El plebiscito de 2023 ha terminado y las conclusiones que de él se desprenden son de la máxima relevancia. Nunca un evento electoral tan poco emocionante había resultado ser tan importante. Probablemente para mucha gente sea una fecha que pase sin mayor pena o gloria, pero la verdad es que ha sido una nueva manifestación del fenómeno de época: y es que el malestar ha ganado un nuevo hito en su desenvolvimiento.
La política es contenciosa, se basa en la relación amigo/enemigo. En ese conflicto se dibujan los destinos de la vida política. Al ser una competencia, alguien gana y alguien pierde. Solo las complejidades de la historia admite un escenario que es casi teórico, pero que se puede dar: el cero absoluto o cero grado Kelvin.
El cero absoluto en la política
El cero absoluto es un fenómeno físico. Y es que a cierta temperatura (-273 grados Celsius) se acaba el movimiento de los átomos, todo es silencio. El universo vacío está cerca de esa temperatura, pero ni siquiera en el vacío se llega a esa temperatura. Se mueve tres o cuatro grados por encima.
Cuando llevamos este concepto a la política se hace muy difícil imaginar un momento en que todo llega a ese grado de congelamiento, menos en el momento más caliente que es el de una elección.
Y sin embargo, ha ocurrido ese hito improbable. Si el estallido social fue la forma caliente de la destrucción del sistema político, este plebiscito de 2023 ha sido la forma congelada de la destrucción de una elite política cuyo rolo solo lo sostiene la ironía.
La izquierda y su lucha contra la Constitución de la dictadura
Tenemos una izquierda que luchó una década por terminar con la Constitución de Guzmán. Luchó esta izquierda por un proceso constituyente que lograra una nueva Constitución Política nacida en proceso de validación electoral que eligiera un órgano constituyente y que tuviera que ser refrendado por el pueblo.
Las únicas condiciones era una Constitución que saliera de un proceso de este tipo y que dijera “Estado social y democrático de derecho”. Con eso, supuestamente, era suficiente.
La vida le regaló ese sueño, pero vestido de un horror tan grande que sencillamente esa izquierda lo rechazó. Bajo estas condiciones es que la izquierda tuvo que terminar en 2023 apoyando la Constitución de Jaime Guzmán. Y además ganó.
¿Qué ganó? Ganó que se quede la Constitución de Guzmán. Esa ironía de la historia es suficientemente grande como para que no se pueda sacar ninguna cuenta alegre.
Es imperativo arribar a alguna forma del silencio. Para ganar un proceso electoral la izquierda ha tenido que entregarse al horror de la muerte lenta, ha tenido que dejarse llevar por la ironía y convertirse en un confuso mensaje que no tiene dirección ni destino.
¿Y por derecha?
La derecha afrontó este proceso de malestar social desde 2011 desde la negación. Se dijo que no había crítica social al modelo de sociedad, que no había tal crisis institucional, que lo hecho era grande y respetable.
Cada evento que aumentaba la temperatura de la crisis fue denostado: las protestas de 2011 habrían sido un plan comunista, las movilizaciones de protesta de 2012 (Aysén, Calama, Freirina, Antofagasta, Tocopilla, etc) no fueron consideradas relevantes para un análisis.
La crisis de las ISAPRES en tribunales no se integró al análisis. La crisis de las AFPs en 2016 solo supuso una estrategia defensiva sin diagnóstico, el estallido social sería delincuencia o la acción desestabilizadora de países extranjeros.
En resumen, la negación. Vieron pasar un 80% aprobando un nuevo texto y se sintieron reducidos a escombros, pero no aceptaban el trasfondo de su crisis. Luego recuperaron posición y sintieron que la gente era más de derecha que nunca en la historia.
Provistos de esa creencia creyeron que una victoria electoral fortalecería su sector y apostaron a que eran capaces de derrotar el malestar. Pero la forma de lucha fue otra ironía: la derecha decidió que debía cambiarse la Constitución de Guzmán.
Esta decisión es exactamente lo contrario de lo señalado hace solo doce meses por el mismo José Antonio Kast. Y es que el 11 de diciembre de 2022 Kast declaraba en La Tercera:
“Lo que Chile necesita es enfrentar los problemas reales. El tema de la delincuencia, la educación, vivienda, inmigración, la salud, no pasan por una nueva Constitución. La grieta que hay entre los políticos y la realidad es cada día más grande y va a terminar en un segundo fracaso. Si se quieren hacer modificaciones al texto constitucional, hay que hacerlas por la vía institucional. Pero si me dicen que necesitamos una nueva Constitución completa, desde una hoja en blanco, digo que no, que no es necesario. Chile no necesita una nueva Constitución, necesita un gobierno que gobierne, un gobierno fuerte y valiente que enfrente la realidad”.
En esa entrevista Kast es claro: hay que evitar cualquier proceso de convención constitucional. Y es necesario que los cambios que haya que hacer se hagan en el Congreso. La Constitución de Guzmán debía ser defendida.
Al obtener casi la mayoría absoluta, José Antonio Kast tenía la opción de rechazar el texto del Consejo Constitucional y dejar la Carta Fundamental de 1980 como texto vigente. Requería un acto sencillo. Podía decir que Chile no lograba acuerdos y que la Constitución más exitosa de la historia debía quedarse. Pero no lo hizo.
Luego de decir que no debía hacerse un cambio constitucional, y que si llevaba candidatos a un nuevo proceso era solamente para disputar los espacios, resultó que se envalentonó y creyó que podía consolidar su poder ganando el plebiscito y moviendo al que creía ‘su electorado’.
Pero no hay tal cosa como ‘su electorado’. Y perdió lo ganado.
La ironía nuevamente fue triunfante: Kast gastó todos sus recursos políticos para sacar la Constitución que defendía hasta ayer, hizo uso de toda su energía para poder reemplazar el texto de Guzmán, pero en nombre de Guzmán. Y perdió.
La derecha cumplió su sueño perdiendo, la izquierda construyó su pesadilla ganando
La historia se hizo contradicción: para que se conservara la Constitución de Guzmán, la derecha debía perder y la izquierda ganar.
La izquierda ganó. Pero ¿qué ganó? La Constitución que deseaba sacar y por la que movió el mundo.
La derecha perdió. Pero ¿qué perdió? Perdió una elección cuyos triunfadores querían mantener la Constitución de 1980, la obra política en dictadura más reivindicada por la derecha.
La política no puede existir realmente cuando la disputa entre los sectores está basada en contenidos cuya significación es imposible. La ausencia de todo significado puede estar acompañada de una destrucción de herramientas políticas para toda la elite. Y eso se produce en momento de importante deterioro.
¿Qué significaba el estallido? Que la mediación política había fracasado. Y apareció en forma de tragedia. ¿Qué significa este plebiscito? Que la mediación política ha fracasado. Y aparece como una ironía.
Los números gruesos nos muestran que, desde septiembre, los acontecimientos históricos que hemos vivido en todo este proceso parecen no valer nada, que son como construir sobre arena. Veamos:
a) Entre el plebiscito de entrada del año 2020 (triunfo del Apruebo con casi 80%) y la elección de segunda vuelta presidencial de 2021 (triunfo de Boric), la opción liderada por la izquierda bajó un 22,4%.
b) Entre la segunda vuelta presidencial y el plebiscito de salida de 2022, la izquierda perdió otros 17,8% de los votos.
c) Entre el plebiscito de salida de 2022 (rechazo al primer texto constitucional, apoyado por la izquierda) y el plebiscito de salida de 2023 (rechazo al segundo texto constitucional, apoyado por la derecha), la izquierda recuperó un 17,7%.
Es como si todo fuese algo inexistente, como si no pasara nada realmente, como si en todo este tiempo nos dimos vuelta en círculos, cada uno dueño de sus errores y sin propiedad de nada más.
Hoy es 18 de diciembre de 2023 y todo movimiento de la política está condenado al absurdo. Nadie ha ganado. Es una competencia donde alguien sacó más y alguien menos. Y el que sacó más no ha ganado. Es imposible. Pero se ha hecho posible.
La política odia el vacío. Pero ha producido vacío. Es verano, pero el sistema político está frío.
Entre los perdedores hay categorías
Kast ha sido tentado en su triunfo del mes de mayo por un demonio irónico. Y ha caído en la tentación. Su derrota es mayor que la del resto. Y lo es porque tenía la mayor posibilidad.
Su error no fue más grande que el de otros, su error no compromete a todo su sector (como sí lo fue el error del proceso constituyente anterior), pero está claro que se ha dejado arroyar por una historia que ofrecía un fruto evidentemente putrefacto.
El lugar donde se fue a meter Kast era evidentemente un error. Como en la puerta del infierno de Dante, este proceso constituyente (decadente y sin magia alguna) anunciaba desde su primer día: “si entras aquí, abandona toda esperanza”. Pero Kast no pudo evitarlo y, luego de entrar, se arrojó a una esperanza inútil.
Hoy vivimos el cero absoluto. Y eso, entre otras cosas menos altisonantes, implica la muerte de un sistema político. Este proceso pequeño y decadente ha sido tan importante que logró ser el mensajero del final de la partida: el sistema político carece hoy de significado.
Todos desfilan entre los derrotados. Unos vivirán su derrota en el llanto, los otros en la enajenada risa.