La discusión no debería centrarse únicamente en mantener o transformar los centros educativos en lugares físicamente seguros, libres de armas, sin comercio de drogas y blindados contra el crimen organizado, aunque esto debería constituir la condición más básica de cualquier política educativa.
La cuestión más profunda y compleja que se está descuidando, es abordar la violencia como un elemento cultural arraigado y combatirla mediante la promoción de un sistema de valores, creencias y prácticas que rechacen el uso de la violencia en las interacciones sociales y cuestionen la aspiración a modelos de vida negativos.
Este es un desafío mayúsculo pero que aún no ingresa en la agenda pública con la fuerza y el rigor que se requiere. El caso del famoso cantante “Peso Pluma” es reflejo de que llegamos muy tarde a este problema y no podemos tapar el sol con un dedo.
Legitimidad y confianza en el sistema educativo
Convengamos que la labor educativa hoy es mucho más difícil que antaño. Estamos viviendo una época en que, como ha señalado Kathya Araujo, socióloga académica de la Usach, las figuras de la autoridad están deslegitimadas y existe una recomposición de la autoridad desde formas no institucionales.
La legitimidad puede ser entendida como la obediencia voluntaria en base a la aprobación y la confianza que generan las normas y los sistemas. Si uno piensa hoy el sistema educativo, su pérdida de confianza es brutal. No hablamos de entrega deficiente de contenidos curriculares sino de la dificultad de los docentes para transmitir modelos positivos de vida en aquellos sectores de jóvenes más vulnerables ya que muchos encuentran en actividades ilícitas una forma más rápida de resolver sus carencias y abandonan la escuela.
Según los datos del MINEDUC hoy existen cerca de 28 mil jóvenes que desertaron del sistema escolar. Decepcionados de la escuela, muchos de estos jóvenes pueden inclinarse por otros sistemas de valores que les hacen mucho más sentido para su realidad que la moral institucional del sistema democrático.
Cuando los valores del sistema escolar se vuelven carentes de sentido para los estudiantes y los docentes devienen en sus transmisores desprovistos de legitimidad, la cancha para el crimen se despeja como el mar Rojo frente a Moisés.
Abordar este problema en la situación que se encuentra nuestro país no es nada fácil, aunque tampoco estamos frente a un destino fatal inevitable.
Una dimensión cultural
Las políticas de prevención del delito debieran tener una dimensión cultural en sentido amplio (no de las artes), como un enfoque que acompañe la educación con valores, ejemplos y alternativas viables para la juventud. En cierta medida, conlleva un rediseño del plan educativo fortaleciendo estas dimensiones.
En este sentido, las políticas que se impulsaron junto a la Defensoría de la Niñez como “Seguridad para Estudiar”, debieran tener mayor relevancia y comprometer mucho más al MINEDUC en su gestión. Este rol transformador debiera fortalecerse igualmente mediante los Servicios Locales de Educación Pública SLEP con un presupuesto nacional especial para este combate al crimen desde lo educativo y lo cultural, coherente en las necesidades locales.
Pero un poco antes que eso, debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos a establecer reformas al sistema escolar que apunten a contrarrestar los efectos negativos de una cultura de la violencia y el crimen, que se difunde como una alternativa válida y disponible para los jóvenes.
El 30 de enero, día de la conmemoración del asesinato de Mahatma Gandhi, se recuerda el esfuerzo de este líder y maestro en la enseñanza de la no violencia para construir una sociedad pacífica. La “educación para la paz” inspirada internacionalmente en las enseñanzas de Gandhi, hoy plantea un nuevo desafío para el sistema educativo: educar para la paz y la seguridad humana.