Bukele se ha puesto de pie justo en el sitio donde muchos fracasaron. Hoy, arrasando en la elección, tiene sentido mirar este proceso con detención. No faltará el que, cual primate, simplemente quiera imitarlo. Pero para imitarlo habrá que haber hecho una secuencia de valores y normas de tu propio pueblo. Y eso significa comprender el alma de un país. Y Bukele, es evidente, lo ha comprendido. En Chile, sin importar la ideología, eso no ha ocurrido.
El día de ayer Nayib Bukele anunció, antes de tener los datos oficiales, que había triunfado con un 85% de los votos. Aunque los datos presentados eran oficiosos, lo cierto es que es evidente que ha triunfado. Con ello continuará gobernando (lo hace desde 2019), aunque formalmente había cesado en su cargo hace unos meses como estrategia para poder ir a la reelección.
La estrategia de salida del cargo generó cierta polémica porque solicitó una licencia de la función pública aprobada por la Asamblea Legislativa el 30 de noviembre de 2023. Esa licencia, al pasar por el poder legislativo del que tiene control, tiene vigencia desde el 1 de diciembre hasta el 31 de mayo de 2024.
Se designó para estos efectos a Claudia Rodríguez de Guevara como su reemplazante, lo que ha sido parte importante de la polémica, ya que no es una persona relevante en el ámbito político, pero sí es una persona muy cercana a Bukele.
Ella fue secretaria privada de la Presidencia, gerente financiera de la Presidencia y presidenta de la Junta Directiva de la Dirección Nacional de Obras Municipales. Fue además tesorera de la Alcaldía de San Salvador. Todos sus cargos están asociados a Bukele y con el interinato actual es la primera mujer en la Jefatura de Estado de El Salvador.
La información oficial todavía no termina de procesarse, aunque es clara la ventaja para el partido Nuevas Ideas (de Bukele). Con el 31.49% de las actas procesadas por el Tribunal Supremo Electoral, Nuevas Ideas había conseguido alrededor de un millón trescientos mil votos.
Bukele y el crimen organizado
El partido que le sigue obtiene menos de la décima parte de Nuevas Ideas. Ese partido, el segundo, fue aquel donde Bukele comenzó su vida política siendo alcalde del pueblo Nuevo Cuscatlán hace solo doce años. Ese partido es el histórico de El Salvador, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el partido más fuerte de la izquierda salvadoreña (cuyo rival histórico ha sido la Alianza Republicana Nacionalista, conocido como ARENA).
Pero Nayib Bukele es relevante por dimensiones muy conocidas y claras. No obstante es importante haber vencido a los partidos históricos. No obstante haber instaurado un popular y polémico gobierno por sus restricciones a las libertades (hace más de un año hay estado de emergencia); la verdadera razón por la que Bukele se ha convertido en referente mundial, es por su intensa y decidida acción en contra de la delincuencia y el crimen organizado.
Las estadísticas de El Salvador señalan una evolución que ha permitido reducir la cantidad de homicidios de manera sorprendente en pocos años. Bukele recibió el país con más de tres mil trescientas muertes al año (una tasa de 53 homicidios por 100.000 habitantes). Para que tengamos una idea, Chile tuvo en 2022 alrededor de mil trescientos homicidios, poco más de un tercio de El Salvador (pero Chile tiene tres veces más población y por ello la tasa de homicidios es menos de la décima parte del país centroamericano).
Los “maras”, las pandillas salvadoreñas
La crisis de seguridad de El Salvador tiene particularidades y se relaciona con la configuración de los “maras”, pandillas de alta organización con fines extorsivos, constituidos por jóvenes armados cuyo poder territorial era irrefrenable. El modo de recaudación financiera de la organización criminal proviene de la extorsión a miles de pequeños negocios y trabajadores.
La pandilla tiene ‘soldados’ que están a cargo de la recaudación. Es el nivel más bajo de la organización. Son jóvenes desechables, mueren tempranamente con frecuencia, ya que hay muchos enfrentamientos entre pandillas.
Un soldado ‘de avanzada edad’ tiene 23 años. Luego de recaudar el dinero el soldado le hace entrega de éste a un responsable de barrio. Esta persona intermedia la operación y lo eleva un nivel más a otro encargado que lleva la administración de un territorio más grande que el anterior.
Este modus operandi se repite en cadenas más o menos extensas hasta que se llega al centro de la organización, normalmente asociada a macrozonas del país. En ese lugar el dinero queda en manos del responsable de las finanzas de organización.
Algunas de las maras se dedican al narcotráfico, pero no es algo dominante. Esto es importante. Bukele no ha triunfado ante bandas de narcotráfico, pues las que existen en El Salvador son pequeñas. Esto es pertinente para no extrapolar criterios a otros países con grandes estructuras de narcotráfico.
Las pandillas salvadoreñas se desarrollaron en sus formas actuales desde la crisis de El Salvador entre 1980 y 1992. Fue una guerra civil de gran alcance. Esta guerra significó que miles de habitantes del país centroamericano decidieran emigrar hacia los Estados Unidos.
Pero en 1992, cuando la guerra se dio por terminada, Estados Unidos decidió deportar a 200.000 jóvenes salvadoreños que habían cometido delitos en el país del norte. Se formaron entonces organizaciones criminales de referencia mundial: la Mara Salvatrucha y Barrio 18.
Desde entonces estas organizaciones han sido un dolor de cabeza para las autoridades de El Salvador. El control territorial que ejercen es fundamentalmente extorsivo y no necesariamente con los esfuerzos de seducción de otras organizaciones del crimen organizado. La brutalidad ha sido su signo.
Una familia vive escondida, huyendo, sin teléfonos ni nada, protegidos por una ONG. El niño de doce años llevaba dos años siendo usado de soldado: lo llevaban a abrir puertas y ventanas para ingresar a robos, pero el resto del día era peor, pues lo violaban y golpeaban.
Un día devolvió un golpe a uno de sus jefes y huyó. Al llegar a casa su madre se enteró de que su vida había cambiado y que su hijo llevaba mucho tiempo en manos de personas que ella no conocía. El niño no comentaba nada porque le habían dicho que matarían a su familia. Lo aceptaba todo. A su madre le habían dicho algo, pero casi nada: que su hijo era buen jugador de fútbol y eso normalmente convencía a los líderes de reclutarlo por sus habilidades. Le habían dicho que tuviera cuidado. La madre nunca imaginó el escenario. Su hijo no llegaba con dinero, por el contrario, le robaba a su familia para pagar la paz de su hogar.
La organización histórica de las pandillas salvadoreñas es diferente al estereotipo clásico. Por ejemplo, no hay que imaginar un grupo de drogadictos que destempladamente buscan delinquir. Pues bien, los líderes de las pandillas han luchado por restringir el consumo de drogas entre sus miembros, prohibiéndose incluso las drogas más duras. No ha sido fácil porque las pandillas originales sí verificaban mucho consumo de drogas, pero eso revela que se trata de organizaciones con administradores orientados a resultados.
El temor como incentivo al delito
Hay mucho más que contar. Pero debemos entender que el fenómeno Bukele solo puede tener contexto suficiente si comprendemos este conflicto. Muchos creen que el líder salvadoreño es simplemente una autoridad ‘mano dura’. La verdad es que no. Ese esfuerzo se hizo antes. Hace más de quince años se comenzó a aplicar un plan especial para combatir las maras. ¿Saben cómo se llamó? Plan “Mano dura” fue el primero y luego se pasó al plan “Súper Mano Dura”, un nombre algo desesperado.
Bajo estos planes se generaban detenciones de manera constante a jóvenes que cumplían el estereotipo del delincuente. Las detenciones implicaron grandes márgenes de fracaso judicial, pues no había pruebas. Los jueces liberaban a más del noventa por ciento de los detenidos, pues no se puede condenar sin referencias concretas a un delito. De este modo las detenciones perdieron valor: la sensación de impunidad cundió y con ello subió el temor.
El temor es un incentivo al delito. A más miedo del ciudadano medio, más señal de impunidad para la delincuencia. El crimen organizado comprende que su forma de sostenerse es el poder. Y el temor es señal de una sociedad débil que pide ayuda. Y, por supuesto, es una señal para profundizar el poder de la delincuencia.
Algunos países (Chile entre ellos) han usado el miedo, en épocas de baja delincuencia, para intentar aumentar el peso de los delitos en la agenda y eventualmente lograr que bajen más. El resultado más probable es inverso.
La criminalidad en Chile
Chile tuvo una intensa agenda de inseguridad en los años noventa y en los inicios del siglo XXI. Esas agendas exageraron un escenario donde Chile estaba en un grupo de países de alta seguridad. De hecho, el aumento de la criminalidad en Chile se produce recientemente. En 2003 se verifican 3,23 homicidios por cada 100.000 habitantes. Misma cifra es al año siguiente. Y en la siguiente década hay fluctuaciones que van desde 2,48 (un resultado espectacular) hasta poco más de 3,5.
Es decir, resultados buenísimos en general, mejor que todo el continente americano (todo, salvo Canadá). De hecho, Chile no tenía ni siquiera una estadística unificada de homicidios, pues no era necesario. Los resultados sobre 4 homicidios por cada cien mil habitantes comienzan en 2017. Y en 2018 es 4,5. La progresión comienza aquí: 4,8 en 2019; 5,7 en 2020; 4,6 en 2021, y 6,7 en 2022.
Aun así, estos resultados sitúan a Chile entre los países más seguros del subcontinente (América Latina y el Caribe), donde el promedio es abrumadoramente más elevado (19,9 cada cien mil habitantes en el año 2021).
¿Por qué doy el ejemplo de Chile?
Porque pensar que el aumento o reducción de la criminalidad es un fenómeno asociado solamente a la organización de la delincuencia es un error grave. La sociología nace asociada a comprender los fenómenos de desviación normativa. La delincuencia es un fenómeno social al cual concurre, con notoria importancia, las condiciones de la experiencia social.
Y sobre todo a nivel normativo, esto es, la legitimidad de la norma, la internalización en las normas, la fuerza educativa de los hogares y escuelas en las normas sociales. Todo esto es fundamental.
Personas que quieren delinquir siempre hay. Incluso bajo ciertas condiciones podemos aceptar que existe la necesidad de delinquir. Más aún, hay ocasiones en que las problemáticas sociales suponen la racionalidad de delinquir. Pero en el fondo, una sociedad que asume como un riesgo y una señal de decadencia la delincuencia es una sociedad que se defenderá. Y en esa defensa generalizada, no solo ‘policial’, aumentará la dificultad, habrá roce en el proceso de ejecutar un delito.
La delincuencia vive de la anomia. Si el malestar social (que tiene como uno de sus componentes anomia) es procesado adecuadamente por el sistema político, no habrá riesgo de una escalada de delitos. Pero si el malestar social no es resuelto, imperará la ausencia de normas. Y en ese espacio el delito crece. Si el mundo no tiene sentido, si el Estado no tiene sentido, solo vale la guerra de todos contra todos.
Y aquí es donde entra Bukele
¿Por qué Bukele ha logrado el apoyo que ha tenido? ¿Por qué sus planes han funcionado? Algunos responderán que es el resultado del autoritarismo en su gestión. Otros dirán que es por la mano dura. Todo eso debe ser examinado en detalle. Pero hay suficiente información para asumir que no es tan simple. Creo que es necesario incorporar hipótesis más estructurales de orden normativo y cultural.
Bukele ha comprendido que la relación del Estado con la ciudadanía es una cosa a nivel administrativo y otra cosa a nivel cultural. Y este último punto no refiere a la mera subjetividad: la cultura es objetiva, es el ecosistema del ser humano. Hay que dejar atrás la mirada que solo asume percepciones. La cultura es el significa de la experiencia social, la percepción es algo mucho más simple.
Volvamos al punto. Bukele ha comprendido que el Estado es, por un lado, la burocracia. Respecto a esto no hay mucho que decir, es simple y usted lo sabe: el Estado es papeleos, trámites, políticas públicas que se ejecutan de cierto modo, cargas (impuestos), beneficios (infraestructura, servicios).
Pero por otro lado el Estado es un protagonista de la historia de los ciudadanos, pero no solo de la historia de su vida en el mediano plazo, sino en cada día. Y ese protagonismo no sitúa al Estado como un simple personaje, sino que establece una relación profética en la que esta institución es un ente superior, de gran tamaño, que porta un mandato que se traduce en una misión y cuya existencia como tal se refleja en una cierta doctrina (que en este caso es cada gobernante quien la reconstruye).
Para efectos del ciudadano, el Estado es una entidad unitaria, que maneja dos elementos fundamentales en la relación con la ciudadanía: la justicia y la administración. Si bien en términos políticos el sistema legislativo es muy relevante, la verdad es que la importancia histórica y cultural de la justicia es mayor. Es ella la administradora racional de la antigua venganza, de la reparación del equilibrio del mundo. Y el poder ejecutivo es fundamental también porque es el que construye la eficacia en la acción: si se tiene una administración inútil, el malestar aumenta.
Bukele ha comprendido que el malestar social y la anomia están hechos de un material que se vence retomando la senda de comprender la justicia y el gobierno como dos entidades que deben ser comprensibles también para el ciudadano. ¿Lo hace como una autocracia? Sí. ¿Es democrático? En muchos aspectos no. Pero dado que nos hemos puesto por delante un rasgo fundamental de las democracias en la capacidad de ser aceptado por su pueblo, es indudable que tiene un punto a su favor decisivo. De todos modos, este no es el punto en que me quiero detener.
El asunto es el siguiente: Nayib Bukele ha entendido que la sociedad se comprende mejor como un todo organizado y como una estructura de valores que merece ser lo más simple y justa posible. El ciudadano no quiere ver un plato de comida mejor en la cárcel que en un colegio. No quiere que se gaste dinero en lo superfluo y no en lo esencial. El ciudadano quiere comprensión ante el horror.
El Estado es una máquina de administración del dolor, es un resultado administrativo de la comprensión esencial del cristianismo: el dolor es la experiencia fundamental en el ser humano, la experiencia límite. Y aliviar el dolor es bueno e incrementar el dolor es malo. Y la justicia es aliviar el dolor de quien tuvo un daño que no merecía. Y es producir un dolor justo a quien ha cometido un acto que ha dañado y que pretende vivir en la impunidad. Bukele ha creado una estructura de administración de ese dolor. Por eso sus imitadores fracasan, porque su diseño es la proporcionalidad de las sanciones no en torno al derecho, sino en torno al dolor de su comunidad.
¿Si aumentan los delitos? Les quita comida a los presos. ¿Es absurdo? Sí, pero no para los ciudadanos. ¿Y funciona? Sí. Por supuesto hay mucho más: nuevas cárceles (que es una forma de eliminar las estructuras sociales preexistentes en las cárceles más antiguas) y toda una política de seguridad reforzada con medidas excepcionales.
Pero insisto: las fotografías de los delincuentes siendo débiles, la epopeya del Estado, su conexión religiosa, la prolijidad de su vestuario, su permanente referencia a la vigilancia interna contra la corrupción, son todos rasgos que dotan de sentido a la experiencia política. Y el concepto clave es ‘proporcionalidad’: por eso Bukele ha dicho que “el problema de seguridad de la Argentina es bastante menor como para aplicar las mismas medidas” que se han aplicado en El Salvador.
¿A usted no le gusta Bukele? Pues haga un discurso político que tenga sentido para la ciudadanía, construya un proyecto político que triunfe sobre el malestar social imperante y entonces hablamos. Porque de momento este señor ha logrado una excentricidad, que es dotar de sentido a la acción política en un mundo donde esa relación (ciudadanos y Estados) está debilitada en grado extremo.
Esta semana habrá mucho ruido por el extraordinario resultado electoral de Bukele y por las denuncias de posible fraude electoral. Eso a nivel politológico es relevante y ya veremos. Pero detrás de todo esto hay un aprendizaje importante, una comprensión y una necesidad de investigar el detalle.
Bukele ha construido ecuaciones que permiten construir jerarquías morales. Este ha sido un rasgo decisivo de los líderes y reformadores sociales. Ya lo hizo Cristo y se nota en buena parte del Nuevo Testamento. Pero solo un ejemplo en Mateo (21: 31 y ss.) donde dice:
31 De cierto os digo, que los publicanos
(cobradores de impuestos) y las rameras van
delante de vosotros al reino de Dios.
32 Porque vino a vosotros Juan en camino de
justicia, y no le creísteis; pero los
publicanos y las rameras le creyeron; y
vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis
después para creerle.
Bukele viene desde la izquierda y nunca ha reconocido un giro a la derecha (aunque es evaluable). Muchas veces ha reivindicado aspectos centrales de la visión de las izquierdas. Pero probablemente donde ha tenido una visión más afín a la derecha es en la idea de asumir que la ciudadanía siente que los victimarios son beneficiados y las víctimas no son protegidas. Y eso es algo en lo que insiste la derecha. Aún así, los gobiernos de derecha normalmente no han sido mejores en gestionar esta problemática que los de izquierda.
Bukele se ha puesto de pie justo en el sitio donde muchos fracasaron. Hoy, arrasando en la elección, tiene sentido mirar este proceso con detención. Somos primates (si me perdonan los creacionistas) y no faltará el que, cual primate, simplemente quiera imitarlo. Pero para imitarlo habrá que haber hecho una secuencia de valores y normas de tu propio pueblo. Y eso significa comprender el alma de un país. Y Bukele, es evidente, lo ha comprendido. En Chile, sin importar la ideología, eso no ha ocurrido.