El macrocampamento Los Arenales, ubicado en la periferia de Antofagasta, es más que un mero asentamiento informal. Es un espejo de las profundas desigualdades sociales y un testimonio de la capacidad de resiliencia de sus habitantes.

Para 2024, se estima que este campamento tiene más de 2.000 hogares. La mayoría de ellos están compuestos por trabajadores formales que, pese a tener empleos y pagar impuestos, se ven forzados a vivir en condiciones de extrema pobreza.

Esta situación es una consecuencia directa de las falencias de nuestro mercado habitacional, sin dudas. Pero el problema subyacente más complejo que reproduce los campamentos en Chile es la desigualdad estructural de nuestro diseño social.

Sin acceso a una vivienda digna

Según la encuesta de campamentos del Ministerio de Vivienda y Urbanismo de 2016, el 70% de las personas en campamentos en Antofagasta viven en las condiciones previamente mencionadas por limitaciones económicas. Este dato resalta un problema fundamental: la precariedad salarial. En un país que destaca en la región por su PIB per cápita, es paradójico e injusto que tantos trabajadores no puedan acceder a una vivienda digna.

Los habitantes de Los Arenales, en su lucha diaria, exhiben una capacidad de adaptación y creatividad envidiables. Han desarrollado formas de autoorganización y autoproducción del hábitat que desafían nociones estandarizadas de urbanismo. A través de la construcción colaborativa y el aprovechamiento ingenioso de los pocos recursos disponibles, estas comunidades han creado hogares.

Una estrategia insuficiente

El aumento de viviendas insertas en campamentos entre 2021 y 2023 fue de un 40% según TECHO. Esto muestra que la estrategia subsidiaria ha sido insuficiente para abordar las raíces del problema. Se necesitan cambios estructurales que exceden los límites de las políticas habitacionales, como, por ejemplo, hablar abiertamente de políticas salariales y modelos de seguridad social que aseguren (sí, con seguridad), que todas las personas puedan vivir dignamente.

Reconozcamos que los modelos habitacionales no pueden ser eficaces si no incorporan a su diseño las realidades económicas de sus beneficiarios. Debemos aprender de la resiliencia de comunidades como Los Arenales para construir ciudades más inclusivas y justas, pero esto también implica mirarnos y reconocer nuestras limitaciones.

La ciudad representa nuestra sociedad y la evidencia es clara, no estamos ni cerca de resolver los problemas asociados a la desigualdad.

Una familia en la arena

Los Arenales muestra evidencia emocionante de su organización. Pero, esa emoción debe generar acciones, ya que también estos pobladores nos recuerdan que se pueden evitar estos extremos si se diseñan políticas que sean capaces de garantizar que nadie tenga que recurrir a ver crecer una familia en la arena.

Son cerca de ocho años en promedio lo que los hogares tardan en salir de un campamento. No, no es un lujo, como se ha insinuado en algunos lados. Es imperativo que actuemos con urgencia para reestructurar nuestra sociedad de manera que el derecho a una vivienda adecuada sea una realidad alcanzable para todos y que no dependa únicamente de cambios en los modelos de subsidios habitacionales. Con eso, no alcanza.