luego devolvió y lo único que desapareció para siempre fue una caja de fondos presuntamente llena de documentos incriminatorios? ¿Es que el Presidente cree que la mayoría de los chilenos somos tan idiotas como para creer en esa patraña que hasta un niño rechazaría?
En verdad, digerir la cuenta pública presidencial es una tarea penosa e indigesta para alguien dotado de un simple sentido común. Lo que describió el Presidente no es Chile y haría muy bien en despertar a la realidad y abandonar por el resto de su periodo el agujero del conejo.