Ese doble sentimiento de rechazo era la disposición de ocho millones y medio de argentinos que debían elegir entre la confirmación de un presente desastroso y el vértigo de un futuro incierto.
Massa había aventajado a Milei por cerca de 1,8 millones de votos y en la campaña de segunda vuelta se mostró como un avezado político profesional, rigurosamente ceñido a la táctica y estrategia requerida para conquistar el centro político, mientras su rival mostraba las debilidades de una carrera fulgurante que en sólo 5 años de participación lo llevó a encarnar la alternativa presidencial a la continuidad del Peronismo en el poder.
Es tan acuciante y desesperanzadora la situación actual de Argentina en crisis, que poco más de tres de cada cuatro de quienes debían optar en segunda vuelta lo hizo por Milei. Mientras el candidato oficialista crecía levemente de 9,6 a 11,5 millones de votos, el abanderado opositor aumentó de 7,8 a 14,5 millones.
Tanto es así que, a pesar del apoyo explícito a Massa de la candidatura de Izquierda (Myriam Bregman, 722 mil votos), a la libertad de acción anunciada por radicales y centristas de Juntos Por el Cambio, y a los 1,8 millones de votos del exgobernador justicialista de Córdoba, el candidato del gobierno incrementó su votación en sólo 1,9 millones.
El opositor, en cambio, creció incluso más que la totalidad de los votos de Patricia Bullrich en primera vuelta, a pesar de las feroces denostaciones mutuas durante esa campaña. Por supuesto, el temprano y decidido respaldo de Macri y Bullrich fue muy relevante, pero en verdad lo determinante, a mi juicio, es que el triunfo de Milei era la derrota del kirchnerismo y el fin de un gobierno de desastrosa gestión económica.
El fin del Kirchnerismo
Dominó la escena política argentina durante dos décadas, pero se equivocan quienes creen que también es el final del Peronismo.
En las peores condiciones imaginables, con un desastroso balance de gestión económica, con un presidente tan débil que ni siquiera pudo presentarse a la reelección y su figura consular -Cristina Kirchner- perseguida judicialmente por corrupción, el Peronismo logró ganar la primera vuelta con 37,8%, mantenerse como la primera fuerza en la Cámara de Diputados (105 de 257) y en el Senado (33 de 72), reelegir al gobernador de Buenos Aires y otras siete de las 24 provincias.
Es muy probable que el recambio del liderazgo peronista lo protagonice justamente Axel Kicillof, joven doctor en Economía reelecto como gobernador de la provincia de Buenos Aires. El Peronismo es mucho más que un partido, es una cultura profundamente arraigada, que ha mostrado gran capacidad de mutar junto a la sociedad argentina.
El próximo 10 de diciembre, cuando asuma Javier Milei como presidente de Argentina por los próximos 4 años, lo hará sin ningún gobernador regional de su coalición y sólo tres del PRO, debiendo lidiar con 8 peronistas, igual número de gobernadores de partidos provinciales y 5 radicales.
Tampoco tendrá mayoría ni en la Cámara ni en el Senado, de manera que estará obligado a negociar su programa, porque buena parte de las medidas que contempla requiere aprobación del Congreso, y construir mayoría para algunas de ellas le será extremadamente difícil.
El punto es que votó su programa y su liderazgo sólo el 30% de los electores argentinos, el 25,7% que se sumó en segunda vuelta votó contra la continuidad del Peronismo en el poder, no necesariamente a favor de cerrar el Banco Central, dolarizar la economía, alinearse con Israel, romper con China, privatizar las empresas públicas, reducir drásticamente los ministerios y los subsidios, etcétera.
Así como el Frente Amplio se ilusionó pensando que el 56% para Gabriel Boric en segunda vuelta borraba el hecho de que había sido minoritario su apoyo en la primera (25,8%), con los resultados posteriores conocidos, mal haría el presidente Milei en cometer el mismo error, creyendo que 55,7% de los argentinos apoyó su programa político, económico y social.
El futuro inmediato es, sin duda, incierto para Argentina. Pero el pueblo prefirió mayoritariamente esa incertidumbre a la certeza de un presente desastroso en lo económico y desesperanzador en lo político.