El presidente se mira desde fuera, se observa en el Congreso pleno y de pronto comprende que la partícula ha tomado una posición, se ha decantado en el escenario. Y es ahí cuando se felicita, mirando al suelo y al techo a la vez, con la voz profunda de la convicción o con la voz engolada de la impostura, pero lo cierto es que susurra sin bajar el volumen: “es que hemos hecho tantas cosas”.

El “gato de Schrödinger” es un famoso experimento imaginario propuesto por el físico austríaco Erwin Schrödinger en 1935. Este experimento ilustra algunas de las paradojas y peculiaridades de la mecánica cuántica, específicamente el principio de superposición cuántica.

Este principio establece que los sistemas cuánticos pueden existir en múltiples estados simultáneamente hasta que son observados o medidos. Antes de la teoría cuántica toda la ciencia era determinista, esto es, dado un escenario determinado, éste solo puede evolucionar hacia otra situación definida. No hay espacio para el azar o la inquietud. Si ésta existe es porque sencillamente no podemos conocer toda la información para saber hacia dónde se dirige el escenario.

Esta perspectiva establece que los objetos o sistemas tienen propiedades definidas, que pueden cambiar, pero no superponerse.

En cambio, en el caso de la teoría cuántica puede ocurrir que un átomo se encuentre en varios estados de energía a la vez, asunto que es contrario a nuestra perspectiva del mundo según la cual medir en un momento determinado solo puede dar un resultado.

Si usted es investigado por un delito de robo en un supermercado a las 18:35 de un domingo 20 de agosto, pero usted puede demostrar que estaba en un cumpleaños a cincuenta kilómetros a esa hora; el juez le dará el beneficio de la inocencia. Pero un juez cuántico no diría lo mismo: ¿hay posibilidades de que haya estado en dos lugares? ¿Por qué no? Bueno, no se abrume, estamos empezando a explicar todo esto.

La tesis cuántica por excelencia es que el momento de la observación o medición supone el colapso a uno de los estados posibles. Es decir (simplificando), cuando observo algo decanta o colapsa en una posición y condición determinada, pero antes de aquello el sistema se encuentra en una superposición de todas sus posibilidades. Es decir, el resultado específico de una observación sería consecuencia de la misma observación.

El experimento de Schrödinger

Como esta historia es poco intuitiva, Schröedinger decidió ilustrarla en un experimento. Y es el siguiente:

Se coloca un gato en una caja cerrada, junto con un mecanismo que contiene una sustancia radiactiva, un contador Geiger, un frasco de veneno y un martillo.

Si el contador Geiger detecta la desintegración de un átomo radiactivo, el martillo rompe el frasco de veneno, matando al gato.

Si no detecta la desintegración, el gato permanece vivo.

La teoría cuántica no estaría diciendo que antes de abrir la caja, antes de mirar al gato, éste se encontraría vivo y muerto a la vez, situación que solo se definirá al abrir la caja, momento en el cual se puede observar al gato.

Como decíamos, según la mecánica cuántica, antes de que se observe el sistema, el átomo radiactivo existe en un estado de superposición, es decir, está simultáneamente desintegrado y no desintegrado. Por extensión, el gato también estaría en un estado de superposición: vivo y muerto al mismo tiempo hasta que se abra la caja y se observe el estado del gato. Esto se conoce como la interpretación de Copenhage, que establece que al ser observado “el gato” se define el estado.

Esto tiene numerosas implicaciones filosóficas, pero la más importante es el carácter contraintuitivo con el que se puede enfrentar la comprensión de la realidad. En la vida cotidiana un gato no puede estar vivo y muerto a la vez, pero en la interpretación cuántica el gato puede estar en esa situación intersticial hasta que se defina. Y cuando lo hace, cuando llega a ser asociado a una posición, inmediatamente seguirá produciéndose el escenario de incertidumbre.

¿Se puede aplicar este tipo de teoría al análisis político? Veamos.

¿Podemos imaginar un “presidente de Schrödinger”?

Un presidente equivalente al gato de Schrödinger tendría características que reflejan la paradoja de estar en dos estados contradictorios simultáneamente hasta que una observación externa determina su situación de manera aleatoria, inconsistente, meramente resultante de las formulaciones matemáticas.

Un presidente con esta característica sería intenso en la ambigüedad de sus posiciones, sería realmente muy difícil saber qué está diciendo y si realmente cree en algo o no. Pero claro, si en un momento todos los medios giran y concentran su atención en él, entonces la ambigüedad se suspende y el presidente elige una postura clara, contundente y definitiva; que se extinguirá no bien se le deja de mirar, situación en la que todo vuelve a fojas cero.

Un presidente de Schrödinger sería percibido de diferentes maneras por diferentes grupos, pudiendo ser visto como un líder progresista por unos y como un conservador por otros, dependiendo de las circunstancias. Un presidente de Schrödinger emplearía la ambigüedad estratégicamente para mantener el apoyo de diversos grupos de interés, evitando definiciones claras, o resaltando claridades contradictorias unas con otras, para así evitar la fuga de seguidores.

En resumen, un político equivalente al gato de Schrödinger sería una figura cuya verdadera posición política está en una superposición de estados hasta que se le observa detenidamente, reflejando una ambigüedad intencionada y estratégica que le permite navegar entre distintas corrientes políticas y mantener el apoyo de diversos grupos.

No es fácil encontrar casos muy puros de este nivel de ambigüedad. Todas las autoridades se comen sus palabras pasadas y hacen lo que criticaron. Pero normalmente esos movimientos significan sesudas acciones de fundamentación, momentos de reconocimiento de profundidad, llamadas a sus partidarios a una reflexión sobre los errores del pasado; es decir, eso que se entiende como hacerse cargo.

Pero un presidente de Schrödinger no es un ser sufriente, simplemente está en un estado estadísticamente intersticial, ni vivo ni muerto, ni en una posición ni en la contraria.

El presidente de Schrödinger es una partícula que se mueve aleatoriamente en un espacio. No es un político, que lucha por fijar una posición. Es una partícula subatómica que solo puede dejar llevarse por las presiones del espacio mismo. Por esto es difícil imaginar un presidente de Shrödinger, aunque muchos hayan sido ambiguos.

Pero ya está. Usted lo sabe.

Sí, así es, puedo decir que existe el “presidente de Schrödinger”: liviano como una partícula subatómica, de destino desconocido, sometido al rigor del azar, carente de toda conciencia, carente de toda autocrítica, hecho de la siguiente decantación que propine la observación que se define sobre él. Así es, el presidente de Schrödinger existe:

Y su nombre es Gabriel Boric

Todas las definiciones con él resultan ampliamente dudosas e inciertas. Nunca está claro en qué estado se encuentra el presidente, nunca se sabe quién es; hasta que en un momento determinado lo observamos (siempre y cuando le pongamos mucha atención) y entonces sí adopta una posición en el espacio político, para luego volver a indefinirse hasta encontrar otro estado, novedoso y efímero como el anterior, cuya existencia solo precede a un nuevo momento de indefiniciones y del mero azar que cada amanecer le notifica.

Quizás ocurre que la gente convencional, no familiarizada con la física cuántica, no entiende al presidente. Yo no lo entendía, pero creo que ahora sí. Son esas casualidades de la vida que te abren los ojos, un par de libros, un par de películas y ya estaba frente al presidente de Schrödinger, que no puede ser juzgado en sus actos porque todo está ocurriendo a la vez, lo criticable y lo loable, lo punible y lo premiable.

No, ustedes no lo entienden. No comprenden que el presidente puede estar y no estar en el comité político, que puede estar y no estar en un evento, que puede estar y no estar de acuerdo con algo, que puede ser o no ser concertacionista, que puede ser o no ser piñerista, que puede ser o no ser revolucionario, que puede reivindicar y condenar el asesinato de Guzmán, que puede ser y no ser un ciudadano común, que puede estar a favor de los empresarios y en contra del capitalismo, que puede hablar mucho y no decir nada, que puede ser absurdo y ser lógico. No lo entienden.

Es cierto que el presidente tampoco está interesado que se le entienda. Pero bueno, nadie le puede pedir al gato de Schrödinger explicaciones, ¿por qué habríamos de pedírselas al presidente?

Al presidente ni siquiera le importa si está políticamente vivo o muerto, no le importa que el principio de incertidumbre inunde los anuncios del CAE, que todavía no entendemos del todo. Pero claro, usted lo entendería si asumiera lo más importante: de momento el CAE es una partícula en movimiento en un acelerador. En algún momento lo observaremos y decantará de alguna forma. Y allí sabremos qué es eso del CAE, el misterio más grande desde la trinidad, porque el presidente de Schrödinger es uno y trino.

No, el presidente no es confuso.
No, no es contradictorio.
No, no ha sufrido una transición ideológica.
No, no genera expectativas contradictorias.
No, no es paradojal.
No.

Distintos universos

El presidente habita en distintos universos, es un cuento de Borges, un día se levanta en otro universo y es temprano y su gobierno es un símbolo de claridad. Al otro día la estabilidad y el orden son su obsesión. Otro día es la igualdad.

Hay universos en que el país se cae a pedazos. Pero la caja en la que vive, parecida a la del gato, le informa que todo eso es noticia falsa. Y el presidente sigue su camino, cualquiera sea éste, el camino superpuesto. Todo es posible. O casi. Porque nunca, pero nunca jamás, el presidente se enfrenta a un mundo con leyes deterministas, en ningún caso la realidad es firme y clara. Todo depende de detalles superfluos, de curiosidades, del último carrete, de la última persona que le habló, de las obsesiones pigmeas de su equipo más cercano.

El presidente se ha levantado y ha sido otro. Y luego otro. Y luego otro. Siempre distinto.

Pero en todas las realidades se emociona de sí mismo, se emociona de su propia grandeza, de los azares que le han construido, en todas las realidades dice: “hoy quiero hablarles a quienes” y agrega una contingencia, habitualmente una tragedia social que le permite recordar esos tiempos en que se hizo líder. Sí, en todas las realidades les habla en específico a quienes lo puedan mirar, como una persona que tomando un café en el Drugstore solo sabe mirar para saber si lo miran, porque si lo miran es real.

Es el presidente de Schrödinger

Es el presidente Boric, el presidente partícula estocástica, el presidente del azar.

Es así que el presidente vive la vida de toda partícula subatómica de comportamiento estocástico. ¿No tiene conciencia? Pero por dios, usted no entiende, ¡de nuevo usted no entiende!

El presidente sí juega a los dados. No le pida peras al olmo: el presidente de Schrödinger no puede tener conciencia. Es una partícula en movimiento, nada más.

Igual tiene un rasgo extraño: aunque no tenga conciencia sí puede felicitarse, por supuesto, premiarse a sí mismo. Fue así que se interrumpió en el discurso de la Cuenta Pública para decir: “es que hemos hecho tantas cosas”.

Yo no vi la imagen, lo escuché por la radio, pero pude imaginar el gesto: la autosatisfacción por todo lo alto. Lo imagino observándose a sí mismo, creando una nueva física, algo antes inexistente, un avance histórico diría la vocera.

Lo imagino como partícula que pasa a ser observada, pero por sí misma: es la primera partícula subatómica tan azarosa como narcisista. Realmente una extravagancia.

El presidente se mira desde fuera, se observa en el Congreso pleno y de pronto comprende que la partícula ha tomado una posición, se ha decantado en el escenario. Y es ahí cuando se felicita, mirando al suelo y al techo a la vez, con la voz profunda de la convicción o con la voz engolada de la impostura, pero lo cierto es que susurra sin bajar el volumen: “es que hemos hecho tantas cosas”.

Y ahí sí, la arrogancia necesaria, la señal, para luego agregar la modestia “y faltan tantas por hacer”. He aquí la escena crucial, lo único importante, la única estrategia: actuar en un mundo azaroso, convertirse en algo informe que pueda sobrevivir al fracaso.

¿Las medidas? No se preocupe

Usted no sabe de física cuántica. Las medidas las entiende él, son envases vacíos, su estrategia va más allá. Abre el aborto porque así la derecha ganará y podrá retroceder el aborto. Los misterios de la cuántica son insondables. Su genialidad está en este azar en movimiento, en este personaje de Borges, más parecido a Daneri que a Borges, que tuvo la ocasión extraordinaria de decantar en presidente en este universo cuántico, pero en otro seguro que hay otro.

No se preocupe, no es para tanto. El presidente ya decantará de otro modo. Es cuestión de observador. Por eso toda noticia puede ser falsa, porque para eso existe un universo donde lo es. Todos los estados de superposición posibles son igualmente reales. Y cada uno ocurre en un universo diferente.

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Esto confiere una gran tranquilidad al presidente, que en un universo paralelo metió preso a Sebastián Piñera y aprobó las grandes reformas que soñaba. En el otro refundó la Concertación y es el presidente de los empresarios.

Es que un presidente de Schrödinger sabe que lo que vemos acá no es nada, que está lleno de mundos posibles, algunos sin capitalismo. Y eso da tranquilidad para dormir sin estrés, eso claro que facilita un sueño reparador, eso permite disfrutar del descanso hasta tarde.

Y es que en otro universo el presidente está en la oficina.

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