La llamada Región Autónoma Hebrea fue fundada en 1928 como parte de la Unión Soviética junto a la frontera con China.
Su surgimiento no fue obra de comunidades judías en busca de una tierra segura y pacífica donde asentarse, sino que obedeció a una decisión de Stalin, gobernante todopoderoso, empeñado en una “limpieza étnica” de la URSS a favor del pueblo ruso, a pesar de que él era un afuerino georgiano.
El odio de Stalin
Según Stalin, una nación no pedía existir dispersa y sin un territorio, como en el caso de los judíos, “problema” que él pretendía solucionar reuniéndolos y concentrándolos a su antojo en un lugar remoto.
En ese mismo espíritu, años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin ordenará el traslado por la fuerza de los tártaros de Crimea a Uzbekistán.
El odio de Stalin al pueblo de Abraham quedará de manifiesto cuando acuse sucesivamente de traidores y espías al servicio de potencias extranjeras a todos los judíos del Comité Central del Partido, de los órganos de seguridad y del alto mando del ejército, a quienes hará ejecutar.
Su archienemigo, León Trotsky, el judío Lev Davidovich Bronstein, será asesinado en México por orden suya.
La Región Autónoma Hebrea de la URSS fue creada en la zona de Birobidjan, en la Siberia oriental, adonde Stalin envió por la fuerza a judíos de la Federación de Rusia y de las repúblicas soviéticas de Ucrania y Bielorrusia, en su mayoría comerciantes, artesanos, médicos, músicos. A todos obligó, mediante una política de “agrarización” y “sovietización, a que se dedicaran a la agricultura, una actividad que les era ajena, en una zona de clima extremo.
Desde el comienzo, muchos de los judíos enviados a esa región intentaban escapar a través de diversos medios y, al crearse en 1948 el Estado de Israel, se inició su éxodo masivo hacia allá.
En la Rusia de Putin, la Región Autónoma Hebrea ha seguido existiendo, con apenas 1.980 judíos registrados en un censo reciente.