A diferencia del anterior plebiscito, donde la disyuntiva planteada era entre la propuesta de texto que hacía la Convención o realizar un segundo proceso, esta vez se trata en cualquier caso, del cierre del proceso constituyente abierto ya por 4 años desde noviembre de 2019.
Han transcurrido sólo 15 meses desde el 4 de septiembre de 2022, y nuevamente deberemos concurrir a las urnas a expresar nuestra aprobación o rechazo a una nueva propuesta de texto constitucional.
Como lo han señalado casi todos los partidos políticos y el propio gobierno, aquí se clausura el ciclo político que tuvo en el centro el propósito de consensuar una nueva constitución para Chile.
La pregunta que se plantea, entonces, el 17 de diciembre, es si este ciclo se cierra con la aprobación del texto propuesto por el Consejo Constitucional o con la ratificación de la constitución vigente.
No es extraño que, consultados los electores en el Panel Ciudadano de la Universidad del Desarrollo respecto de con qué opción hay mayor probabilidad de que se cierre el proceso, 50% piensa que ello ocurre con el voto En Contra y 34% cree que con el A Favor. Y el 75% es partidario de cerrar el ciclo constitucional.
En la práctica, lo que ha ido ocurriendo es que el 17 de diciembre ha ido perdiendo su carácter de plebiscito para pasar a ser una elección entre dos constituciones: la vigente y la propuesta.
La Constitución vigente o la propuesta por el Consejo, ¿Qué le hará mejor a Chile?
El texto propuesto por el Consejo tiene el respaldo entusiasta de Republicanos, de Chile Vamos y, con reparos, también de formaciones de centro como el PDG, Amarillos y Demócratas, aunque con importantes disidencias internas.
Y tiene el rechazo de ambas coaliciones oficialistas y de la Democracia Cristiana, además del de muchas figuras de centro y centroizquierda, principalmente por haber cedido a la tentación de imponer en el texto constitucional parte del programa político del partido Republicano.
La Constitución vigente, en cambio, no ha dejado de tener el apoyo de la derecha, que la ha defendido al punto de que mayoritariamente concurrió a rechazar la idea de una nueva constitución en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020.
Por otro lado, las fuerzas políticas hoy en el gobierno concurren, unos a su pesar y otros alegremente, a ratificar su validez. Luego de que por años cuestionaron y anatematizaron la Constitución del 80, por su origen y su contenido, llegando el presidente Boric a caracterizarla como “la de los 4 generales”, hoy día redescubren, como por arte de birlibirloque, que después de un número considerable de reformas y habiéndose eliminado sus enclaves autoritarios, fue publicada en 2005 como si se tratara de una nueva constitución bajo la firma del presidente Lagos y de sus ministros.
Más allá de la opinión mayoritaria de la gente en las encuestas, vale la pena preguntarse si la estabilidad y certezas que requiere el país se consigue mejor con la constitución vigente o con la propuesta del Consejo. Con un texto que pasaría a ser validado ahora por todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, por supuesto con la perspectiva de continuar reformándola a través de acuerdos que comprometan cuatro séptimos en ambas cámaras para irla adaptando a los tiempos presentes y desafíos futuros.
O bien con el texto propuesto que representa muy bien a la derecha y a la centroderecha, así como parcialmente a fuerzas de centro, pero es cuestionada radicalmente por la otra mitad del espectro político con representación parlamentaria, de manera que, de ser aprobada, entraríamos en un tenso y disputado proceso de implementación de las disposiciones constitucionales para crear nuevas instituciones y adaptar las leyes vigentes.
Se sabe que el 17 de diciembre será una elección de baja intensidad, que predomina la indiferencia respecto del resultado y el escepticismo respecto de lo que puede cambiar en la vida de las personas. Sin embargo, votarán más de 10 millones de personas, aunque se puede esperar a lo menos un millón de votos blancos y nulos.
Como no hay ninguna épica y escasísimo dramatismo, es posible que en las casi tres semanas que restan para el plebiscito, los electores se desplacen multidireccionalmente entre el voto En Contra, el A Favor, el Blanco y Nulo.
A lo anterior contribuyen la brevedad de la campaña, los confusos mensajes de la franja televisiva, el escaso compromiso de las figuras políticas con algunas excepciones, por supuesto la de Kast, que al echarse sobre sus hombros la responsabilidad de dar vuelta el resultado, se dispuso a pagar los costos o cobrar los beneficios del resultado. También contribuye el juicio mayoritario de que la nueva constitución o la ratificación de la actual no producirán cambios relevantes en la vida social. Todo ello nos permite prever una elección con verdadera incertidumbre respecto del resultado.
Agréguese que a partir de este domingo ya no podrán publicarse encuestas electorales, de manera que recorreremos a ciegas prácticamente la mitad del tiempo de esta breve campaña.
Lo que sí no tiene incertidumbre, es que, independientemente del resultado, el 17 de diciembre la sociedad chilena dejará atrás por largo tiempo un periodo de intenso cuestionamiento de las reglas básicas del juego democrático que ha contribuido a paralizar su desarrollo.