El 1º de octubre de 2018, la Corte Internacional de Justicia de La Haya, dictó sentencia sobre la demanda de Bolivia por un acceso al Océano Pacífico.
La recibimos con alegría y alivio. Alegría, porque 5 años de pleito áspero y de mucha tensión, concluyó con un total triunfo de la posición chilena. Alivio, porque tantas especulaciones sobre el desempeño de la Corte, quedaron desvirtuadas. No es fácil obtener una decisión así de clara, con innegables consecuencias para la relación bilateral. Es definitiva e inapelable, pues emana del órgano judicial principal de Naciones Unidas.
Evo Morales fue particularmente agresivo, demandándonos cuando todavía teníamos el juicio con Perú, realizando giras por varios países, y repartiendo publicaciones ofensivas. En un twitter afirmó: “Antofagasta es de Bolivia. Nuestro deber es recuperarla”. Teníamos un nuevo caso donde no había mayores esperanzas. Se discutía si convenía seguir en el Pacto de Bogotá, que daba competencia a la Corte, y hasta se planteó retirarnos del tribunal, o ni siquiera comparecer, y hasta abandonar la ONU.
El tema se complicó, pues la Corte no aceptó nuestra excepción preliminar de incompetencia, y el juicio siguió. Se presumía que la Corte fallaba políticamente o de manera salomónica. Evo asistió, y por primera vez lo hacía un Presidente en ejercicio. Festejó que la Corte “les había devuelto el mar”, y el jefe de sus abogados, el español Ramiro Bretons, lloró ante la prensa (suele ser teatral), a la salida del tribunal, pues se hacía justicia con la causa de Bolivia.
El Presidente Piñera no se dejó impresionar. Los tres sucesivos agentes de Chile, mantuvieron la misma línea de defensa, afirmándose en lo jurídico y no tentándose por utilizar recursos políticos o publicitarios. Eso sí, ante el desánimo, pocos advirtieron que el juicio principal no era el mismo.
La incompetencia perdida, no obstante, redujo el caso a si “Chile tenía la obligación de negociar un acceso al Pacífico con Bolivia, de buena fe, y si había faltado a esa obligación”. Se eliminaron las urgentes y conminatorias exigencias bolivianas. Además, no se precisó en qué consistía la obligación, y los agentes bolivianos no lo explicaron claramente.
En los alegatos, punto a punto se respondió a la demanda, y por primera vez se utilizó ante la Corte un twitter, el de Evo. Pero faltaba la sentencia. Por supuesto, Evo confiado, volvió a estar presente. Pero esta vez no pudo festejar, y se fue hundiendo en su asiento mientras era leída.
En resumen, la sentencia no acogió ninguno de los argumentos de Bolivia. Un fallo trascendente que se debe recordar.
En términos deportivos, se decía que Chile ganó 8 a 0, y el Presidente Piñera, debió encarar vaticinios agoreros y críticas por no asistir a la sentencia, o ir acompañado por Ex Presidentes que tuvieron previa participación. Hubo prudencia sin estridencias, pues la asistencia de autoridades de las partes, en nada incide. En su caso, Evo lo apostó todo, y perdió.
La Corte aplicó el Derecho Internacional. Los Jueces son elegidos políticamente en votaciones simultáneas de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. Hasta ahí llega ese factor. Al asumir, se comprometen a aplicar sólo el Derecho en sus sentencias. Su jurisprudencia es una de sus fuentes auxiliares. El Presidente Piñera confió en ello, y nuestros agentes, abogados y asesores, lo secundaron con enorme eficiencia.
Ha sido uno de los pleitos más difíciles para Chile, por una disputa que duró 130 años. Hoy es un caso definitivamente resuelto, y le correspondió al Presidente Piñera actuar con firmeza y decisión, como era habitual, y nos consta a quienes integramos el Consejo de Política Exterior durante los Cancilleres Ribera y Allamand, que transmitían las instrucciones presidenciales, siempre precisas y fundadas.