Sería absurdo desconocer que “algo está pasando en El Salvador”. Un fenómeno digno de ser analizado, con todas sus posibles luces y sombras. Más allá de nuestro domicilio político, la meta debería ser entenderlo, en la medida de lo posible, y tomar las lecciones que haya que tomar.
En esta tarea, tendremos algunas dificultades.
El primero son las narrativas, prejuicios y “coros” que traemos dentro: imágenes de la cárcel de seguridad, críticas a un poder que se yergue casi sin contrapesos, y tanto más. Una visión muy distinta a la del pueblo salvadoreño.
Otro escollo será el estilo del mismo Bukele, que lleva años dejando “fuera de juego” al grueso de los analistas políticos, nacionales y extranjeros.
Nayib Bukele no es el primer político en el mundo que ha tratado de seducir a la ciudadanía, o que ha criticado la institucionalidad. Tampoco es el primero que recurre al marketing o a políticas que la oposición llama “populistas”.
De hecho, en Chile muchos lo han intentado y los resultados han sido pobrísimos. Tanto en popularidad como en indicadores objetivos de desempeño.
Manejando códigos y paradigmas no convencionales, Bukele ha obtenido resultados donde todos pronosticaban fracasos. Pero cuando se juega fuerte y abusando a ratos de la intrepidez y la sorpresa (“muévete rápido y rompe cosas”, es uno de sus lemas), se generan también algunos problemas.
Muchos jugadores históricos quedan fuera de juego. Perplejos. Impotentes y un poco ridiculizados. De ahí a la indignación y al estrechamiento de conciencia, hay sólo un paso, ya fácil de ver en muchos de los análisis y críticas.
Pero el fenómeno que analizamos es demasiado serio e importante. Y amerita un mejor esfuerzo de comprensión.
Ya son muchas las señales que distintos países nos han venido dando, respecto del hastío y desconfianza de la ciudadanía hacia la política tradicional. El desgaste estructural es evidente.
Por eso, cuando alguien obtiene el 85% de los votos luego de 5 años de gobierno, culpar de todo al populismo o a las fakes news, es infantil. Tener cultura democrática supone la predisposición a entender y respetar las prioridades de la gente, y lo que hay detrás de ellas.
Bukele inicia su vida pública cerca de los 30 años
Antes, el joven publicista era concesionario de motos “Yamaha” y administraba una discoteca. Quinto de diez hermanos, su origen palestino nunca le dio un espacio en las cerradas élites hispanizadas, propias de Latinoamérica, y especialmente de El Salvador.
Definido originalmente como un hombre de izquierdas, desde muy temprano planteó que el verdadero problema del Salvador era la contaminación del debate con paradigmas equivocados. La desigualdad, la pobreza, la inseguridad eran muy reales, decía, pero eran la consecuencia de una forma de pensar equivocada. No la causa de los problemas.
Agregaba que mientras la clase política siguiera atrapada en los mapas ideológicos de la guerra fría, ningún avance sería posible.
Algo de verdad había en esa crítica: luego de 4 quinquenios de gobiernos de derecha y 2 de izquierda, la inseguridad, los muertos y la corrupción sólo aumentaban. Las recetas eran siempre las mismas: la centroderecha proponía crecimiento económico. La izquierda alzas de impuestos.
El jóven Bukele probaba su tesis de los paradigmas equivocados preguntando a la audiencia si el populismo era bueno o malo. Luego sacaba un diccionario y leía la definición: “Populismo es aquel tipo gobierno que pone como prioridad los intereses del pueblo”.
La provocación comenzaba a dar resultados.
Un adversario fácil de tumbar
Ya lo hemos dicho: Varias décadas de alternancia en el poder entre la izquierda y la derecha habían logrado poco y nada. Las reformas estructurales propiciadas por consultores internacionales no hacían referencia a los crecientes problemas de criminalidad y violencia que afectaban día a día a los barrios bajos, al comienzo, y de todo el país, al cabo de unos años.
Esta deriva hizo pasar al Salvador de ser el país más próspero de América en la década del 50, al país más peligroso del mundo en la última década. Y dicho sea de paso: su territorio total es poco más grande que nuestra región Metropolitana.
Algunas cifras para entender la magnitud de esta situación: en la actual crisis de seguridad que atraviesa Chile, la tasa de homicidios, en su peor escenario, es menor a 5 por cada 100.000 habitantes.
En El Salvador llegó a ser de más de 100. Es decir, 20 veces más. Proporcionalmente, eso equivaldría a tener en Chile cerca de 50 homicidios al día, y por varios años (no es difícil de entender que 3 millones de salvadoreños, de un total de 9, vivan en EEUU).
Estrategia 1: El adiós a su partido FMLN
Una de las primeras acciones estratégicas de Bukele para llegar a la presidencia, fue hacerse expulsar del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el partido de izquierda donde había dado todos sus primeros pasos.
Sus críticos aún no se consuelan por haber caído tan ingenuamente en esa hábil treta, que le permitió desligarse de los malos resultados del gobierno y convertirse en un opositor de ambos bloques. Además, podía proyectarse como un joven común y corriente, que por tratar de hacer cosas bien y de forma distinta, había sido vetado por las oligarquías, que siempre priorizaban sus intereses a los del pueblo. Tú y yo.
“Nuevas ideas”, su movimiento, tenía reglas sencillas. Podía participar cualquiera que tuviera propuestas y amara su país. “Izquierda” y “Derecha” fueron declaradas formalmente “nociones obsoletas”, palabras prohibidas.
“Los salvadoreños estamos hartos de esta gerontocracia, que lleva años engañando y traicionando al pueblo. Los partidos políticos, da lo mismo el color que sean, sólo son agencias de empleo, refugios para mediocres. Los políticos no representan al pueblo, sólo se quedan con su dinero”.
Luego de 4 décadas de inoperancia, violencia y corrupción, ese diagnóstico tendría muy buen eco.
Seguridad, la llave maestra
Pero la llave maestra para entender la altísima votación de Bukele es la seguridad. Cuesta encontrar en las calles alguien que no le reconozca ese aspecto, muchas veces con un fervor casi religioso.
Hablar con cualquier persona en cualquier lugar lleva casi siempre a lo mismo: “Esto acá estaba lleno de muertos, a toda hora. No se podía entrar o salir de ninguna calle sin permiso. Si no pagabas, te morías. Esto ha sido como la liberación de un larguísimo secuestro”.
Los tratados de paz del año 1992 pusieron fin a 12 años de guerra civil (100.000 muertos). Pero la época de la posguerra también generó problemas que no fueron atendidos. Fue así que el poder territorial de las pandillas fue creciendo, aportó otros 100.000 muertos, y llevó al país al borde de la destrucción.
Hasta hace poco, las maras tenían presencia en 80% del territorio, y eran superiores en número y capacidad operativa a las fuerzas del Estado.
La regla básica de la calle era “mira, oye, y calla”.
Gracias a ella, la tasa de impunidad para homicidios era del 97%: nunca había testigos.
La corrupción entre los políticos era rampante. Varios ex presidentes están actualmente prófugos, con indagatorias dictadas antes de Bukele. Además de corrupción y enriquecimiento ilícito, negocios con las pandillas, sobre todo, para asegurar determinados resultados electorales en los territorios dominados. ¡Vaya democracia!
La crueldad y barbarie de las pandillas salvadoreñas es bien conocida. Pero no solo se trataba de homicidios. Debemos agregar extorsiones, secuestros, expulsión de familias de sus propiedades, reclutamiento forzado de menores para sicariato, entre otras labores delictuales. Y para las niñas, violaciones y esclavitud sexual. Según Rita Segato, esto último no tiene que ver con el goce sexual. Sólo es una técnica de dominancia y marcaje de territorio.
Frente a ese estado de cosas, cualquiera podría darse cuenta de que el anhelo de seguridad física, junto al de justicia, serían más importantes, literalmente, que cualquier cosa.
Sabemos que los intereses de los políticos suelen no coincidir con los de la gente. Pero cuando se ha cruzado cierto umbral de desesperación, sólo es cosa de tiempo que se produzca un estallido, y que aparezca alguien que pueda canalizar ese clamor.
La comunidad Ivu era hace pocos años una “zona roja” (muy peligrosa). Hoy, se entra y se sale tranquilamente de ella. Cerca del cubo, una vendedora de papusas me decía:
“Haber tenido que ver, todos los días, pasar frente de mi casa al violador de mi hija…mostrando sus fierros y haciendo alarde…usted no sabe lo que es….un sufrimiento que no le doy a nadie. Por eso, cuando el presidente los mandó guardar a todos (los mareros), fue el día más feliz de mi vida. Fue un gesto humanitario, éramos rehenes. Siempre le voy a estar agradecido…”.
Con estos pocos antecedentes, comienza a ser más fácil entender las razones. Así como lo poco que pueda importarles lo que publique la prensa extranjera.
Ciertamente, pueden y deben hacerse análisis más profundos y matizados. Mientras, algunas preguntas fundamentales quedan abiertas. ¿Quién es el que realmente pone en riesgo la democracia…los gobiernos que, por impericia o lo que sea, desatienden los reclamos de la gente, o quienes les dan respuesta? ¿Vox Populi, Vox Dei?