La guerra que enfrenta a la Federación Rusa con Ucrania lleva más de dos años. Se trata de uno de los conflictos mas graves de los últimos tiempos. En el escenario europeo, es lo más grave después de las guerras que siguieron a la disolución de Yugoslavia.
En el hemisferio norte, es lo de más impacto después de las guerras del Golfo y de los posteriores conflictos que sucedieron a la ocupación de Irak y Afganistán.
En todos estos casos se trata de conflictos convencionales -no nucleares- y que han involucrado a diversas potencias globales y regionales.
¿Un momento para dialogar?
Después de dos años, la guerra se encuentra en un punto de inflexión. El potencial de los contendientes se hace sentir. Kiev depende de una retaguardia occidental donde crece el escepticismo. Quizás el dato más importante serán las repercusiones de las próximas elecciones al parlamento europeo en junio, y, por cierto, las elecciones presidenciales estadounidenses de fin de año.
Rusia ha logrado sortear las sanciones económicas y ha consolidado sus posiciones iniciando un avance progresivo a lo largo de un extendido frente. Vivimos la primavera del hemisferio norte, la Historia enseña que las maniobras militares aprovechan el verano para su despliegue. A todo ello, agreguemos que la guerra de Gaza le restó protagonismo y fuerza comunicacional a la guerra de las estepas. En este contexto, podríamos afirmar que, en la actual fase de la guerra, el tiempo corre en contra de Kiev.
¿Es posible negociar? En principio sí. De hecho, a inicios del conflicto se desarrollaron varias conversaciones entre ambas partes. Se sostuvieron sucesivas rondas, las más fructíferas fueron aquellas celebradas en Turquía, con el aval del dueño de casa, Israel y Bielorusia.
En diversas publicaciones han trascendido las bases de un acuerdo que estuvo a punto de cuajar, conocidos como el Comunicado de Estambul, que debería haberse proclamado a fines de marzo del 2022. Implicaba un alto al fuego y garantías de seguridad para Ucrania, garantizada por las potencias del Consejo de Seguridad, junto a su compromiso de neutralidad. No ingresó a la OTAN, pero sí a la UE.
Los historiadores aclararán por qué este acuerdo no llegó a puerto. Algunas versiones indican que los reveses militares de los rusos al inicio animaron a Kiev que, de conseguir respaldo en armamento y recursos, podría obtener mejores condiciones.
Otras hipótesis enfatizan la actuación del entonces primer ministro ingles, Boris Johnson, que junto a otros líderes occidentales apreciaban que era posible asestarle un golpe estratégico a Rusia.
Lo cierto es que el Acuerdo de Paz no funcionó. Ucrania, apertrechado con un generoso apoyo militar y financiero de parte de Europa y de los EE.UU, desanimó el cerco sobre Kiev y recuperó parte del territorio perdido inicialmente.
Luego, preparó cuidadosamente una ofensiva en el verano del 2023, la cual fracasó y desgastó severamente a las FF.AA ucranianas. De allí en adelante, las tropas rusas, abandonaron su posición defensiva y han iniciado un progresivo avance en la zona del Donbass.
¿Mas armas o más diplomacia?
Hoy en día, la opinión pública se modifica, especialmente en Europa. Una mayoría considera que Europa debe rearmarse, y al mismo tiempo, crece el escepticismo respecto al curso de la guerra.
También crece el miedo a que una Rusia victoriosa, pudiera seguir avanzando sobre otros países, ese temor es muy fuerte en Polonia, los países bálticos y Rumania. Junto a todo lo anterior, la calidad de vida se deteriora por la inflación, por el costo de la ayuda -incluida la recepción de miles de migrantes ucranianos- y también por las denuncias de corrupción. Si Kiev no ha logrado entrar en la UE con anterioridad, en buena medida se debe a que no alcanza los estándares de trasparencia que la Unión exige a sus miembros.
Por cierto, como en toda guerra los relatos no siempre son coincidentes. Despejemos desde ya que aquí no se trata de un conflicto de raíces ideológicas (un país democrático vs un país totalitario) porque en ambos casos se conocen criticas respecto al funcionamiento político.
Tampoco es un conflicto basado en diferencias políticas o modelos económicos enfrentados. Tanto Moscú como Kiev despliegan planes de desarrollo basados en economías de mercado.
Estrictamente aquí tenemos un conflicto de un país donde convivían dos almas, una rusa, y otro prooccidental, unos católicos y otros ortodoxos, con dos idiomas diferentes, y proyecciones culturales y modelos diferenciados, los unos mirando al Este y los otros a Occidente.
Ese es el componente propiamente nacional de la guerra ucraniana, que otros países han resuelto con sistemas federados, cantones, que coexisten sin drama. Desgraciadamente no fue el caso de Ucrania.
Los conflictos de interés y competencia de potencias
Pero además de este problema propiamente ucraniano, en esta guerra se expresan conflictos de intereses diferentes. Por un lado, Occidente quiere ampliar su presencia estratégica hacia el Este, y por otro, Rusia recela de ello. En la misma lógica que en 1962 Kennedy declaró inaceptable que una potencia enemiga (entonces la Unión Soviética) instalase ojivas nucleares en Cuba, es decir, en su frontera.
Desde esta perspectiva, los intereses en ambos bandos pueden expresarse en una común raíz de búsqueda de seguridad, lo que es ampliable a Europa. Tanto Ucrania -como Europa- quieren tener garantías de que Rusia no se expandirá hacia Occidente, así como la Federación Rusa busca impedir que la alianza militar occidental se instale en sus fronteras. Si se trata de buscar un piso común, es la garantía de la mutua seguridad lo que puede proporcionarlo.
Pero, este conflicto tiene otra dimensión: la de competencia entre potencias. Y eso va mas allá de las estepas. El dilema es sencillo pero difícil. O se asume que el panorama estratégico global cambió, o vamos a tener problemas, todos.
¿Existe otro camino posible?
Sí existe otro camino, si asumimos que actualmente hay una diversidad de potencias -de diferentes tonelajes y culturas- y se construye una convivencia pacífica entre ellas.
En mi modesta opinión de humilde ciudadano, este último camino es laborioso, pero se corresponde más con la realidad imperante. Supone una apuesta sostenida por el multilateralismo, más realismo que idealismo, menos fundamentalismo.
Una última reflexión: Si la solución posible pasa por garantizar la seguridad de los beligerantes, entonces lo más aconsejable, conforme nuestra tradición diplomática, es ser firmes partidarios de la construcción de soluciones pacíficas a los conflictos, con un fuerte compromiso multilateral.
Chile, es un socio activo en la construcción de la paz. Si compartimos lo anterior, no se entiende que un evento como la llamada “Conferencia para la Paz en Ucrania”, a realizarse a mediados de junio en Bürgenstock (Nidwalden, a orillas del Lago Lucerna en Suiza) a pedido de Kiev y sin invitar a la Federación Rusa, pueda llegar a resultados vinculantes.
La paz, o al menos el alto al fuego, requiere de esfuerzos de dialogo entre los beligerantes y de acompañamiento de esos esfuerzos.