Todo me lleva esta semana a hablarles del amor otoñal, pero no se entendería que hable de algo tan personal a sólo horas de que asumiera Javier Milei en Argentina y a solo días del Plebiscito en Chile.
Por mucho tiempo creí que el amor otoñal era sólo un mito urbano inventado para mantener a los adultos mayores esperanzados en lo que podía ocurrir en la última curva de sus vidas.
Confieso hidalgamente que estaba completamente equivocado. El amor otoñal existe y, por su carácter terminal, es tan intenso y agónico en el sentido griego como el amor adolescente.
Jamás imaginé que después de una nutrida e historiada trayectoria de relaciones, iba a experimentar un sentimiento tan desestabilizador y, al mismo tiempo, tan estimulante.
Es que en general la edad va amortiguando los sentidos. Pero el amor otoñal revive tu cuerpo, tu alma, tu psiquis, tu creatividad, tu humor y tu capacidad de conectarte con otra persona y al mismo tiempo con el mundo.
Como en la adolescencia, todo parece descubrirse. El cosquilleo previo a cada encuentro, la impaciencia que los precede, el pánico de perderla o la angustia de no terminar nunca de encontrarla. La alegría de volver a reír a mandíbula batiente, el deseo irrefrenable y la entrega sin miedos ni restricciones, el placer infinito de conectarse mirándose de cerca a los ojos hasta convertirse en cíclopes, de tomarse las manos como si representaran al cuerpo entero. De ver más allá de lo que ves, de hacerse cómplices en la palabra, el gesto, el humor, el aprecio a los demás. En fin, de encariñarte con cada cicatriz y detalle de su cuerpo y de su historia.
Puede que termine mañana o se haya acabado ayer, y mi insuficiente lucidez en estas lides no me permitió percatarme. Pero me quedo con la eternidad del instante. Prefiero sufrir a no sentir, decepcionarme a carecer de ilusión, llorar a mares en lugar de ahogarme en un vaso de agua.
Como en la adolescencia, aquí no hay espacio para el arrepentimiento, sólo para el recuerdo de la intensidad del sentimiento.
De cómo se pulverizó mi prejuicio y escepticismo quería hablarles. De cómo en cosa de meses cambió mi vida, mi estado de ánimo, mi talante creativo, mi facilidad para reír y mi disposición frente al futuro.
Pero no se entendería que hable de algo tan personal a sólo horas de que asumiera el autodefinido anarcocapitalista Javier Milei como presidente de Argentina y a pocos días de que debamos todos decidir si ratificamos la constitución vigente o aprobamos la nueva constitución propuesta por la mayoría del Consejo Constitucional constituida por Republicanos y Chile Vamos.
El impacto Milei en Chile
Sé que una franja de chilenos mira con simpatía lo que ocurre en Argentina. Sé que, incluso, hay varias figuras públicas que se sienten llamadas a jugar en Chile el papel de Milei, intentando capitalizar el descontento con la clase política y la desesperanza de muchos agobiados por la inseguridad y el estancamiento económico.
Para efectos de sus partidarios en Chile, los que anhelan recorrer un camino semejante, apostaría que el triunfo de Milei ocurrió demasiado temprano para el timing político nacional. Y cuando se acerquen los eventos electorales decisivos, es muy probable que la referencia a Milei haya ya dejado de ser útil porque evoque el fantasma del estallido social o de la inestabilidad política.
El presidente argentino inicia su cuatrienio sin mayoría legislativa para hacer avanzar su programa. Deberá bordar fino para articular mayorías en ambas cámaras, seguramente proyecto a proyecto, a geometría variable.
Hay muchos elementos de su programa (reducción de ministerios, dolarización de la economía, eliminación del Banco Central, privatizaciones, recortes de subsidios, etc.), que seguramente serán resistidos por muchos legisladores radicales y parlamentarios del peronismo disidente. Ambos grupos indispensables para conseguir mayoría en la Cámara y en el Senado.
El panorama que se viene en Argentina será muy complejo, porque además del riesgo de bloqueo legislativo, hay un potencial de protesta y movilización social contra los propósitos del presidente Milei.
Su triunfo no refleja necesariamente el apoyo mayoritario de la población a su programa político, sino más bien el rechazo a la continuidad de la desastrosa gestión kirchnerista.
Nada hace presagiar que, en 2025, año de la elección presidencial y parlamentaria chilena, Milei siga siendo un referente exitoso. Porque una cosa es ganar elecciones en Argentina y otra cosa completamente distinta gobernarla.
De hecho, la razón principal por la que lo apoyó 30% de los argentinos en primera vuelta, que es su crítica a la “casta”, fue completamente diluida en la conformación de su gabinete, al que ingresaron conspicuos integrantes de aquel grupo denostado en su campaña.
En el camino, el presidente Milei se verá obligado a varios renuncios programáticos indispensables para conseguir mayoría. Se encontrará con un fuerte bloqueo parlamentario y una movilización social que puede resultar explosiva en un contexto económico-social tan desfavorable, con 45% de pobreza y 140% de inflación.
Volvamos a Chile: llegó el Plebiscito
Pero todas las miradas estarán puestas esta semana en el recuento de los votos A Favor y En Contra de la propuesta de nueva constitución.
En cuatro artículos anteriores (2, 14, 27 de noviembre, y 6 de diciembre) analicé la complicidad de Republicanos y la izquierda radical en el fracaso del proceso. Las razones de mi decepción, la oportunidad perdida para reformar de veras el sistema político, y de cómo el plebiscito devino en una elección entre la constitución actual y la propuesta.
Ahora veamos los efectos de los resultados.
Si, como es previsible, el voto En Contra aventaja al A Favor por más de un millón de sufragios, se estará ratificando en los hechos la vigencia de la constitución actual. Aceptada por la derecha, que en octubre 2020 votó mayoritariamente en contra de reemplazarla.
La constitución actual, validada por el centro y la centroizquierda, que han recuperado el orgullo perdido de lo que hicieron en cinco gobiernos, incluida la eliminación de los enclaves autoritarios y numerosas otras reformas a la Constitución.
La constitución actual, ahora aceptada por la izquierda, que frente a la propuesta de Republicanos y Chile Vamos, redescubre en el marco constitucional vigente, normas suficientemente abiertas como para que se desarrolle la disputa democrática de diferentes proyectos políticos en las elecciones presidenciales y parlamentarias.
De izquierda a derecha, y la revalorización del centro
El 17 de diciembre la derecha sólo puede ganar, porque se ratifica la constitución que defendió siempre o se da por buena la que contiene parte importante de su programa político.
La izquierda radical ya perdió el 4-S y en la elección del Consejo Constitucional que le siguió 6 meses después. Porque se esfuma la posibilidad de refundación nacional a través de la Constitución, y el gobierno del presidente Boric pierde una de las dos principales cartas que lo podían haber salvado de la intrascendencia histórica.
Le quedará sólo la reforma previsional, desafío aún pendiente al que le restará poco tiempo político después del Plebiscito.
La lección principal de dos fracasos consecutivos en consensuar nuevas reglas del juego democrático, es que la polarización paraliza, que la pretensión de ambos polos de avanzar sin transar conspira contra el objetivo de volver a crecer, recuperando la capacidad de consensuar tareas nacionales que trasciendan las legítimas diferencias ideológicas y políticas.
Después de visitar los dos extremos, es muy posible que el país revalorice el centro y premie a los liderazgos que buscan soluciones compartidas, articular mayorías y convocar a la unidad para enfrentar los flagelos que asedian al país.
Algunos creen que se prolongará la inestabilidad, porque las reformas constitucionales requieren ahora sólo cuatro séptimos, en lugar de los tres quintos contenidos en la propuesta.
La verdad es que la diferencia no es muy significativa: 4 diputados más (93 en lugar de 89) y un solo senador (30 en lugar de 29).
Ningún sector político tiene hoy 4/7 en ambas cámaras. Basta ver la dificultad del gobierno en conseguir mayoría simple para sus proyectos. Y si se lograra ese quorum, será muy probablemente para aprobar con la centroderecha y la centroizquierda, aquellas cosas que reflejan acuerdos amplios, sean de la propuesta de la Comisión Experta o de la del Consejo Constitucional.
Quizás el efecto principal del fracaso consecutivo, además de llevarnos el récor Guinness, sea que no habrá más excusas ni posibilidad de aplazamiento para encarar la solución a los problemas urgentes del país: la seguridad, el descontrol migratorio, las listas de espera y fragilidad del sistema de salud, la caída en picada de la educación pública y la recuperación del crecimiento económico.
Quienes persistan en nuevos procesos constituyentes, serán sin duda repudiados por una ciudadanía cansada de intentos fracasados y enojada por la sensación de que el proceso constituyente fue un sucedáneo de la necesidad de un pacto social, que la élite política y económica no fue capaz de concretar en respuesta al estallido.
Si, en cambio, el pueblo nos diera una sorpresa contrariando las mediciones de las principales empresas de opinión pública, y aprobara la nueva constitución propuesta por Republicanos y Chile Vamos, tendremos varios años de tenso debate en el Congreso y seguramente en el Tribunal Constitucional, para crear las nuevas instituciones y adaptar la legislación vigente a los nuevos preceptos constitucionales.
Ello en un congreso en el que la mitad de sus integrantes será reticente a hacer suyo el nuevo texto constitucional, que si es aprobado este domingo lo sería por una mínima diferencia de votos.
El cuestionamiento a la constitución, paradojalmente, será mayor si se aprueba la nueva que no fue fruto de un acuerdo, en lugar de ratificarse la vigente. Porque quienes más cuestionaron ésta en el pasado, hoy se han visto forzados a valorar sus modificaciones, que sí fueron resultados de amplios acuerdos.
Ésta será una elección de baja intensidad, no cabe duda. Y sus efectos no tienen ningún dramatismo para la ciudadanía, a pesar de los esfuerzos de los partidos y sus liderazgos.
Para estos últimos puede ser muy relevante. Decisivo para la perspectiva presidencial de José Antonio Kast, por supuesto, que se echó al hombro la propuesta y el desafío de dar vuelta el partido, porque si lo logra, su candidatura tomará un impulso que lo dejará muy cerca de lograr su objetivo.
Si, en cambio, la propuesta es derrotada por un amplio margen, el país y también el resto de la derecha lo responsabilizará por no haberse allanado a un acuerdo con el oficialismo y no haber conseguido la unidad de sus propios partidarios.
Mi apuesta, a pocos días de la elección, es que, a pesar del desinterés y el enojo, participarán este domingo en torno a 12 millones y medio de personas, habrá poco más de un millón de votos nulos y en blanco, y la ratificación de la constitución vigente superará a la aprobación de la propuesta por al menos un millón de votos. Así habrán terminado cuatro años de proceso constituyente, volviendo al punto de partida.