La santidad política es un misterio. La santidad no está en la persona, no está necesariamente (ni principalmente) en sus actos. La santidad no es de este mundo, pero tampoco de otro. Todo en ella se encuentra en las circunstancias. La santidad es la conversión de la mediocre existencia humana en un bien absoluto y con pretensión de reconocimiento universal. Ante el santo profesamos nuestro regocijo, nuestra congoja, en resumen, nuestro reconocimiento. La santidad es una energía antigua.

Las energías más arcaicas de una sociedad se pueden depositar sobre personas. A veces para bienestar del afectado, a veces para horror de quien se torna la víctima. Se puede estar bendecido y o se puede estar maldito.

Hay ocasiones en que una persona se torna chivo expiatorio y todos los males se reciclan en él.

Hay otras ocasiones (inversas a la anterior) en que toda la esperanza o el amor de una sociedad se deposita en una persona. Y esa persona se torna santa. Es un hecho extraño que está más allá de los burocratismos de religiones que pueden dotar de santidad a quien nadie reconoce como tal.

Muchos líderes políticos sueñan con la santidad, pero es un beneficio escaso. De obtenerla por alguna razón (Mandela, por ejemplo) se cuenta con un recurso extraordinario: la capacidad de unir, de vincular, de integrar.

Es la energía religiosa por excelencia (religión es re-ligare, es decir, volver a reunir) y esa potencia, sin religión de por medio, es un poder enorme que otorga certeza donde no la hay, belleza donde ella escasea y claridad donde hay confusión. Es algo superior a la perfección. El santo produce el rendimiento de la perfección con la causa de la impureza. Maradona, por ejemplo.

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Los políticos aman la santidad

Los políticos, volvemos a ello, aman la santidad. La buscan, es su sueño. Es el camino más corto entre dos puntos, el recurso más preciado. Muy pocos lo logran en vida. Normalmente es un accidente de la historia. Por supuesto, los líderes suelen creer que la santidad es de ellos y que se la merecen. Pero por cierto que no es así. Nadie merece la santidad, es un hecho social, no un premio al esfuerzo.

Muy rara vez algún líder instala su santidad y su doctrina a la vez. De alguna manera es lo más parecido al mérito. Patricio Aylwin insistió gritando perentoriamente “¡civiles y militares!” en un llamado a la unidad cuando las pifias del Estadio Nacional, en la misa fundacional de la renovada república, caían sobre él por llamar a la unidad con los militares.

Fue allí que Aylwin repitió las tres palabras en un imperativo categórico (¡civiles y militares!) Las pifias trocaron en aplausos y la transición se hizo carne. Un halo de santidad se depositó sobre él. No fue una santidad extraordinaria, no fue emocionante, pero fue suficiente y se fue perdiendo con el tiempo. De todos modos, los siguientes presidentes no la consiguieron.

Frei Ruiz-Tagle no la conoció, Lagos tampoco. Este último, seamos justos, encarnó sí el liderazgo, mas no la santidad.

Michelle Bachelet, en cambio, sí fue santa. Como analicé en la Revista Análisis del Año 2006 de la Universidad de Chile, Michelle Bachelet actualizó las formas culturales de la cristología y aunó dolor (el castigo recibido por su padre, por su madre y ella en manos militares), perdón (el perdón caritativo de su gestión como Ministra de Defensa ante los militares) y gloria (ser jefa compasiva de sus captores y ser elevada a lo más alto).

Su carisma era completamente cristiano, era inextinguible, salvo que te salieras del relato. Y la Biblia muestra que, para estar a la altura, hay que estar dispuesto a entregar al hijo al horror. Y Michelle Bachelet no cruzó esa frontera y la santidad se extinguió.

Pero ha habido más santos: Vallejo, Jackson y Boric

En 2011 emergieron dos santos: Camila Vallejo y Giorgio Jackson. La santidad no alcanzó para el resto de los estudiantes. No ocurrió el suceso para Francisco Figueroa, tampoco para Camilo Ballesteros, por nombrar dos líderes muy importantes ese año.

Al año siguiente, por transferencia de carisma, Gabriel Boric adoptó la santidad en forma vicaria al ganarle la elección de la Fech a Camila Vallejo. Si un santo es derrotado en paz por otro ser de bien, también ha de ser santo.

Los estudiantes se convirtieron en santos porque enfrentaron al poder más alto y menos claro, al poder de la política y el dinero, todo reunido en Sebastián Piñera y sus ministros empresarios y ejecutivos. La relación ya no era de izquierda a derecha, sino de elites y ciudadanos, era un conflicto en vertical.

Los estudiantes construyeron un poder de impugnación y la sociedad vio la digna fuerza de la lucha contra el poder total. Por entonces su demanda encontró el momento propicio: la denuncia de ‘lucro’ (abuso de poder con rendimiento económico) se encontró con casos empresariales abusivos y la búsqueda de gratuidad educacional fue el opuesto perfecto para el ‘lucro’.

Quienes acusaron al movimiento estudiantil de inutilidad los hicieron más grandes. “Esto no se puede hacer en corto plazo” se dijo. Y entonces la ciudadanía leyó: “estos jóvenes luchan por un futuro que no es para ellos, son generosos, piensan en sus hermanos, en mis hijos y nietos”. Fue así que tres jóvenes se convirtieron en santos antes de salir de la universidad.

Dicha santidad ha quedado en entredicho durante este gobierno, momento en el cual se ha perdido ese contacto numinoso que los entonces líderes estudiantiles habían construido (y que parecía ser eterno).

¿Y Sebastián Piñera?

Sebastián Piñera en su primer gobierno bordeó la santidad con el rescate de los 33 mineros, pero en el sutil proceso en que esa santidad debía cristalizar, el entonces Presidente entró en batallas excesivamente terrenales y, Bielsa mediante, la santidad se esfumó a escasos meses de su llegada.

El resto de su primer gobierno careció de todo instante de aproximación a la santidad. Y durante su segundo gobierno, su esfuerzo transitó hacia el liderazgo internacional, cuyo clímax y caída ocurrió al mismo tiempo en Cúcuta, cuando Nicolás Maduro triunfó en el escenario preparado para su derrota.

La historia posterior la sabemos. Vino el estallido social y su aprobación se movió en los límites más bajos nunca conocidos desde que medimos estos atributos. Incluso el expresidente alcanzó a estar preocupado por la posible evolución de casos de derechos humanos o incluso por los escándalos empresariales en donde estuvo bajo la lupa.

Pero el gobierno de Boric, que amenazaba ser una etapa dura, se transformó en una oportunidad.
Pronto vislumbró Sebastián Piñera que ninguna de las amenazas recibidas políticamente prosperarían y que se abría un escenario, nada fácil, pero relativamente cómodo para avanzar desde dentro de la política. ¿La presidencia? Por qué no. Era difícil, pero no imposible.

Sebastián Piñera se tenía mucha confianza y tenía una historia de predominio sobre los nombres fuertes en la actualidad. Sabía que además era un mejor candidato que muchos en la derecha. Se esperanzó y planificó un camino.

La verdad es que los datos no lo acompañaban. Las evaluaciones presentes a su gobierno (y las anteriores) eran muy malas. En cada medición que realizamos en la Encuesta de La Cosa Nostra, Piñera estaba siempre entre los tres peores mandatarios de los últimos sesenta años, en la zona donde aparecen las calificaciones de Allende y de Boric.

Su primer gobierno tiene mejor evaluación, muy parecida a la de los gobiernos de la Concertación, pero en rigor siempre más bajo que cualquiera de ellos.

Tabla: notas de 1 a 7 a los gobiernos desde Frei Montalva a Boric (mediciones desde 2022 a 2024)

Sebastian piñera
Fuente: La Cosa Nostra

Fuente: Encuestas La Cosa Nostra

La resistencia que generaba Sebastián Piñera era evidente. En el año 2021 hubo una acusación constitucional contra Sebastián Piñera y el 60% aproximadamente estaba de acuerdo con ella.

Incluso en la evaluación como autoridad capaz de reducir la delincuencia y el narcotráfico, Piñera mostraba un resultado por debajo de Bachelet. Y en noviembre de 2023, el 43% decía que jamás votaría por Piñera y el 24% decía que era un evento improbable llegar a votar por él.

Sebastian Piñera
Fuente: La Cosa Nostra

Sin embargo, en un episodio trágico, Piñera obtendría no solo la venia de su pueblo, sino la santidad. Finalmente arribaría a ella, pero no la conocería, ya que cuando fue erigido santo una tragedia le había quitado la vida.

Hoy la derecha encuentra un punto de apoyo en su nuevo santo

Diego Portales, odiado por los conservadores, se convirtió luego en su símbolo. Bien puede ser que la derecha chilena, que juró mil y una vez (en vano) que no apoyaría a Piñera en sus aventuras presidenciales, hoy intente reconstruir su ruinoso tejido político con la santidad del expresidente.

Pero no parece fácil. Es altamente probable (pronto lo mediremos) que estos puntajes hayan cambiado. Pero la transferencia de carisma, nombre técnico para referir al proceso mediante el cual, atributos conseguidos por razones afectivas pueden traspasarse a terceros, no es un asunto sencillo.

No está claro que una figura como la de Sebastián Piñera tenga la capacidad de otorgar un carisma impreciso aún. No está claro que sus enemigos de años puedan beneficiarse con sus dones. No está claro que la vinculación con el pueblo que hoy se ha conseguido sea estable. Y lo más importante, hay un serio riesgo (para nada extinto) de que el sistema político consolide su distancia con la ciudadanía y se aferre a agendas que parecen puras, perfectas y hermosas, pero que no lo son.

Por lo demás, el carisma es por definición inestable, dice la teoría social. Y la santidad de Sebastián Piñera tendrá que resolver grandes inconsistencias entre su pasado y su muerte antes de poder saber si es un activo político o no.

De más está decir que el desenfreno por abrazar la figura del expresidente ha sido un espectáculo a ratos lamentable. La fe en que esa bendición sea contagiosa es anhelada por muchos que se ven desesperados por obtener su respectiva parte del tótem.

He pensado mucho en estas semanas y creo que la santidad aquí creada estará encapsulada y no será muy útil para quienes buscan exponerse a sus milagros.

Pero el verdadero desenlace se conocerá con el paso de los meses.