“No alcanzó con la bronca” y “Re-calculando nuevamente” son algunas de las frases más socorridas después de la anterior vuelta electoral argentina, de cara al round definitivo entre dos candidatos que a pesar de sus profundas diferencias comparten un rasgo no menor: el populismo.

El primero un militante de un movimiento de papel preponderante en las relaciones políticas trasandinas de los últimos ochenta años, clasificado como la quinta esencia del populismo clásico, el justicialismo. El segundo un claro representante de aquella nueva derecha radical y populista que sopla fuerte en Europa y América. Y aunque muchos pensaron que lo impredecible –el cisne negro- era Milei, lo inesperado provino de un vetusto político que se escapó en el sprint de la primera vuelta.

Desde luego, también para mí fue una sorpresa el orden de llegada en las preferencias, no tanto la dupla finalista -y mucho menos esperaba una improbable victoria de Milei en el primer tiempo- dado el clima mediático y de una demoscopia deslumbrada por el discurso disruptivo y antipolítico del “libertario”.

Una mitología argentina

Pero, así como las encuestas hasta hace algunos años infravaloraban al neoconservadurismo (con los casos señeros de Trump y el Brexit), hoy en cambio lo infla, como evidencian el caso español y el argentino. Frente a aquello las palabras de ex presidente uruguayo José “Pepe” Mujica fueron premonitorias: “¿Cómo se explica que el ministro de Economía con una inflación como tiene la Argentina va a pelear la presidencia?, ¿Sabe por qué? Porqué tiene el respaldo de una cosa que no está conforme con él, pero que lo va a votar y que se llama peronismo. Ese animal existe, es una mitología que tiene el pueblo argentino, entonces eso rompe todos los esquemas”.

Y fue así, los razonamientos de sesudos análisis políticos o las sentencias de avezados economistas simplemente no ayudaron demasiado en la prognosis política argentina: Eso de “es la economía, estúpido” no siempre funciona, aunque en su lugar podría cambiarse por otra sentencia “Es el Conurbano, estúpido”. En ese escenario habita el animal mítico al que se refiere Mujica.

En sus ocho décadas de vida el peronismo ha sido un vivero de “animales políticos todo terreno”, que como los anfibios son capaces de respirar en ambos medios -en su etapa larvaria acuática por medio de branquias y en su madurez mediante pulmones para la tierra-. Así los peronistas han sido capaces de interactuar en dos universos: instituciones y calle, disponiendo –al igual que ciertos batracios- de sistemas defensivos para lidiar contra sus depredadores en ambientes extendidos.

Estos verdaderos animales fantásticos fogueados en los intersticios entre el hartazgo y las movilizaciones, conservan la destreza de habitar/fundar un establishment institucional, sin dejar de interpelar a “la calle” cuando el horizonte le es adverso.

El peronismo a lo largo de sus seis vidas políticas históricas (1946-1955 / 1973-1976 / 1989-1999 / 2002-2003 / 2003-2015 / 2019-2023), aunque residió oficialmente en el Ejecutivo, nunca renunció a una relación singular con las masas urbanas, particularmente del Conurbano, ya fuera con la forja de identidades por confrontación y operatividad de una máquina clientelar como lo hizo Perón, o mediante la escenificación y la movilización de imágenes que cultivara Menen (Novaro, 1995) en el sentido de la video-política tele-dirigida (Sartori, 1997).

Reestructuración de la política argentina

En diciembre de 2001 la economía argentina colapsó, tumbando al Presidente y a otros que intentaron terciarse la banda albiceleste. Pero el mayor cambio quizás ocurrió “abajo”. Como anota Pagni en su libro “El Nudo” (2023), Argentina antes de esa fecha tenía pobres, pero a partir del estallido de ese año la pobreza pasó a ser un factor sistémico. Proletarios y parte de las viejas clases medias vieron degradadas sus condiciones de sostenimiento vital pasando a conformar un “precariado” (Guy Standing, 2013) sumamente indignado con “los de arriba” –gobierno, oposición, empresarios, elites- al que le espetó el eslogan “que se vayan todos”.

El resultado fue que la política entera se re-estructuró. El radicalismo nunca más fue el mismo, atomizándose, y apareciendo el PRO de Macri para tratar de reemplazarlo. Otro giro relevante operó en el partido eje, el peronismo. Si antaño dicho movimiento fundaba su poder en la negociación con sindicatos, asociaciones vecinales y el empresariado nacional –recordando que Perón y sus émulos habían decidido representar a los trabajadores por medio de la sindicalización en organizaciones adictas- a partir de 2003 el justicialismo de los K hizo de la organización del precariado sus nuevas bases sociales para afianzar una fuerza política formidable que reunió a movimientos sociales y organizaciones territoriales.

Así, durante la primera etapa Kirchnerista, el Grupo Calafate o Pingüino, urdió una serie de vínculos con dirigentes de organizaciones de tipo piqueteros, sectores desocupados y trabajadores informales, más grupos de derechos humanos. Bajo la administración de Cristina “K” La Cámpora, los cuadros juveniles dirigidos por el primogénito del matrimonio Kirchner Fernández, reemplazó parcialmente dichos nexos como base articuladora de políticas públicas.

En cualquier caso, para Pagni precisamente el territorio donde se ensayó el derrotero fue y es el conurbano, ese aglomerado urbano que rodea la capital federal. Sus 11 millones aproximados de habitantes que viven en el extrarradio administrativo de la rutilante Ciudad Autónoma de Buenos Aires son un botín electoral formidable, controlado en las zonas más precarias por “punteros” y “barones”, que a su vez responden a intendentes, quienes tarde o temprano cobran su boleta.

Esta nueva fórmula de poder se fundó en un equilibrio altamente inestable derivado de un pacto anti-caos con el malestar surgido de la fatiga crónica del modelo de desarrollo productivo del siglo XX, cuya marca fueron los territorios marginalizados debido a la profunda desigualdad de una sociedad que antaño aspiraba a preservar un estilo medio de vida.

El Estado resistió la catástrofe, usando su vieja herramienta clientelar que conecta a sujetos de poder y estatus desigual para intercambiar votos por determinados bienes y servicios, aunque en esta ocasión el Ejecutivo acordó actores más heterogéneos, y a menudos más disgregados.

El futuro de Argentina

Hoy muchos se preguntan qué pasaría si Milei llega a la Casa Rosada ¿Será capaz de dolarizar la economía argentina o eliminar el banco central? Propuestas trepidantes, aunque sin explicación detallada en la campaña electoral, reapareciendo cierto horror vacui de autoridad que vaticinó represión y caos. Por aquello, el candidato outsider, que trato de hacer explotar la grieta desde afuera, ha girado a una relativa moderación que le permita abrazar al anti- kirchnerismo.

Al mismo tiempo hay otras incógnitas en caso triunfar Massa, ¿podrá realmente configurar un gobierno de unidad nacional cerrando la grieta por dentro, o el anuncio fue pura pirotecnia? Está claro que Massa por el momento requiere “mantener a sus amigos cerca y a sus enemigos aún más cerca”, lo que equivale a una distancia “controlada” del Kirchenismo, pero ¿aquello implicará que más adelante ensaye las recurrentes intrigas palaciegas?

Milei versus Massa elección argentina
Agencia EFE

Esa ha sido la ley del peronismo, un heliocentrismo sin contestación o tradición caudillesca verticalista. Bien lo supo el histórico dirigente sindicalista, Cipriano Reyes, uno de los artífices de la exitosa campaña de Perón en 1946, posteriormente detenido dada su visión demasiado autónoma del movimiento sindical, no sujeta al verticalismo jerárquico del líder elegido.

Con otro estilo Menem nombró en cargos gubernamentales a los dirigentes principales del Peronismo Renovador desplazando a su antiguo aliado, Antonio Cafiero. La historia se repitió más tarde con Duhalde quien durante su interinato designó a Néstor Kirchner como candidato presidencial, pero una vez éste accedió a la Casa Rosada se deshizo de la influencia del primero.

El actual Presidente Fernández en cambio, tuvo demasiado ataduras al poder de la señora K, aunque seguramente con Massa –quien ha militado en distintas sensibilidades peronistas en su carrera política-, es posible esperar que apueste a reducir la gravitación de la Cámpora y el Cristinismo.

En todo caso, hay dudas si el actual momento corresponde a una fase de la eterna anaciclosis argentina, un ciclo de degradación política y renovación de poder reconcentrado, o si bien la acumulación de frustraciones sociales, así como la desesperanza en el presente y el futuro, comiencen a resquebrajar el huevo que larva a la serpiente.