El debate respecto a cómo proyectamos la salmonicultura nacional lleva demasiado tiempo trabado y es positivo que se reactive. Sin embargo, intentar cerrarlo dejando de lado visiones importantes sobre la industria solo será foco de nuevos conflictos.
Estefanía González, Subdirectora de Campañas de Greenpeace, realizó en este medio una dura crítica a la salmonicultura, apelando a que se debe frenar su expansión en nuestro país.
Al respecto, González cita un informe de David R. Boyd, Relator Especial de la ONU, sobre su visita a Chile, en el cual afirma que la salmonicultura “es una de las principales amenazas para el medio ambiente que enfrenta la Patagonia (…) La industria del salmón ha contribuido al aumento de los desechos industriales en las playas, el agua y los fondos marinos”.
Sin embargo, la visión de Boyd debe ser tomada con cautela.
Por ejemplo, Xinhua Yuan, Director Adjunto para la Acuicultura de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), declaró, en una dirección distinta, que “dado su potencial (de la acuicultura) para contribuir a tantos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, todos necesitamos centrarnos en cómo avanzar de manera sostenible”.
Dentro de estos objetivos destacan la producción y el consumo responsable, además de tomar acción contra el cambio climático.
De igual manera, menciona una encuesta realizada por Criteria, GestiónSocial y la UAI, la cual muestra a la salmonicultura como una de las industrias con menor evaluación en el manejo de sus desechos.
No obstante, el mismo sondeo también indica que es la actividad que, a nivel de las regiones productoras, mejor evaluación tiene respecto de su aporte al desarrollo regional y comunal. No cabe duda de que hay una tensión respecto al rol de la acuicultura, tanto en el mundo como en Chile, pero el cuadro es un poco más complejo que el que se pinta.
Veamos algunos datos
Según la misma ONU, el mundo deberá alimentar a 2.400 millones de personas adicionales al año 2080, por lo que se deben buscar más alternativas alimenticias de bajo impacto ambiental que puedan ser producidas masivamente.
De acuerdo al World Resource Institute, la salmonicultura emite solo un 3%, 17% y 23% de los gases de efecto invernadero (GEI) que la producción de vacuno, cerdo y pollo, respectivamente. Además, requiere tan solo un 20%, 41% y 84% de la cantidad de alimento necesario para producir un kilogramo de estos animales.
Este aspecto es especialmente relevante, considerando que el 90% de la deforestación global se atribuye a la agricultura, por lo que optar por fuentes de proteína que demanden menos recursos contribuye a reducir la necesidad de nuevos cultivos, mitigando así la deforestación.
Un freno a esta industria implica necesariamente escoger otras fuentes proteicas más contaminantes, y que Chile deje de ser el segundo productor mundial de salmón, no cambiará dicha realidad.
Si además consideramos los casi 20.000 empleos y las exportaciones por USD$6.472 millones que la salmonicultura generó en 2023, lo que repercute en mejores oportunidades de progreso para los hogares del sur del país, parece evidente que debemos encontrar la mejor forma que permita a esta industria crecer.
Si Noruega, principal competidor de Chile, que ocupa la posición Nº20 del Índice de Desempeño Ambiental (EPI, por sus siglas en inglés), frente al puesto Nº65 de nuestro país, espera triplicar su producción al año 2050, no es posible afirmar con propiedad que el crecimiento de esta industria es incompatible con el cuidado del medio ambiente. Por el contrario, es funcional a los desafíos ambientales que enfrenta el mundo.
El debate respecto a cómo proyectamos la salmonicultura nacional lleva demasiado tiempo trabado y es positivo que se reactive. Sin embargo, intentar cerrarlo dejando de lado visiones importantes sobre la industria solo será foco de nuevos conflictos.
Llegó el momento de poner los datos y las posturas divergentes sobre la mesa para, de una vez por todas, pavimentar una ruta de crecimiento sustentable para la acuicultura nacional.